Abrams, que ha confesado en repetidas ocasiones que nunca fue fan de la saga, ha sido capaz de elaborar un producto dirigido tanto a los aficionados veteranos (que contiene muchos guiños procedentes de la anterior continuidad dirigidos a ellos) como a los que nunca tuvieron demasiado interés en la misma. Esta nueva Star Trek es mucho más dinámica. Sigue interesada en la resolución de dilemas éticos y morales, pero sus personajes son mucho más imperfectos y, por lo tanto más humanos. Además, en esta entrega el espectador puede visitar, con todo lujo de detalles - gracias a un extraordinario diseño de producción - dos famosas ciudades imaginadas dentro de trescientos años: San Francisco y Londres.
Star Trek: en la oscuridad comienza con un claro homenaje a la primera escena de En busca del Arca perdida, mostrándonos una magnífica persecución en un planeta exótico. A partir de ahí y como sucedía en la saga de Spielberg, la película no ofrece respiro al espectador, pero lo hace de la mejor manera posible: acogiéndose a una trama coherente, basada ante todo en el carisma del villano, interpretado con solvencia por Benedict Cumberbatch, que con su aspecto de hombre corriente resulta mucho más terrorífico que otros de apariencia mucho más estrambótica.
Como sucede de manera recurrente con el cine de Hollywood en los últimos años, la película también funciona como una parábola sobre los peligros del terrorismo y hay una escena muy explícita, casi al final, que alude a los atentados del 11 de septiembre. Pero, quitando esta referencia política, Star Trek: en la oscuridad se erige como un ejemplo modélico de cine de aventuras en su modalidad de space opera, lo cual alimenta las expectativas acerca de la visión que Abrams ofrezca próximamente de la saga de Star Wars.