Star Wars: El camino de la Fuerza nº10

Publicado el 03 enero 2018 por Actiontales


Título: Episodio X
Autor: Francesc Marí
Portada: Aaron H
Publicado en: Enero 2018
Al fin, tras muchos rodeos, la jedi Ornesha Lera podrá enfrentarse a la nueva amenaza sith que ha puesto en jaque a la Nueva Orden Jedi… Y será lo que menos espera.


Hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana...

Creado por George Lucas
 
 Los acólitos sith la arrojaron a los pies de la figura encapuchada. Ornesha no pudo evitar golpear dolorosamente con sus rodillas contra el suelo. El misterioso maestro sith se acercó a ella, y la twi’lek pudo sentir que desprendía un extraño calor, como si en su interior tuviera todos los altos hornos de la zona industrial de Coruscant. Era desagradable y aterrador, y más cuando el sith cogió su sable y con una mano oculta bajo un guante, lo partió por la mitad fundiéndolo.
—Fuiste tú el que nos enviaste aquella prueba falsa de Tatooine —dijo Ornesha intentando entrever quién se ocultaba bajo aquella capucha.
—Claro —le espetó con un bufido aquella voz cavernosa—. Pero desafortunadamente el consejo jedi solo os envío a ti y al inútil de tu aprendiz. Con aquella estratagema contaba encontrar el Templo desguarecido para poder hacerme con él.
—¿Y qué hubieras hecho? El Templo Jedi no es más que un edificio. ¿Qué hay en él para que  quieras conquistarlo? —preguntó Ornesha.
—Conocimientos. —La voz que le respondió ya no era la misma terrorífica que procedía de los acólitos. En su lugar era la voz de una mujer.
—¿Qué eres? —preguntó Ornesha temiéndose lo peor.
La mujer pareció carcajearse en su cara.
—¿Me crees tan estúpida como para revelarte mis planes?
—No pasaría nada si lo hicieras, estás a punto de acabar con mi vida, ¿no?
—¿Eso crees? Me subestimas, tengo otros planes para ti —respondió la sith antes de ordenar con un gesto a sus acólitos para que encadenaran a la twi’lek—. Serás la líder de mis ejércitos. A partir de mañana serás mi nueva aprendiz —concluyó entre diabólicas risas.
Ornesha pareció ceder a las exigencias de su captora, pero solo hasta que tuvo a mano uno de los sables de uno de aquellos descerebrados sith. Con la fuerza lo atrajo hacia ella, activándolo al instante para partir por la mitad a los dos pobres desgraciados que pretendían ser sus carceleros. De un saltó regresó a la tarima y acercó la hoja del sable robado al cuello de la encapuchada.
Por el rabillo del ojo pudo ver como las decenas de acólitos daban un paso hacia ellas, listos para defender a su maestra.
—Si alguno de tus aprendices se mueve, te rebano el cuello —amenazó la twi’lek.
A pesar de ser una jedi, una guardiana de la paz, Ornesha sabía que de aquella amenaza dependía su supervivencia.
—¿Crees que con esto tendrás suficiente? —preguntó la sith sin inmutarse—. Antes de que tengas tiempo de mover este sable un centenar de mis hombres te habrán desmembrado con sus manos.
Ornesha miró bajo la capucha, estableciendo contacto visual con aquellos ojos encendidos en rojo.
—No sabes a qué te enfrentas —le advirtió la sith.
—Y tú tampoco —contestó la twi’lek.
—¿A qué te refieres?
—De momento has podido controlar a tus aprendices, pero un día se rebelarán, y con la primera que acabarán, serás tú.
La sith volvió a reír.
—Mira que eres estúpida, jedi. Estos seres no son aprendices, apenas podría decir que son personas, y mucho menos sith.
Ornesha frunció el ceño sin comprender a que se refería su rival, que parecía no percatarse de la hoja láser que tenía a ras de cuello.
—Para qué tener un solo aprendiz perfecto, que algún día pueda matarme, cuando puedo tener a un todo un ejército, obediente, leal y prescindible —explicó la sith—. Supongo que los jedi ya habréis examinado a alguno de sus cuerpos y habréis descubierto que son…
—Cascarones vacíos, muertos vivientes —dijo Ornesha concluyendo la frase de la sith.
—Vuestras sospechas eran ciertas —terminó la mujer.
A pesar de que tanto ella como los maestros habían tenido en cuenta en aquella posibilidad, Ornesha se quedó desconcertada y, para su desgracia, también desconcentrada.
Sin que la twi’lek pudiera reaccionar, la sith pegó un salto hacia atrás, alejándose de la hoja que blandía Ornesha. La jedi no pudo más que imaginarse lo peor, morir bajo un montón de sith enloquecidos sedientos de sangre, pero ninguno de los acólitos se movió un ápice.
—¿No ordenas que me ataquen? —preguntó.
—¿Para qué? Si puedo tener el placer de acabar personalmente contigo —contestó la mujer.
Habiendo dicho estas palabras, mientras Ornesha esperaba que atacase, la sith se desprendió de la túnica y la capucha, dejando a la vista la parte superior de su cuerpo. Tenía el aspecto de una mujer humana, vestida con unos anchos pantalones negros que cubrían sus piernas, al igual de unas botas de piel del mismo color. Llevaba una melena recogida en un moño sobre su cabeza, dejando algunos mechones sueltos. Por su aspecto parecía una muchacha joven, alguien quién habría podido estar orgullosa de su cuerpo, pero su piel había perdido su color natural, luciendo, en su lugar, un tono grisáceo y apagado. Pero lo que más destacaba no era el color de su piel, sino unas grietas que le recorrían el cuerpo que desprendían una luz muy parecida a la de sus ojos. Además, a cada movimiento que hacía, aquella luz chisporroteaba como si estuviera viva.
—¿Pero qué diablos…?
La mujer rio, haciendo que pedazos de lo que parecía cristal rojo se desprendieran de su cuerpo cayendo al suelo.
—No te asustes, jedi, dentro de un rato ya no recordarás nada de esto —dijo la mujer mientras mostraba un sable cuya empuñadura era el doble de lo habitual, activándolo inmediatamente después.
Ornesha optó por una posición defensiva, antes de atacar quería saber de qué era capaz aquella extraña mujer.
—A pesar del aspecto, no duele… Demasiado
—explicó la sith empuñando su sable relajadamente con la mano izquierda—. Los viejos escritos sith explican muchas cosas, como que la utilidad de los cristales más allá de su uso en el interior de los sables.
Ornesha no se movió, mientras la sith se acercaba tranquilamente, como si no estuviera a punto de iniciar un combate mortal.
—¿Sabes que si consigues que el cristal se vuelva líquido, puedes inyectártelo? —explicó con una amplia sonrisa—. Con ello consigues un aumento exponencial de tu vinculación la Fuerza.
Ornesha no se inmutó, pero no pudo evitar pensar en qué se le había pasado por la cabeza a aquella mujer para llevar a cabo aquel experimento.
—Lo siento, preciosa —dijo la mujer con una voz dulce pero cargada de odio—, te estoy entreteniendo y tenemos algo más importante que discutir.
Apenas hubo terminado la frase, la sith se abalanzó sobre Ornesha soltando un grito que también resonó a través de las máscaras del centenar de acólitos que observaban sin inmutarse al combate.
La sith descargó un poderoso sablazo que Ornesha pudo desviar hábilmente. Con el sonido de las fábricas que había alrededor de fondo, como si fueran tambores que sonaban al son del combate, las dos mujeres se enzarzaron en un rápido y mortal combate, haciendo chocar las hojas rojas de sus sables con tal furia, que a cada golpe que daban una potente luz las iluminaba a ambas.
El odio que desprendía la sith era palpable con cada golpe que daba. Por su parte, Ornesha estaba dejando que aquella peligrosa mujer mostrara sus cartas, para poder atacar más adelante.
A medida que el ritmo del combate se aceleraba, Ornesha pudo ver que la intensidad de la luz que salía de las grietas de la piel de la sith variaba, según si se estaba esforzándose más o menos.
«Estas grietas. Esta luz… Son sus venas y su sangre», pensó Ornesha. Si aquella mujer se había inyectado cristal líquido en su cuerpo, este debía haber invadido o sustituido su sangre, provocando aquellos estragos en su cuerpo.
A pesar de esa deducción, la twi’lek comprobó que no podría mantener mucho rato más el ritmo del combate. La energía de la sith parecía incombustible, debía actuar cuanto antes.
La sith golpeaba, la jedi esquivaba. Golpe, esquivo, golpe, esquivo. Ornesha buscaba el hueco para soltar una certera estocada a su rival. Poco a poco, vio que la confianza que aquella mujer tenía al golpearla dejaba un vacío en sus defensas. Un vacío que debía aprovechar.
Otro golpe, otro esquivo. Golpe, esquivo, golpe… Estocada al pecho. La twi’lek había logrado alargar el brazo que empuñaba el sable justo en el instante que la sith descargaba otro de sus poderosos golpes, consiguiendo clavarle el sable en mitad del pecho. Allí dónde aquella mujer tenía el corazón, si es que todavía lo conservaba.
—¡Nooo! —gritó la sith a la vez que su voz resonaba en los cuerpos de sus acólitos.
La mujer dio unos pasos hacia atrás, dejó caer su sable a un lado mientras intentaba arrancarse el que Ornesha le había clavado en el pecho y que, sorprendentemente, no se había desactivado.
A cada paso que daba la sith, sus movimientos se ralentizaban, como si algo le impidiera doblar sus músculos. La twi’lek se alejó de ella, temiéndose lo peor. La mujer se arrodilló con las manos en la empuñadura del sable que le cruzaba el pecho de parte a parte.
—¡Malditos sean los jedis y su suerte! —exclamó, pero su gritó se quebró al mismo tiempo que las grietas de su cuerpo aumentaban y quedaba completamente paralizada mostrando una horripilante mueca de dolor.
Durante unos segundos no sucedió nada, pero de repente el cuerpo petrificado de la sith estalló en mil pedazos, convirtiéndose en diminutos cristales rojizos, a la vez que los acólitos se desplomaban sin vida en el suelo de la nave industrial.
—Cuando se lo cuente a Lonus, no se lo va a creer —dijo Ornesha mirando a su alrededor, hasta que encontró lo que buscaba.
Se acercó sin prisas y se agachó para recoger el sable de luz de la sith. Era la única prueba que le podía llevar al consejo, excepto un centenar de cuerpos con los que, con total seguridad, no podría cargar hasta el Templo.   Tras largas discusiones con los miembros del consejo, Lonus había logrado convencerles, con la ayuda del maestro Windu, de la necesidad de ir en busca de Ornesha. No solo por el bien de la twi’lek, sino de la orden, ya que si ella desaparecía, también desaparecerían las posibilidades de acabar con aquellos misteriosos sith.
Finalmente, Skywalker y Pinfeas habían accedido a salir con Lonus y Windu en busca de la desaparecida jedi, y ahora los cuatro se dirigían hacia la entrada del Templo para emprender una misión titánica a la vez que imposible, según Alziferis.
—Lonus, no pretenderás salir de este modo —dijo Pinfeas al verle cojear de forma exagerada—. ¿No te han recomendado reposo?
—Así es, maestro, pero ¿qué es una cojera comparada con la vida de una compañera, de una amiga de una…?
—¿De una qué? —le interrumpió la voz de una mujer que entraba al Templo.
—¡Ornesha! —exclamó Lonus al verla—. ¿Estás bien? ¿Qué ha sucedido? ¿Por qué tardabas tanto?
—Con tranquilidad, mi querido padawan.
Al oírlo, Lonus refunfuñó.
—¿Puedes explicarnos qué ha sucedido? —preguntó el maestro Skywalker, aparentemente alegre al ver que su antigua aprendiz seguía con vida.
—Si me lo permite, maestro, prefiero descansar y mañana por la mañana les informaré encantada junto al resto del consejo —respondió Ornesha perdiendo fuerzas.
Al ver que Pinfeas y Skywalker no estaban muy de acuerdo con la respuesta, Ornesha accedió y les contó, lo más resumido posible, todo lo que había sucedido tras dejar a Lonus en aquel callejón, incluyendo su combate con la sith, el hecho de que esta se había inyectado cristal líquido en las venas y como había acabando estallando.
—Así que, por lo que nos cuentas, la amenaza ha sido neutralizada —dijo Pinfeas dubitativo.
—En efecto, maestro —respondió Ornesha.
—Puedes retirarte —afirmó Skywalker dando por zanjado el tema, aunque a la mañana siguiente la twi’lek debía informar de forma oficial al consejo en pleno.
—Sin embargo —dijo Windu cuando todos ya se encaminaban a sus respectivas habitaciones—, si alguien ha podido despertar de nuevo el lado oscuro de la Fuerza, no debería sorprendernos que, en un futuro, eso se repita.
Los demás lo observaron escuchando las sabias palabas del antiguo maestro.
—Debemos estar atentos, estimados amigos, muy atentos a lo que el camino de la Fuerza nos depara.
Y, sin añadir nada más, Mace Windu desapareció por un pasadizo mientras que los demás se miraban unos a otros, preguntándose, para sus adentros, que había de cierto y probable en aquellas enigmáticas palabras.
 
Continuará...
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