Hay una escena clave en Spy: Una Espía Despistada (Spy, EU, 2014), en la que la eficaz pero tímida agente de inteligencia de la CIA Susan Cooper (Melissa McCarthy) es interrogada por su implacable jefa, Elaine Croker (Allison Janney perfecta). En el diálogo, Croker quiere saber por qué, a pesar de que Susan obtuvo las mejores calificaciones en su examen, a pesar de que sabe disparar como el que más, a pesar de que es capaz de partirle su mandarina a gajos a cualquier malandrín que se le ponga enfrente, a pesar de que, en pocas palabras, pudo haber optado por ser una agente de campo de la CIA, se ha quedado detrás de un escritorio y frente a una computadora. La respuesta de Cooper es simple: ella cree que sirve mejor en la oficina, como apoyo de inteligencia del carismático agente secreto Bradley Fine (Jude Law, cual 007 del tipo Roger Moore). Cuando Croker escucha a Cooper justificar que ha detenido su propia carrera por un hombre, la vicepresidenta de la CIA solo musita, exasperada: "¡mujeres!".Spy, sexto largometraje del especialista en comedias femeninas Paul Feig y tercera colaboración del cineasta con la comediante Melissa McCarthy, es la película más claramente feminista del director de Damas en Guerra (2011) y Chicas Armadas y Peligrosas (2013). A lo largo de los 120 minutos de la cinta y entre inspirados momentos de comicidad escatológica, slapstick bien ejecutado, diálogos violentos y monólogos casi montypythonescos (los de un autoparódico Jason Statham), no faltan apuntes como el descrito en el primer párrafo, en los que queda claro que una mujer puede brillar sin estar detrás de un hombre (como la Cooper de McCarthy) o es capaz de heredar y liderar la maléfica organización paterna sin perder su sex-appeal (la villana búlgara interpretada por Rose Byrne), siempre y cuando tenga la confianza necesaria para hacerlo.Por lo mismo, más allá de que el guión de Spy, escrito por el propio cineasta, no sea más que una simple parodia jamesbondesca, la cinta no se muestra tan interesada en ridiculizar los convencionalismos del cine de espionaje como en desarrollar la relación de amistad/rivalidad entre Cooper, la analista transformada en espía, y Rayna (Miss Byrne), la guapa súper-villana encarnada por Miss Byrne. De hecho, si exceptuamos los monólogos de un hilarante Jason Statham como el bravucón y machista espía renegado que no cree que Cooper pueda cumplir con su deber, los mejores gags de la cinta están construidos alrededor de McCarthy (el rolling gag de sus identidades secretas, su enfrentamiento con un matón a quien termina eliminando, su transformación en abusiva guarura malhablada) y de la relación de ella con la malvada Rayna (las one-liners que se recetan son divertidísimas). Al final y como debe de ser, Feig guarda la mejor despedida posible entre su heroína y su villana, un intercambio de insultos por el que es evidente que las dos mujeres se estiman mucho más de lo que creen. Y que, por cierto, no necesitan de bules para nadar. O sea, no necesitan de nosotros, los hombres. O, bueno, sí nos necesitan para una cosa, como queda claro en el desenlace. Menos mal.
Hay una escena clave en Spy: Una Espía Despistada (Spy, EU, 2014), en la que la eficaz pero tímida agente de inteligencia de la CIA Susan Cooper (Melissa McCarthy) es interrogada por su implacable jefa, Elaine Croker (Allison Janney perfecta). En el diálogo, Croker quiere saber por qué, a pesar de que Susan obtuvo las mejores calificaciones en su examen, a pesar de que sabe disparar como el que más, a pesar de que es capaz de partirle su mandarina a gajos a cualquier malandrín que se le ponga enfrente, a pesar de que, en pocas palabras, pudo haber optado por ser una agente de campo de la CIA, se ha quedado detrás de un escritorio y frente a una computadora. La respuesta de Cooper es simple: ella cree que sirve mejor en la oficina, como apoyo de inteligencia del carismático agente secreto Bradley Fine (Jude Law, cual 007 del tipo Roger Moore). Cuando Croker escucha a Cooper justificar que ha detenido su propia carrera por un hombre, la vicepresidenta de la CIA solo musita, exasperada: "¡mujeres!".Spy, sexto largometraje del especialista en comedias femeninas Paul Feig y tercera colaboración del cineasta con la comediante Melissa McCarthy, es la película más claramente feminista del director de Damas en Guerra (2011) y Chicas Armadas y Peligrosas (2013). A lo largo de los 120 minutos de la cinta y entre inspirados momentos de comicidad escatológica, slapstick bien ejecutado, diálogos violentos y monólogos casi montypythonescos (los de un autoparódico Jason Statham), no faltan apuntes como el descrito en el primer párrafo, en los que queda claro que una mujer puede brillar sin estar detrás de un hombre (como la Cooper de McCarthy) o es capaz de heredar y liderar la maléfica organización paterna sin perder su sex-appeal (la villana búlgara interpretada por Rose Byrne), siempre y cuando tenga la confianza necesaria para hacerlo.Por lo mismo, más allá de que el guión de Spy, escrito por el propio cineasta, no sea más que una simple parodia jamesbondesca, la cinta no se muestra tan interesada en ridiculizar los convencionalismos del cine de espionaje como en desarrollar la relación de amistad/rivalidad entre Cooper, la analista transformada en espía, y Rayna (Miss Byrne), la guapa súper-villana encarnada por Miss Byrne. De hecho, si exceptuamos los monólogos de un hilarante Jason Statham como el bravucón y machista espía renegado que no cree que Cooper pueda cumplir con su deber, los mejores gags de la cinta están construidos alrededor de McCarthy (el rolling gag de sus identidades secretas, su enfrentamiento con un matón a quien termina eliminando, su transformación en abusiva guarura malhablada) y de la relación de ella con la malvada Rayna (las one-liners que se recetan son divertidísimas). Al final y como debe de ser, Feig guarda la mejor despedida posible entre su heroína y su villana, un intercambio de insultos por el que es evidente que las dos mujeres se estiman mucho más de lo que creen. Y que, por cierto, no necesitan de bules para nadar. O sea, no necesitan de nosotros, los hombres. O, bueno, sí nos necesitan para una cosa, como queda claro en el desenlace. Menos mal.