El día anterior había sido un día marcado por avisos de lo que sucedería al día siguiente. Además de los sucedido con el desertor, todas las familias de los diplomáticos alemanes había abandonado Moscú y en la embajada las chimeneas no dejaban de expulsar el humo de los documentos que estaban quemando. El Comisario de Comercio Exterior informó que todos los barcos mercantes alemanes en puertos soviéticos habían levado anclas precipitadamente sin terminar las labores de carga y descarga. El Alto Mando Soviético aportó noticias de ruido de motores y cadenas de blindados al otro lado de la frontera y solicitó el estado de alarma. Stalin lo prohibió, no atendió a ninguna de las informaciones que recibió, hasta se relajó más de lo habitual en un hombre que solía pasar toda la noche despierto en su despacho. Esa noche se retiró a las dos de la madrugada y se fue a dormir a su dacha en el campo, dónde le despertó la llamada de Zhúkov.
En una dictadura de terror como la que creó Stalin, nadie osaba criticar u oponerse a las ordenes de su máximo dirigente. Stalin era un paranoico que veía conspiraciones por todas partes y confundía sus divagaciones con la realidad, por eso se negó a ver lo que estaba realmente sucediendo. Encima Molotov, le dijo que: "Solo un loco nos atacaría".
En la madrugada del 22 de junio de 1941 los cañones alemanes empezaron a escupir fuego y Stalin seguía negando la evidencia. Decía que era un incidente fuera del control de Hitler o que tan solo era una forma de presión, pero no una invasión auténtica, porque los alemanes tan ceremoniosos habrían declarado oficialmente la guerra. El único movimiento militar que ordenó fue que se repelieran los ataques pero sin cruzar la frontera.
Los días que siguen hunden en el pozo de la depresión al líder soviético. El ejército rojo perdía en todos los frente, la aviación casi había desaparecido y los alemanes habían avanzado cientos de kilómetros haciendo millones de prisioneros. Tan malas noticias hicieron que el día 27 Stalin huyera a su dacha.
Tras tres días encerrado sin hacer nada, finalmente se recompuso, regresó al Kremlin y tomó el mando de la situación. El 3 de julio se dirigió por radio al pueblo y les lanzó una arenga que finalizaba con: "¡Adelante, hacia la Victoria!".
Para saber más:
El Español
Operación Barbarroja, de Christian Hartmann
Stalin and His Generals: Soviet Military Memoirs of World War II, de Seweryn Bialer
Revista de Historia
Britannica
Speakola