El pianista gaditano ha hecho completamente suya la tradición que parte del histórico Frank Marshall, discípulo del compositor leridano y sucesor de la primigenia Academia pianística que luego rebautizará con su nombre, y de la que recogió el testigo la grandísima dama del teclado Alicia de Larrocha. Diego Ramos se sumerge en la esencia de unas obras en las que el sustrato folclórico es la base de las 12 piezas, muy diferentes en carácter y medios expresivos, y con estructuras y ambiciones aparentemente sencillas. Y lo hace siguiendo la estela de maestros como la propia Alicia de Larrocha o Esteban Sánchez, pero confiriendo su propio brillo expresivo, su exclusivo afán resolutivo.
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