Ya me diréis.
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Tenía que averiguar por mí mismo el motivo de la unanimidad sobre Stefan Zweig. Reconozco que una conversación con mi amigo Pascal Petit vino a darme ese empujón que, reconozco, poca falta hacía si se cruzan a uno asequibles obras como este Mendel el de los libros, relato de unas 50 páginas al que Acantilado concede condición de obra como para su publicación unitaria. Con razón, por supuesto, ya que estamos, supongo, por lo leído, ante una obra lo suficientemente sólida y representativa. Con el pretexto casual de la evocación de recuerdos asociados a un lugar, el anónimo narrador irrumpe, para ponerse a buen recaudo de una tormenta, en el café Gluck, uno de tantos de la Viena de entreguerras, uno de esos lugares cargados de vieja historia centroeuropea. Reconociendo en ese lugar el escenario de momentos del pasado, la narración de Zweig (pausada, elegante, con el punto descriptivo idóneo para trazar en cuatro pinceladas justo la esencia de cada instante) nos presenta la figura de Jakob Mendel, librero de viejo de origen judío, que ocupaba en ese café un rincón casi clandestino desde el cual gestionaba su negocio de compraventa de libros. Desde ese momento quedamos atrapados por su historia, por su personalidad, por su torrencial sabiduría sobre su negocio, su desprecio al aspecto económico de éste. Y su escasa condición para la relación con sus semejantes. Cómo su palabra es ley en lo concerniente a libros, ediciones, valoraciones, cómo su vida se desenvuelve de manera mecánica en ese entorno fascinante, el que le ha ganado el respeto y la admiración de sus clientes. Relación unilateral: su nula pericia en lo social, en lo práctico, le hace dar con sus huesos en un campo de concentración, víctima de una estrambótica acusación de espionaje durante el curso de la Gran Guerra. Inocente, pero atrapado en un destino cruel, son sus reputados, influyentes y adinerados clientes quienes interceden para su liberación. Pero su exposición a la realidad, su salida del reducto hogareño de sus libros, ha sido excesiva y el mal está hecho.Apenas 50 páginas, sí, pero tan intensas, tan sutiles en crear ese perfil del genio, del pozo de sabiduría que sólo unos pocos valoran, tan útiles para su fin encubierto: mostrar una sociedad que excluye, que etiqueta, que señala. Porque hay muchas cosas en esas páginas: la miseria de una población en período de guerra, la escasez de comida y de suministros, la paranoia en la búsqueda del enemigo, todo por oposición a la auténtica pasión de Mendel: el mundo de Mendel son y solo son libros. No le hace falta nada más, pero pronto vemos que no es así: sobra todo lo demás. Esa pasión transpira en la prosa de Zweig, penetra en quien lee, y redunda en una hora, no más, de lectura intensa, fascinante y perdurable.