El fútbol, ese deporte de caballeros practicado por villanos, está repleto de personajes de lo más variopinto que lo han hecho popular y, en cierto modo, interesante (?). Las aventuras de Best, los combates de Cantoná o las juergas desaforadas de Jar-Jar, representan la pimienta de este juego en el que veintidós peones, manejados por dos aspirantes a ajedrecistas, pretenden elevar a categoría de arte algo tan vulgar como dar patadas a un balón. A veces, las menos, se consigue.
En los últimos tiempos, cobra fuerza un nuevo perfil de jugador, en contrapunto con el fantasista: el pivote defensivo. Alguien que hace un trabajo más bien sucio, oscuro, poco reconocido.
Spoon podría encajar en esa etiqueta. Vagan por el mediocampo del rock indie y su discografía ofrece trabajos más que dignos, con canciones que bien podrían salir en algún que otro highlight, pero, si bien el lobby de la crítica especializada les respeta, la grada permanece fría, impasible, quizá producto de su falta de consistencia y regularidad (alternando esplendor e inocuidad con demasiada frecuencia, predominando lo segundo). Sólo un pequeño sector del estadio, aplaude.
Transference, su sexto disco, es sin lugar a dudas su álbum más redondo. Quizá adolezca de una extraña ausencia de hits claros (solían colar uno o dos en cada entrega), pero es difícil encontrar temas por debajo del notable (y también por encima, todo sea dicho). Parecen haber reducido una marcha desde Ga Ga Ga Ga Ga, restando protagonismo a las guitarras eléctricas y alcanzando un suntuoso equilibrio. Britt Daniel y sus muchachos han jugado un partido sólido y completo. Dicen que así se ganan los títulos, ¿no?