Pero si es terrible para los enfermos, más terrible y más angustiosa aún resulta esta para quienes están a su lado: amigos, vecinos... y, sobre todo, familiares. Ellos ven, impotentes, cómo el abuelo o el padre o el tío se les va sin remedio: les roba su memoria, su alma, su cariño. La enfermedad avanza inexorable día a día, impertérrita, como un cáncer del espíritu que sufren angustiados quienes están a su alrededor.
En España afecta a cerca de 800.000 personas, lo que se traduce en que una de cada 10 personas mayores de 65 años. Pero esta cifra, en sí ya muy alta, se dispara al 25% de la población cuando superan los 85 años. Ciertamente, es algo que nos incumbe a todos.
En esta situación, sólo caben dos reacciones. La primera es aceptar la enfermedad: lo que sucede no es culpa suya, ni nuestra. Y si nada podemos hacer por evitarla, aceptémosla, aprendamos a convivir con ella. La segunda es encontrar en esa situación otra forma de demostrarle nuestro cariño, de hacerle ver -porque el enfermo siempre se da cuenta- de que estamos a su lado y de que él es lo más importante de nuestra vida.
Hay una película que lo muestra maravillosamente: La habitación de Marvin (1996), de Zerry Zaks. En ella se nos muestra la diferente reacción de dos hermanas ante la enfermedad degenerativa de Marvin, que le obliga a permanecer en cama, con oxígeno, incapaz de pronunciar palabra. Bessie (Diane Keaton) ha cuidado abnegadamente de su padre, dedicándole lo mejor de su tiempo y cariño, renunciando a planes personales. Lee (Meryl Streep) prefirió alejarse de lo que parecía una vida inútil, con la excusa de atender sus propios asuntos. La enfermedad volverá de nuevo a unirlas, precisamente en aquel lugar que les separó: la habitación de Marvin. Una buena ocasión para volver a ver ese filme.