Srebrenica: 6 días de julio escritos en rojo (I)

Por Inshalatravel @inshalablog

Hacía ya un tiempo que nuestra inshaler Judit no nos regalaba una de sus historias, y ya la echábamos de menos… En esta ocasión, nos habla de su viaje a Srebrenica, años después de la masacre de 1995, y de sus sensaciones al contemplar aquella tierra y sus gentes. Se trata de un relato en dos partes, aquí os traemos la primera. Disfrutadla y compartid su vivencia con ella… 

Amanece en Sarajevo. El día se ha levantado nublado y, a pesar de ser finales de agosto, la mañana resulta bastante fresca. He quedado en la puerta de la agencia a las 8.30h. En el punto de reunión, coincido con una pareja de turcos que también van a hacer el tour. Llega Tarik, el guía. Nuestro destino está a unas dos horas y media en coche. Hoy voy a Srebrenica.

A unos pocos kilómetros se entra en la República Srpska (la pronunciación es similar a “serbska”), el territorio donde viven la inmensa mayoría de los serbobosnios. Seguimos estando en Bosnia-Herzegovina, pero la sensación de haber entrado en un lugar diferente es absoluta. En los pueblos ondean banderas que comparten los mismos colores que la enseña de la vecina Serbia, los letreros están escritos en cirílico y las mezquitas que caracterizan el paisaje sarajevita se sustituyen casi en su mayoría por iglesias ortodoxas.

Tarik nos comenta que en prácticamente todos los pueblos que atravesamos la población es 100% serbobosnia. Quizás sea una sensación mía, pero se le nota un poco incómodo, aunque las gafas de sol logran ocultar su mirada. Posiblemente, esté asqueado de hablar de la guerra que masacró su país y que él vivió en primera persona siendo un adolescente, sobreviviendo al cerco de Sarajevo, pero antepone su profesionalidad y responde a todas nuestras preguntas. El hombre turco le pregunta si sabe de serbios o serbobosnios que visiten Srebrenica. Tarik dice que por lo que él sabe, prácticamente nadie de esas etnias visita Srebrenica.

“En la entrada, un número, 8372…”
(Fotografía: Judit Urquijo)

La carretera serpentea a través de puertos de montaña, desvelando un abrupto paisaje que bien podría pasar por una pequeña Suiza o confundirse con zonas del norte de la Península Ibérica, con pequeñas granjas dispersas que salpican aquí y allá las escasas superficies llanas que permiten el ejercicio de la agricultura. Resulta paradójico que Europa se desangrara una vez más en un lugar tan bucólico.

Poco antes de llegar, Tarik señala unas naves industriales junto a la carretera. Comenta que un grupo de forenses encontró evidencias de que ahí se cometieron numerosas ejecuciones.

Llegamos a Potočari, donde se encuentra el memorial a las víctimas. Apenas hay gente. La quietud del lugar impresiona y sobrecoge. En la entrada, un número, 8372, y una inscripción en bosnio que, traducida, hace referencia a que el número de víctimas no es definitivo. Cientos de tumbas de color blanco y tierra abombadas se alinean en perfecta geometría, contrastando con el verde del césped circundante. En todas, el mismo año de fallecimiento, 1995.

6 días de julio escritos en rojo. Un #viaje a la memoria de #Srebrenica, con @jurquijophoto

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No recuerdo qué hacía yo durante aquellos días de julio de 1995. Posiblemente, disfrutar de las vacaciones tras los últimos exámenes, pensar en salir de fiesta aprovechando los meses de verano… nada distinto a lo que hubiesen hecho en condiciones normales los bosnios de mi edad asesinados en Srebrenica. Tan solo me separaban de ellos 1800 km en línea recta, poco más que un viaje de ida y vuelta desde donde vivo hasta Tarifa.

“…me mocioné cuando la vi…”
(Fotografía: Judit Urquijo)

No me avergüenza decir que me emocioné cuando la vi. Allí está ella, con un hiyab de color claro cubriéndole el cabello, entre aquella multitud de tumbas, como si hubiese echado raíces junto a los suyos, con un libro en las manos, leyendo o rezando, por ella, por los allí sepultados, por todos nosotros. Quién sabe. No parece percatarse de mi presencia. Físicamente, vive, aunque quizás murió hace muchos años.

Supongo que cuando te arrebatan aquello que más quieres de una forma tan miserable, pensar que te oyen mientras les susurras junto a sus tumbas reconforta. Quizás de ahí la aleya del Corán inscrita en cada lápida: “No digáis de los que han muerto luchando en el camino de Allah que están muertos, porque están vivos aunque no os deis cuenta”. Es el único consuelo que les queda a las viudas de Srebrenica, intentar atenazar el pasado, como aquella mujer que guardaba los cuadernos del colegio de sus dos hijos de 18 y 20 años, asesinados junto con su marido, con el único objetivo de recordar que una vez tuvo una familia y no caer en la tentación de pensar que todo fue fruto de su imaginación.

Un gato negro me mira entre las tumbas.
Sus ojos felinos parecen preguntar por qué le abandonamos.

Recorro despacio los aproximadamente 300 metros cuadrados donde están grabados los miles de nombres de los fallecidos en la masacre. Padres, hijos, hermanos, la inmensa mayoría hombres, aunque también hubo alguna mujer. Muchas sobrevivieron después de ser vejadas y violadas. Los apellidos se repiten, siete, ocho veces, uno tras otro, cayendo como losas sobre la conciencia. Algunas flores marchitas reposan sobre la piedra.

“Algunas flores marchitas reposan sobre la piedra” (Fotografía: Judit Urquijo)

Continuará…

                                                        Judit Urquijo

                                                                    www.jurquijophoto.com

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