Spring Breakers

Publicado el 20 marzo 2013 por José Angel Barrueco

Es raro encontrar una película de Harmony Korine en la cartelera. De hecho, yo no había visto ninguna. Y Spring Breakers es explosiva: el filme más provocador y sexy de la temporada. Estética y musicalmente es una verdadera orgía. Spring Breakers cuenta lo que les pasa a cuatro chicas que comenten un robo para tener dinero e irse a gastarlo a Florida (en juergas, cocaína, alcohol, etcétera) durante las “spring break” (algo así como nuestras vacaciones de Semana Santa). Korine logra que parezca que estamos bebidos o colocados durante casi todo el metraje: con ayuda de la música, con imágenes ralentizadas, con planos saturados por el grano o planos en los que la cámara imita la visión de alguien que va ciego… Pero no hay que preocuparse: en ningún momento se marea uno y no siempre predomina esa clase de filmación. Y lo explica mejor el cineasta en la conversación de El País con Gregorio Belinchón: Me acaban aburriendo las narrativas tradicionales. Así que me fui a las bases de electrónica y cree una especie de loop visual, microsecuencias muy rápidas que se repiten de vez en cuando para que la película dé una sensación de consumo de drogas
Es una película que retrata con contundencia y júbilo lo que significa ser joven y estudiante: querer que la fiesta nunca termine, creer que nunca se envejece, pensar que el tiempo va a congelarse entre juergas y borracheras. En pocas películas se refleja tanto la ansiedad por ser joven e inmortal. De hecho, el mantra de la peli, cuya repetición cansa un poco, es "spring break forever" (vacaciones para siempre). Una de las protagonistas habla de su deseo de congelar ese momento de fiesta con sus amigas y mantenerlo ahí para siempre. Sólo así el mundo (y la vida) les parece perfecto. Pero no se dan cuenta de algo que los jóvenes suelen olvidar durante los festines etílicos: que siempre hay sueltos muchos lobos feroces y que el mundo también saca los colmillos. Spring Breakers, además, acentúa su carácter crítico con la sociedad estadounidense en aquellas escenas en las que uno de los personajes dice que el Sueño Americano, con mayúsculas, consiste en tener “culitos y dinero”. No es Haneke, pero es un filme para disfrutar sin complejos. Destaco el trabajo de James Franco, que se está consolidando como uno de los grandes actores de su generación, y que aquí es una especie de primo del Gary Oldman de Amor a quemarropa. Y destaco al cuarteto de chicas, por su belleza y por el entusiasmo que imprimen a sus personajes.