Este negocio de llorar en los funerales no es nuevo en Europa, en Asia es una profesión bastante extendida y ahora está llegando a occidente. En Reino Unido esta práctica se ha convertido en una profesión, que como todas hay que practicar, cobran 60 euros por acudir a un funeral de un desconocido. Dos horas de ceremonia en las que los actores (por llamarlos de alguna manera) lloran y hablan con los amigos, como si fuesen uno más.
Esta nueva idea no es nueva, desde siempre han existido las plañideras. Una plañidera era una mujer a quien se le pagaba por ir a llorar al funeral de alguna persona. La palabra viene de plañir (sollozar) y ésta del latín “plangere”. Se hace mención de estas mujeres desde la más remota antigüedad. Para expresar de un modo más enérgico la desolación que debía causar al pueblo judío la devastación de Judea, el profeta Jeremías dice que el Dios de Israel mandó a su pueblo a hacer venir lloronas que él designa bajo el nombre de “lamentatrices”. Pero a diferencia de las profesionales del siglo pasado, que gemían a alto volumen y llegaban a rasgarse las ropas, golpearse el pecho y arrancase cabellos durante sus actuaciones en misas y funerales, las plañideras del siglo XXI son discretas y rezan en silencio.
No sé si esta iniciativa triunfara o no. No sé si este tipo de negocio se convertirá en una máquina de ganar dinero o no. Lo que sí sé es que han encontrado un nicho de mercado: a veces la soledad suele conducir al consumismo.