El interrogatorio de Miriam Weber, de dieciséis años, se desarrolló durante diez noches, en sesiones de seis horas, entre las diez de la noche y las cuatro de la mañana. En la celda las luces se apagaban a las ocho de la tarde, con lo que tenía dos horas para dormir antes de que la llevasen a la sala de interrogatorios. La devolvían a su celda dos horas antes de que las luces volviesen a encenderse a las seis de la mañana. Durante el día no le permitían dormir. Un guardia la vigilaba por la mirilla y aporreaba la puerta cuando no obtenía respuesta.
-De vez en cuando miraba al ojo de la mirilla cuando estaba golpeando la puerta, pensaba “¿por qué no te golpeas la cabeza para variar?” y seguía dormitando. Pero entonces entraba, me sacudía y me quitaba el colchón del banquillo para que no quedase nada más en la habitación donde echarse. Se aseguraron muy bien de que no durmiese, y cuesta explicar lo kaput que eso puede dejarte.
Más tarde lo consulté. La privación del sueño puede reproducir los síntomas de la inanición, sobre todo en niños: las víctimas se desorientan y sienten frío; pierden el sentido del tiempo, se ven atrapadas en un presente interminable. Además, la privación del sueño causa una serie de disfunciones neurológicas que serán más pronunciadas cuanto más se prolongue la tortura. Al final, las horas que pasas despierto semejan un sueño donde se suceden cosas extrañas, y no puedes sino sentirte furioso, muy furioso, con ese mundo que no te deja descansar.
[Traducción de Julia Osuna Aguilar]