Star Wars: El camino de la Fuerza nº04

Publicado el 11 abril 2017 por Actiontales


Título: Episodio IV
Autor: Francesc Marí
Portada: Jessica Parrando
Publicado en: Abril 2017
Ornesha y Lonus han llegado a Cadannia a pesar de qué son conscientes de lo que buscan, no pueden ni imaginarse lo que les espera escondido entre las frondas junglas del planeta.


Hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana...

Creado por George Lucas
 
Las estrellas habían dejado de ser puntitos en el oscuro infinito de la galaxia, para convertirse en cortos haces de luz que la nave de los jedis dejaba tras ella. Era lo que tenía la velocidad de la luz, parecía que te introdujeras en un túnel del que era imposible salir, tanto por la estrechez de sus paredes como por la extrema velocidad que alcanzaban las naves. Sin embargo, sino fuera por esta agobiante forma de viajar, aquel viaje al Borde Medio, hubiera durado semanas.
Lonus estaba recostado en el asiento del piloto, sin perder de vista en ningún momento todos los indicadores de estabilidad, velocidad o estado del combustible de la nave.
—Así que, ¿dónde nos ha enviado esta vez el maestro Skywalker? —preguntó haciendo girar su asiento mirando como Ornesha estaba leyendo los archivos en uno de los ordenadores de a bordo.
Distraídamente, la twi’lek dejó de lado el texto de la pantalla y se encaró con su antiguo padawan.
—Aparentemente, casi toda la superficie del planeta está cubierta por una espesa capa de bosques selváticos, tan densa, que nunca se ha registrado ningún tipo de asentamiento…
—Vale, no habrá indígenas —intervino Lonus.
—Bueno, no, en algunas ocasiones se sabe que el planeta ha sido utilizado por piratas y contrabandistas para hacer escala, pero desde antes del Imperio que no ha habido evidencias de esta situación.
—¿Algún monstruo gigantesco al que tengamos que enfrentarnos arriesgando nuestras vidas? —preguntó el humano con escepticismo.
—Por lo que veo, debido al reducido espacio que hay en la superficie, no existen grandes criaturas.
—Bien —afirmó Lonus.
—Yo no me alegraría tanto, por lo que dicen las investigaciones, este planeta está plagado de criaturas y plantas peligrosas, no tanto por su tamaño, sino por los potentes venenos y toxinas que poseen… La mayoría de ellos mortales para los humanos.
—¡Qué bien! —exclamó con sarcasmo Lonus—. ¿Y para los twi’lek no?
—Seguramente, la mayoría de especies mamíferas de la galaxia deben sufrir igualmente sus efectos —respondió ofendida ella.
—¿Algo más que nos justifique la visita de este «paraíso»?
—Pues sí, algo de lo que deberíamos estar más preocupados que los venenos.
—¿A sí?
—Una planta llamada senflax.
—¿Un planta?
—Emite una toxina en forma de esporas que bloquea los centros nerviosos del cerebro y consigue que aquellos que tienen una conexión con la Fuerza, la pierdan.
—¿No me jodas?
Ella afirmó con la cabeza.
—Por lo que si nos encontramos con estas plantas, dejaremos de tener los poderes con los que cuenta todo jedi —explicó mientras Lonus la observaba perplejo.
—Ahora que lo pienso, si bloquean la Fuerza, ¿cómo es posible que hayamos detectado la señal? —preguntó Lonus haciendo una mueca de incomprensión.
—Porque bloquean las capacidades, pero no la emisión. Si te pusieras en medio de un bosque con plantas de estas, tú no podrías usar la Fuerza, pero los de fuera podrían saber que la puedes usar —explicó Ornesha regresando al asiento del copiloto.
—¿Y qué haremos ahora? —preguntó el humano mirando de reojo a su pareja.
—Lo mejor será que actuemos lo más rápido posible. Localizamos el punto de origen de la señal, aterrizamos lo más cerca posible, comprobamos si hay alguien o algo que podamos recoger, y nos largamos inmediatamente de aquí.
—A sus órdenes, capitán —contestó Lonus volviendo a encararse con los controles.
Minutos después, los indicadores de control les notificaron que habían llegado al sistema Cadannia. Lonus bajó lentamente la palanca del motor de hipervelocidad, y los haces de luz que se veían desde las ventanas de la cabina, volvieron a ser los puntitos que todos conocemos como estrellas.
No muy lejos de ellos, pudieron ver como un enorme planeta de color verde les saludaba, mientras suaves remolinos de nubes blancas flotaban sobre la jungla que cubría toda la superficie.
Lonus desactivó el piloto automático y cogió los controles de navegación, haciendo que la nave dejara de volar en una perfecta línea recta, para pasar a recorrer una curva a la vez que se acercaba a la órbita del planeta.
—Los sensores detectaron la fuente de Fuerza no muy lejos del cuadrante sur del planeta —explicó Ornesha a la vez que señalaba hacia la parte inferior del planeta.
—Activa los sistemas de análisis, e intentaremos localizar con mayor precisión el origen —contestó Lonus.
Ornesha pulsó un par de botones de los que tenía en frente, haciendo que un radar se activara, en el que podían ver como una onda azul emitían un pitido cada vez que se expandía.
—Vamos bien —dijo Ornesha leyendo los datos de los controles de rastreo.
Lonus hizo que la nave trazara un largo descenso mientras la gravedad del planeta la atraía hacia él. Poco a poco, así como se iban acercando a la superficie del planeta, los cielos dejaron de ser negros y pasaron a tener el color azul celeste que todos conocemos.
El sensor empezó a pitar de forma cada vez más continúa, hasta que Ornesha lo paró.
—Creo que hemos llegado —anunció.
Lonus miró hacia a fuera, buscando un claro lo suficientemente amplio para hacer aterrizar la nave.
No muy lejos había un espacio en el que parecía que su nave pudiera caber, así que se acercó a él e hizo que el aparato empezara a descender. Abrió el tren de aterrizaje y, con suma suavidad, consiguió que la nave se posará sobre una zona cubierta de espesos arbustos.
El jedi detuvo los motores y apagó todos los sistemas. Por su parte, Ornesha ya se había levantado y estaba preparando una mochila con todo lo necesario: agua, un sensor portátil, un equipo de antídotos.
Sin decirse nada, ambos cogieron lo que necesitaron, abrieron la compuerta trasera y salieron al exterior.
Mientras la puerta de la nave se cerraba tras ellos, pudieron comprobar como el alto porcentaje de humedad del planeta les empezaba a hacer sudar, por el simple hecho de estar en el planeta.
—No quiero imaginar lo que sudaremos cuando empecemos a andar —dijo Lonus limpiándose las gotas de sudor que ya descendían por su frente.
Ornesha sonrió y activó el sensor, que empezó a emitir una serie de pitidos indicándoles hacia donde tenían que ir. Sin decir nada, la twi’lek emprendió la marcha seguida de cerca por Lonus, que refunfuñaba a cada paso que daba.
Antes de sumergirse en la espesa jungla que se alzaba ante ellos, Lonus activó la señal de rastreo de la nave para poder encontrarla después. Y pudo comprobar como Vynks tenía razón, el aspecto exterior de aquella nave, en mitad de aquella jungla, daba a entender que había llegado años atrás y estaba completamente abandonada.
—¿Vienes o no? —preguntó Ornesha.
Lonus dio un pequeño sprint y se acercó a ella, cubierto en una capa de sudor de la que no se desharía hasta que regresara a Coruscant.
El avance era lento, tras dejar atrás el pequeño claro, la jungla se espesaba de una forma extraordinaria. Los árboles cada vez estaban más juntos, sus copas era más bajas. Los arbusto, que al principio no les llegaban a la rodilla, a cada paso que daban eran un palmo más altos. La luz que pasaba entre las hojas era más bien escasa, y se veía atenuada por la densa capa de vegetación que tenía que cruzar antes de llegar a ellos.
—¿Ya sabes a dónde vamos? —preguntó Lonus tropezando con lo que esperó que fuera la raíz de un árbol.
—Sí… O eso creo —respondió entre titubeos Ornesha.
Además, los sonidos que los rodeaban no eran nada alentadores. Ellos eran jedis, no podían temer a ninguna criatura que estuviera rodeada por la Fuerza, sin embargo los chasquidos, silbidos y demás extrañas formas de comunicación animal que se oían, hacían que se les erizase el vello de la espalda.
De repente, Ornesha se detuvo alzando la cabeza a su alrededor, y provocando que Lonus chocara con ella.
—¿Se puede saber por qué te paras? —preguntó mientras despegaba su piel de la de la twi’lek.
—Parece que hemos llegado —contestó ella.
—¿Cómo que parece?
—El sensor está detectando un aumento de la Fuerza.
—Y eso, ¿qué quiere decir?
—¿No lo ves? —insistió ella enseñándole la pantalla del sensor.
Lonus observó el aparato y vio como el pequeño radar indicaba el centro de la pantalla.
—Vale, vale —respondió él.
—Sin embargo, esto parece extraño —prosiguió Ornesha.
—¿El qué?
—Si realmente en este lugar, justo aquí, existe una poderosa fuente de Fuerza, ¿cómo es que ninguno de los dos sentimos ninguna alteración en la Fuerza? —planteó frunciendo el ceño.
Al captar la idea planteada por Ornesha, Lonus empezó a mirar a su alrededor en busca de alguien escondido en la frondosidad de la jungla, sin embargo, la espesura en seguida era demasiada como para distinguir nada. Ante la imposibilidad de encontrar nada en aquella jungla, una idea cruzó su mente, llevándolo a mirar hacia sus pies, que se perdían entre un mar de plantas de color verdoso.
—Una pregunta, Ornesha, ¿qué aspecto tiene esa planta…? ¿Cómo se llamaba?
—¿Te refieres a la senflax?
—Exactamente —respondió él sin apartar la mirada del suelo.
—Hojas anchas, verdes y con nervios amarillentos, con el tallo de un amarillo mucho más oscuro.
—¿Algo parecido a las plantas que estamos pisando? —preguntó él sin apenas sorprenderse por la casualidad.
Ornesha bajó la cabeza y, al ver lo que tenía entre los pies, abrió los ojos de par.
—¡Mierda! —exclamó.
—Ahora, ya sabes porqué el sensor detecta la Fuerza, pero nosotros no percibimos nada.
—So-Sobretodo que la savia de estas plantas no te toque la piel.
—¿Por?
—El líquido que destilan estas plantas provocan fuertes parálisis musculares en la zona de contacto.
—¡¿Y ahora me lo dices?! ¡¿Cuando ya estamos metidos hasta el cuello?! —protestó Lonus.
—Tú, simplemente, anda con cuidado.
Lonus sacudió la cabeza como si no se creyera lo que estaba viviendo.
—Un jedi sin Fuerza, ¿dónde se habrá visto? —refunfuñó el humano.
Haciendo caso omiso a las quejas de su compañero, Ornesha prosiguió con la misión.
—Vamos a dar una vuelta alrededor de este punto, a ver si descubrimos el origen de la fuente.
Lonus no respondió, seguía enfurruñado en sus protestas, pero siguió atentamente los pasos de la twi’lek.
Si hasta entonces el paseo había sido lento, ahora que además debían andar con cuidado, se ralentizó todavía más. Antes de dar el siguiente paso, Ornesha comprobaba donde ponía el pie, para después desplazarlo lentamente, para pasar al siguiente. Por su parte, Lonus hacia lo propio, pero poniendo gran atención en pisar justo dónde la twi’lek lo había hecho.
—¿Estaremos mucho más rato así? —preguntó Lonus cuando habían recorrido apenas una veintena de metros en cinco minutos.
—No lo sé, y permanece atento, recuerda que no podemos recurrir a la Fuerza —le advirtió ella.
—Ya, ya. En lugar de estar investigando a los misteriosos atacantes sith, estamos aquí, en la otra punta de la Galaxia paseando al paso del caracol —dijo Lonus cargando cada palabra con un tono extremadamente sarcástico.
—Cállate y vigila —contestó ella.
Lonus hizo una mueca antes de empezar a hablar, pero sus palabras nunca se oyeron porque un chasquido indicó que había pisado justo donde no debía. Instantes después una rama horizontal salió lanzada de detrás de un árbol, justo a la altura de sus cabezas.
—¡Cuidado! —exclamó Ornesha.
Pero Lonus no tuvo tiempo de reaccionar, solo pudo levantar la manos intentando recurrir a la Fuerza, pero la rama impactó contra su cara, haciéndole caer de espaldas al suelo.
—Levántate con mucho cuidado —dijo Ornesha doblando las rodillas con cuidado, al mismo tiempo que alargaba una mano hacia Lonus para ayudarle.
El jedi empezó a incorporarse, procurando no reventar ninguna de las plantas que tenían a sus pies. Solo le hubiera faltado que, además de perder la Fuerza, se le hubiera paralizado medio cuerpo por culpa de aquellas plantas.
Cuando casi estuvo de pie, la figura de un hombre apareció de la nada lanzando un potente puñetazo con la mano izquierda contra la cara de un sorprendido Lonus, haciéndole caer de nuevo.
Esta vez Lonus no hizo el intento de levantarse, y Ornesha se puso en guardia activando su sable láser.
Frente a ellos, de pie y sin miedo a pisar las plantas, había un humano. Observándolo bien, Ornesha pudo ver que aquel hombre rondaba el centenar de años, si no más. Era un anciano. Su tez oscura contrastaba con la frondosa barba blanca que decoraba su cara. Su cabeza afeitada brillaba bajo un pequeño rayo de luz que pasaba entre las copas de los árboles, y vestía una túnica de tonos marrones desgastada por el paso del tiempo, que ocultaba su brazo derecho. Era un jedi.
—¿Se puede saber qué hacéis aquí? —les espetó con una voz grave y autoritaria.
 
Una estruendosa explosión truncó la paz del desértico planeta de Tatooine, provocando un eco que se extendió quilómetros a la redonda, haciendo que la arena se levantara a su paso. El gigantesco palacio de Jabba el Hutt había desaparecido tras una cortina de llamas, cenizas y rocas.
De entre la nube de polvo que se había levantado en la colina, en la que una vez se alzó el lugar de residencia del temible Hutt, aparecieron dos figuras. La de la derecha era una mujer twi’lek de piel rosada, andaba con los ojos cerrados para evitar que la arena le entrara en ellos; la de la izquierda era un hombre humano, con el cabello muy corto de color negro, que no paraba de toser de forma casi tan estruendosa como la explosión que los había precedido.
—¿Crees que será suficiente? —preguntó el hombre sin dejar de toser.
—Supongo que sí, mi joven padawan —respondió ella limpiándose la cara de la arena que había quedado pegada a su cuerpo sudoroso.
—Te he dicho mil veces que no me llames así, hace años que deje de ser tu padawan —protestó el hombre.
—Lo sé, Lonus, lo sé. Ahora ocupas un lugar muy diferente en mi vida —respondió ella con sorna mientras que ayudaba al humano a acabar de quitarse la arena de encima, dejando a la vista la cara mal afeitada de un treintañero—. No protestes más y regresemos a Coruscant cuanto antes —añadió dándole un cariñoso beso en los labios.
Antes de que el joven Lonus pudiera disfrutar con lo que la twi’lek le había obsequiado, un enorme rancor atravesó la cortina de polvo arrastrando con él parte de uno de los muros del palacio que los dos jedis habían dejado atrás.
Al detectar el peligro, la twi’lek y el humano apretaron los activadores de sus sables al unísono, dejando ver sus luminosas hojas, al mismo tiempo que se ponían en posición de ataque.
—¡Por la Fuerza! ¿Qué no mueren nunca estos bichos? —exclamó Lonus.
La twi’lek lo observó con una sonrisa, Lonus Naa era incorregible, nunca dejaría de ser el chico de los barrios bajos de Coruscant.
—Yo me encargo —anunció la joven maestro twi’lek de piel rosada empezando a correr hacia el rancor.
Sin embargo, se acercó demasiado al inmenso animal, que, sin dudarlo, le propinó tal golpe que la lanzó contra una roca a varios metros de distancia. Preocupado por su compañera, Lonus realizó un potente salto aprovechando la Fuerza que lo acercó donde la twi’lek estaba tendida bocabajo.
—¿Estás bien, Ornesha? —preguntó Lonus haciendo girar a la jedi.
—De momento… Sí —respondió Ornesha al quedarse bocarriba.
No tenían demasiado tiempo antes que el monstruoso rancor los atrapara, así que Lonus ayudó a Ornesha a levantarse. Ambos jedis se miraron y ambos pensaron los mismo: «¿Tienes un plan?». Al ver la expresión de horror del otro, los dos empezaron a tejer estratagemas en sus mentes, algo que les permitiera sobrevivir. Pensaban tan rápido como sus mentes les permitían, mirándose entre ellos a la vez que esperaban con los sables alzados a que el rancor estuviera sobre ellos. Todos los planes que se les ocurrían eran rápidamente descartados por ser demasiado descabellados, o por no tener tiempo para llevarlos a cabo. Pero, al fin, Lonus dio con el más adecuado:
—Tengo una idea… ¡Corre! —gritó el jedi justo cuando tenían el rancor prácticamente encima.
Sin que Lonus tuviera que repetírselo dos veces, Ornesha empezó a correr a su lado haciendo que las dos colas de su cabeza se bambolearan tras ella. A pesar que corrían tanto como sus piernas y la Fuerza les permitían, el enorme animal no dejaba de ganar terreno a cada paso que daba.
A medida que avanzaban y abandonaban la colina, sus pies se ralentizaban al intentar correr sobre la espesa arena del desierto de Tatooine. Solo tenían dos salidas, morir atrapados por el rancor o hundidos en arenas movedizas; o bien se enfrentaban al gigantesco animal.
Los años pasados como maestro y aprendiz, así como los años como pareja, les había permitido tener una comunicación en la que no necesitaban palabras para entenderse mutuamente. Tan solo con una mirada, supieron lo que tenían que hacer.
Súbitamente, los dos jedis se detuvieron y, girando sobre sus talones, emprendieron de nuevo la marcha en dirección opuesta, hacia el rancor. El monstruo intentó cogerles cuando ambos pasaron entre sus piernas, pero los jedis lo evitaron con una velocidad casi sobrehumana. Antes de que el rancor pudiera darse la vuelta para capturarlos, la pareja de jedis aprovechó la agilidad que les proporcionaba la Fuerza, para saltar sobre la espalda de la criatura.
El monstruo se sacudía para sacarse de encima a los jedis, pero estos mantenían el equilibrio esperando el momento oportuno para clavar sendos sables en la cabeza del enorme rancor.
Pero cuando los dos estaban empuñando sus armas a punto de asestar el golpe mortal, una descomunal garra cogió a Lonus. El rancor parecía tener intención de comerse al jedi humano para desayunar, y Lonus tenía poco que objetar, ya que la fuerza con la que estrujaba su cuerpo le impedía pensar con claridad. El monstruo abrió sus mandíbulas tanto como pudo y se acercó el desafortunado jedi.
Lonus podía sentir el calor interno del cuerpo del rancor, así como el hedor que desprendía su garganta. De repente, sintió como una gran gota de baba se desprendía del paladar de la criatura y caía sobre su cabeza.
—Mira que morir de este modo —dijo Lonus desesperanzado—. Yo hubiera querido hacerlo luchando contra un poderoso sith. Como un jedi. Como un héroe…
Antes que las lamentaciones de Lonus fueran definitivamente ahogadas en baba de rancor, una potente luz verde iluminó el interior de la cavidad bucal del monstruo, haciendo que este rugiera de dolor. Lonus comprendió lo que sucedía, el resplandor verde procedía del sable de luz de Ornesha.
Evitando pensar en la presión que todavía ejercía la garra del rancor sobre su cuerpo, Lonus desenvainó su sable de color azul y atravesó una vez tras otra el paladar de la criatura.
Tras tambalearse hacia adelante y hacia atrás en diversas ocasiones, como si su cerebro se negase a morir, el rancor, finalmente, se desplomó sobre la arena, sin vida.
Después de bajar de la espalda del monstruo, Ornesha sacudió la cabeza para que todo lo que daba vueltas volviera a su lugar. Acababa de comprobar que cabalgar a lomos de un rancor no era bueno para el mareo.
Cuando estuvo recuperada, Ornesha pudo ver como Lonus peleaba por salir de entre las dientes del rancor y por desprenderse de los grandes dedos que todavía lo atenazaban.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó Ornesha al ver como Lonus se acercaba tambaleándose a ella con la mitad superior del cuerpo cubierto por espesas babas de rancor.
—No muy bien, la verdad —afirmó Lonus con sarcasmo—. Casi me ahogo ahí dentro, no veas como le cantaba el aliento a ese bicho —explicó el jedi, que desprendía un hedor muy fuerte, proveniente de las babas del rancor que se descolgaban desde su cabeza hasta la arena del desierto.
—Bueno, no te preocupes —contestó Ornesha—, ahora nos queda un largo trayecto hasta el puerto de Mos Eisley. Así que tienes tiempo para quitarte de encima todo esta… Porquería —añadió señalando a Lonus con asco.
Emprendieron la marcha dejando atrás los restos del castillo de Jabba el Hutt y los despojos del rancor. A cada paso, Lonus protestaba mientras intentaba limpiarse, sin éxito, las babas del rancor. Sin embargo, Ornesha no le prestaba atención, su cabeza estaba dándole vueltas a otra cosa.
—Resulta extraño, ¿no crees? —preguntó la jedi.
—No creo, ahora solo odio…
—Ya sabes qué dirían los maestros del consejo. El odio lleva a la ira, la ira…
—No me vengas ahora con viejos refranes de antes de la guerra —protestó Lonus, pero después añadió—: ¿Qué te resulta extraño?
—Veamos, de golpe recibimos avisos de nuestros informadores en el planeta de que ha sido visto un sith.
—Exacto.
—En pocos días venimos nosotros, y no encontramos ni al supuesto sith, ni a los informadores, ni a nadie que quiera decirnos si el rumor era cierto.
Lonus afirmó con la cabeza, no podía abrir la boca ya que un goterón de babas de rancor estaba resbalando por su frente.
—Pero, justo cuando íbamos a abandonar el planeta y marcharnos creyendo que era un rumor, aparece un vendedor ambulante por pura «casualidad» que nos explica que el sith se encontraba en el palacio de Jabba.
Lonus no dijo nada, sabía que Ornesha seguiría pensando en voz alta.
—Nos creemos la información, vamos al lugar y descubrimos restos de comida y hogueras que nos confirman que durante la última semana alguien había estado allí.
—¿Y?
—Pues que ni los informadores, ni nadie del pueblo, ni tan siquiera el misterioso vendedor nos dijo que todavía quedaba un rancor.
—¿Y? —insistió Lonus, cuyos nervios empezaban a crisparse por culpa de las babas y los rodeos de Ornesha.
—¿Es que no lo ves? —preguntó la twi’lek ofendida.
El otro negó con la cabeza.
—Alguien quería que no saliéramos con vida de ese palacio. Esperaba que el rancor acabara con nosotros.
Lonus lo miró abriendo los ojos y la boca de par en par, pero tuvo que cerrarlos antes de que más babas entraran en ellos.
—Debemos informar cuantos antes al consejo de que alguien pretende matar a los jedis.
—Eres un poco exagerada, ¿no crees? —repuso Lonus—. Vale, han intentado matarnos, pero eso no significa que quieran acabar con todos los jedis.
—Sí, pero como mínimo quiere decir que alguien no quiere que investiguemos en este planeta…
—O sobre los sith —dijo Lonus terminando la frase de su compañera.
Ambos se miraron a la vez sorprendidos y asustados, por lo que aquello podía significar.
—De acuerdo, eso sí que te lo compro —afirmó Lonus aceptando que la reflexión de Ornesha tenía fundamentos.
El resto del día, estuvieron andando por la densa arena del desierto de Tatooine hasta que llegaron a Mos Eisley, pero lo hicieron apenas sin hablar. Lonus estaba extremadamente enfadado por no conseguir quitarse de encima por completo ni las babas del rancor, ni su hedor. Y su enfado no menguó cuando entraron en el puerto espacial. Solo cruzar las puertas de la ciudad, toda la gente que andaba de un lugar a otro, compraba comida en el mercado o, simplemente, trapicheaba en las esquinas, se apartaron de los jedis. No porque fueran jedis, sino por el horrible olor que desprendía Lonus.
—Rápido, vayámonos de aquí —dijo Lonus viendo cómo la gente lo trataba como un paria.
—¿No quieres limpiarte primero? —preguntó Ornesha.
—No, no, ya lo haré cuando lleguemos a Coruscant —respondió Lonus acelerando el paso dirigiéndose hacia el hangar en el que había su vehículo de transporte.
Así que, apenas habiendo llegado a Mos Eisley, ya estaban abandonando el puerto espacial y el planeta a toda prisa.
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