Le conocí hace ya más de diez años, me lo presentaron mis amigos de universidad en una cena de Navidad y desde entonces se lo he ido presentando a mis compañeros de trabajo, a mis hermanos, mis cuñados, mi entonces novio...
Hace poco se lo presenté a mi madre, y por supuesto le encantó.
Será ansiedad, deseo o simplemente aburrimiento pero continuamente la cabeza se me va a sus platos para llevarme un tonto calentón y quedarme con las ganas de esos deliciosos fetuccini con espárragos y jamón.
Los spaguetti negro con langostinos tampoco están nada mal y para los menos atrevidos por supuesto la lasaaaaaaaaña.
De las ensaladas destacaría la tropical por ser una de las más originales y sorprendentes en cuanto a mezcla de sabores, frutas y vegetales revueltos con rico aliño.
De los postres no sabría elegir ninguno en concreto, quizá lo mejor es tomarse un sorbete de limón al cava para aligerar un poquito la barriga.
Lo peor es que al ver la cuenta te puedes llevar un disgustillo pues los platos rondan los ocho euros a los que hay que añadir el iva.
Ya se sabe que los refrescos suben bastante el precio, pero lo que más te puede dejar alucinado es el precio del pan. En una cena de amigos llegamos a pagar 20e solo por eso ¿como es posible? Nada más sentarte te ponen una buena cesta de pan recién hecho acompañado de aceite macerado (no estoy segura si en orégano o albahaca o ninguna de las dos) y claro, te cobran casi dos euros por persona (el oro líquido que dice Arguiñano). Pero ¿quién puede resistirse?
Una cosa a destacar es que tienen carta dietética e incluso para celiacos.
Da Nicola se llama el susodicho, está en la fea plaza de los mostenses, al ladito de los musicales de la Gran Vía.
La decoración es muy mediterránea: flores, mesas de piedra, gigantes vasijas y colores alegres. Más familiar que romántico diría yo.
Pero solo lo encontrarás tan vacío de lunes a jueves, el resto de los días mejor ve con tiempo, te tocará esperar en la puerta porque no admiten reservas por teléfono.
¡Ay qué hambre!