En su inicio, la cámara nos muestra dos escenarios aparentemente contrapuestos: Madrid y Mallorca, el centro de la península y el punto más alejado… También los personajes parecen muy diferentes (luego veremos que no): en uno, la vida comienza; y en el otro, parece que está a punto de terminar. Pero hay algo muy importante que los une. La historia nos la cuenta el anciano: “Hola, Aitana. Me llamo Josep Mascaró y tengo 102 años”.
De una forma sencilla, Josep se presenta al futuro bebé y le habla como si él pudiera ya oírle y entenderle. Es una confidencia preciosa, entre dos seres que aún no se conocen: “¡Soy un suertudo! Suerte… por haber nacido, como tú. Por poder abrazar a mi mujer, por haber conocido a mis amigos, por haber podido despedirme de ellos, por seguir aquí”.
Y entonces llega la pregunta decisiva: “Te preguntarás cuál es la razón de venir a conocerte hoy”. También nosotros nos lo preguntamos. ¿Por qué este anciano se desplaza desde tan lejos para ver a una niña que acaba de nacer? “Muchos te dirán que a quién se le ocurre llegar en los tiempos que corren, que hay crisis, que no se puede... ¡Já! Yo he vivido momentos peores que éste. Pero al final de lo único que te vas a acordar es de las cosas buenas…”.
En realidad, nada de lo que ha dicho es una respuesta a por qué ha ido a conocerla, pero todo en su conjunto es una gran respuesta a la vida. Sí, la vida es un gran regalo, y merece ser vivida como un don y como una oportunidad: “No te entretengas en tonterías, que las hay, y vete a buscar lo que te haga feliz, que el tiempo corre muy deprisa…”.
En estos tiempos, en los que se valora tan poco la vida humana (la que aún no ha nacido y la que está en fase terminal) es bonito asistir a este encuentro entre el más viejo y la más joven de nuestro país. Una historia real que une la sabiduría del anciano con la esperanza del recién nacido. Es ciertamente conmovedor, porque… ¿hay algo más bonito, hermoso y sagrado que una vida humana que comienza?