Larrain es siempre un director interesante y aunque a priori la vida de la familia real británica me interesase bien poco, acercarme a esa magnífica serie llamada The Crown me hizo ver las cosas de otra manera y acoger este proyecto con interés desde que se anunció hace un par de años. Aquí no se trata de rodar una biografía de Diana, sino de retratar un único fin de semana navideño en la época en la que princesa era ya una mujer desquiciada por las descaradas infidelidades de su marido y sentía cualquier convivencia con la familia real como un auténtico infierno. Kristen Stewart se esfuerza en interpretar a un personaje lleno de matices que se mueve entre su repugnancia a su familia política, la nostalgia por los tiempos de su niñez y adolescencia y el amor a sus hijos, los cuales no quiere que se corrompan. El problema de Spencer es que es una película demasiado pequeña e intimista y falla a la hora de ser original en el retrato de un personaje del cual se ha dicho prácticamente todo ya. Debemos tener siempre en cuenta que esta es una historia inventada, solo basada en lo que pudo pasar en ese fin de semana en el que una ya psicológicamente desequilibrada Diana decidió romper definitivamente amarras con la familia de la que había pasado a formar parte hacía solo diez años. El triunfo del final es solo engañoso: todos sabemos el triste final de quien pasó a ser demasiado pronto un juguete roto de una familia real deshumanizada.