Unos novios pasean a la orilla del mar; él, absorto en el móvil, acaba perdiendo a su novia, aunque las huellas en la arena nos dicen que sigue junto a él. Un amante de la música, pegado a su smartphone, se olvida de su grupo de amigos que está tocando junto a él. Y una secretaria, que se abstrae de la importante reunión a la que asiste. Y una hija que, en la parte de atrás del coche, se olvida de sus padres. Y un padre que, en la sobremesa de la comida, se olvida de la hija que está a su lado…
Situaciones cotidianas. Situaciones normales que no llaman nuestra atención, pero que pueden llegar a ser dramáticas. Afortunadamente, todos esos desajustes se solventan cuando el interesado desconecta el móvil para escuchar a los que tiene alrededor. De ahí el lema de la campaña: “Desconectar para conectar”.
Quizás el tema tenga especial eco entre los jóvenes. De hecho, me dice Juan Adárvez que este anuncio ha suscitado intensos debates en su colegio, donde ha sido proyectado y comentado, porque muchos chicos se sentían retratados en esas escenas.
Pero no es sólo un anuncio para jovenes. La dependencia del móvil está ya tipificada en las manuales de Psiquiatría, y los síntomas son muy claros: no poder vivir sin él, no poder atender a un cliente si llaman por teléfono, estar más pendiente del móvil que del entorno, sentir una grave contrariedad –incluso angustia- si el móvil se estropea o se ha quedado olvidado en casa... Por lo que dicen los expertos, afecta ya a un 2 por mil de la población: o sea, 1.200 en Málaga (que no son pocos), 14.000 en Madrid, 22.000 en Buenos Aires o más de 35.000 en México D.F., Sao Paulo o Nueva York.
Pensemos por un instante: ¿no hay alguien en nuestro entorno que padezca alguno de esos síntomas? ¿No vemos en nosotros alguno de esos indicios? Aún estamos a tiempo de cambiar: de desconectar el móvil cuando haga falta, y escuchar así a quienes nos rodean.