Seguramente la primera película de la trilogía de precuelas de Star Wars no es tan mala como la recordamos. Pero al menos para mí, es la peor de las seis películas que, hasta hace poco, componían la saga. Su gran problema es que resulta aburrida. No hay otra forma de decirlo. De ritmo irregular, el film alterna secuencias estupendas con momentos absolutamente insoportables que lastran su interés. Los peores son probablemente los que pertenecen a una subtrama política cargada de diálogos farragosos que los personajes declaman en escenas exasperantemente estáticas. George Lucas se pone serio -¿Para qué?- y se empeña en hablarnos del uso del miedo para limitar la democracia. Tiene su mérito, porque se anticipa un par de años al clima post 11-S presente en el cine actual. Pero como narrativa cinematográfica, esta subtrama no despierta precisamente el entusiasmo. Se supone que Star Wars debe ser fantasía y aventura.
No hace falta incidir a estas alturas en el odiado Jar Jar Binks (Ahmed Best), heredero del humor de los ewoks de El retorno del Jedi (Richard Marquand, 1983) -puro slapstick- pero sin la presencia física de aquellos, aunque fueran de peluche. En general, los efectos especiales que dan vida a los gungan de Naboo son lo más endeble de la película. Si George Lucas hubiera decidido no hacer caso de su obsesión por crear personajes y decorados digitales -en busca de la libertad total del director de cine- quizás estaríamos ante una película muy diferente. La prueba es que J.J. Abrams se empeñó en que en El despertar de la Fuerza (2015), muchos efectos y decorados fueran físicos. Encima rodó en celuloide. Toma ya.
También se ha criticado siempre el tono infantil del film, una tendencia que ya podía entreverse en El retorno del Jedi. Creo que esto se debe sobre todo a que el personaje principal es un niño, Anakin Skywalker (Jake Lloyd), pero seamos sinceros: e
l público objetivo de Star Wars son los críos. La inocencia de Anakin es un punto a favor de la película y su personaje, que debe liberarse de la esclavitud, resulta coherente con los valores presentes en la saga. El otro acierto es su relación paternal con Qui-Gon Jinn, maestro jedi interpretado por un Liam Neeson que es quizás lo más sólido de la película y que aquí es el auténtico protagonista.El otro punto controvertido de La amenaza fantasma es la inmaculada concepción de Anakin. Lo que parece un desvarío de George Lucas se puede explicar por su filiación a las teorías del mitógrafo Joseph Campbell sobre el "monomito": una historia arquetípica cuyas etapas esenciales se repiten en muchas culturas humanas. No solo Jesús fue engendrado sin la participación de un padre humano, recordemos también a los semidioses de la mitología griega, todos hijos "bastardos" de Zeus. El origen misterioso de Anakin se debe también a una necesidad argumental: Star Wars es una historia sobre la paternidad. Inventarse un progenitor para Anakin era abrir otra historia que quizás a Lucas no le interesaba explorar. Lo verdaderamente malo es que el autor se saca de la manga una coartada pseudocientífica para un asunto que siempre había sido una cuestión de fe: los midiclorianos son la explicación -¡microscópica!- de la Fuerza. En todo caso, el personaje de Anakin responde al arquetipo del "elegido": igual que Frodo en El Señor de los Anillos (J.R.R Tolkien, 1954), John Connor en Terminator (James Cameron, 1984) o Neo (Keanu Reeves) en Matrix (Los Hermanos Wachowski, 1999). Eso sí, sabemos que "el que traerá el equilibrio a la Fuerza" será realmente Luke (Mark Hamill).
Obviamente, también hay cosas buenas en esta película. La Amenaza Fantasma brilla cuando más se parece a la trilogía original, cuyo espíritu reencontramos en los rústicos ropajes de los jedi; en las arenas de Tatooine; en la imagen imperfecta de los hologramas que utilizan para comunicarse; en los uniformes de la República en los que se perciben los diseños de los del posterior Imperio; en la nave de Darth Maul (Ray Park) que prefigura la de Darth Vader (James Earl Jones); en los efectos de sonido creados por Ben Burtt y sobre todo en la magistral partitura de John Williams. Conscientemente, George Lucas busca en su película escenas "espejo" que reflejan momentos de
Una nueva esperanza (1977): Padmé (Natalie Portman) se agacha delante de R2D2 (Kenny Baker) como lo hizo Leia (Carrie Fisher); la carrera de vainas recuerda a los X-Wings en las trincheras de la Estrella de la Muerte; en la escena final, los héroes también reciben medallas como recompensa y Lucas hace incluso los mismos planos de las sonrisas de sus protagonistas.