Spleen del Norte

Publicado el 25 agosto 2010 por Amamantando

El gran sueño del paraíso
Sam Shepard
Anagrama. 172 páginas

Por Luis Schiebeler
“Where is Howard? who is Howard? where did he go?. Is he down in the ground? disappeared himself?. He´s no-where to be found!”. Sentado en el medio de la calle con su guitarra enchufada a un miniamp, un joven hipster improvisa esta canción. Su novia baila entre los discos, libros y electrodomésticos que acaban de arrojar desde un primer piso. Tener que aceptar a un padre ausente por tantos años lo perturba. Esta secuencia pertenece a Don’t come knocking (2005), última película de Win Wenders que fue guionada y protagonizada por prestigioso dramaturgo estadounidense Sam Shepard. El film cuenta la historia de Howard, un célebre actor de westerns que a galope abandona el set donde está filmando su última película y se dirige hacia la pradera abierta buscando refugio en antiguos vínculos. Con una notable actuación, Shepard transmite la desolación de un personaje público de cincuenta años, rústico y melancólico, abrumado por el hondo remordimiento de una inmadurez involuntaria que lo arrojó a los excesos y a una vida solitaria.

En efecto, no es azaroso que a esta historia, con un reparto excepcional de Jessica Lange y Sara Polley, le hayan puesto en español el dylanezco título “Llamando a las puertas del cielo”. Es posible que el multifacético autor con el fin de ponerla en escena, la haya descartado del manojo de relatos de su libro ”El gran sueño del paraíso” ya que éste se publicó en el 2002 y la película se comenzó a rodar en el verano del 2003.

Ahora bien, con qué cielo sueñan los personajes de autor de “Cruzando el Paraíso” (1996). Cómo es esa tierra edénica e inaccesible. Detrás de lo simple, austero, acaso mundano de los personajes de Sam Shepard, late una melancolía profunda; como si estuvieran entregados a una letanía interna, sin fin. Y su angustia no la trasforman en abstracciones, ni divagues filosóficos. Sus desventuras no son en ellos materia de digresiones existenciales tan frecuentes en las corrientes literarias europeas. Transmiten otra desazón. Ejercen una especie de metafísica donde el silencio y la poesía exclusivamente visual y bucólica funcionan como elementos eficaces y en pura sintonía con el legado de las deidades literarias de norteamericanas.
En los eximios relatos que integran “El gran sueño del paraíso” aparte de advertirse estas características se destacan por sus finales ingeniosos.

Dentro de un negocio de comidas rápidas un outsider amablemente se obstina a conocer quién de los empleados escribió en un cartón la famosa máxima “la vida es eso que pasa cuando uno está ocupado haciendo planes”. Necesita saber que dimensión toma esa frase en el joven que la escribió. A medida que insiste en preguntar, queda latente en el lector la magnitud de la frase en contraste con el trabajo mecánico de los jóvenes. De eso se trata “Viviendo según el cartel”, un auténtico retrato de la vida contemporánea de la cultura fast, que pone en relieve la vigencia y la claridad de un pensamiento cuyo autor además se disuelve en la levedad de los momentos abstractos, y que tampoco importa demasiado, sino sólo su desinteresada circulación.

Sobre el hastío de la vida familiar y el exilio puesto en marcha por un hombre que se interna en las desérticas rutas americanas retrata “Coalinga a medio camino”. Un relato donde se aprecia la destreza del autor para la creación de diálogos entrecortados y del detalle justo para las alusiones cinematográficas.

Personas con dones extraordinarios y la curiosidad del niño por lo místico se abordan en “El hombre que curaba los caballos” y “Concepción”. El despertar sexual de un niño abnegado a su familia se cuenta en ”La puerta hacia las mujeres”, con un naturalismo bien alejado del clásico relato sobre el enamoramiento virginal.

En cambio, es en “El ojo parpadeante” y “Los intereses de la compañía” donde Shepard adentra al lector en la candidez femenina y en el desempeño emocional de la mujer en situaciones insólitas. En el primero una joven atropella un halcón y la mirada agónica del ave será la señal de un nuevo rumbo en sus decisiones. En el otro relato, una empleada de una gasolinera trabaja bajo presión durante la madrugada hasta que al final le toca ver la cara del peligro.

Señalar con precisión el estilo y el mensaje que nos deja este artista sería tan forzado como tratar de deslindar el paraíso a que aspiran sus personajes. Y tal vez basten acaso, compararlos con las imágenes y sensaciones que transmiten las viejas canciones folk como ‘Waitin’ around to die’ de Townes Van Zandt para saber, a fin de cuentas, de qué van las historias breves de Sam Shepard.