Sería una tremenda equivocación confundir la primera obra de ficción de Lluis Miñarro (tras sus incursiones en los documentales y una brillantísima carrera como productor con su mítica compañía, Eddie Saeta) con una película de época, vestiditos del siglo XIX en seda salvaje y una reconstrucción onanista de un pasado mejor.La inteligencia y creatividad de este guionista, director y productor convierte esta “estrella fugaz” del panorama cinematográfico de nuestros lares, en una de las películas más ancladas a situación actual, más críticas con el sistema establecido y más libres en su forma y fondo. Un verdadero soplo de ingenio en nuestras carteleras envuelto en un brillante análisis político. El cine es político o no es y Stella Cadente es puro cine.El personaje histórico perfecto: Amadeo de Saboya, nuestro primer y último rey republicano, y su imaginada estancia en nuestro país. Un italiano que llega con miles de ideas para reformar y modernizarlo, en lucha abierta contra las fuerzas que lo han sometido (lo someten, perdón) desde hace siglos. De hecho, brillante Miñarro, el primer contacto del rey con España es un charco y unas botas impecables, llenas de barro, como regalo de bienvenida.Dos fantásticas, en todos los sentidos, líneas atraviesan el guión de esta película presentada en el Festival de Rotterdam. Una política: la lucha entre el protagonista, Àlex Brendemühl, ilustrado e inteligente, que pretende destruir la corrupción instalada en el seno del gobierno y del parlamento y, ante todo, aportar a la población una necesaria y urgente educación. Batalla perdida ante los inevitables caciques, politicastros, conscientes de que sólo respaldándose unos a otros, sobrevivirán, y las respuestas que aún hoy resuenan: no hay dinero para la educación. Algún día tendremos que dejarnos de preguntarnos qué vale la cultura para plantearnos lo verdaderamente importante: cuánto cuesta la ignorancia y, también, a quién beneficia.Y la otra línea más dionisiaca, el despertar de la sensualidad, de la mano del italiano asistente del rey, Lorenzo Balducci, que descubrirá gracias a la aplicación de una “maja iletrada”, Lola Dueñas, y un sirviente muy servicial, Àlex Batllori, que el origen del mundo no está lejos de la alegría de la vida.Por desgracia, el rey acabará tirando la toalla y su asistente, no finalizará mucho mejor. Ni los placeres de la carne parecen compensar esa España decimonónica, de espada y mantilla, corruptos, incompetentes, inquisidores y retrógrados, que se parece tanto a nuestra pintura.Menos mal que, por suerte, siempre hemos podido disfrutar de unos artistas que saben retratar a la perfección, tanto nuestra sociedad como el conjunto de sus componentes. Luis Miñarro debuta en la ficción arropado por uno de nuestros más brillantes dramaturgos, Sergi Belbel, y un maestro de la luz, Jimmy Gimferrer, e inaugura, por si fuera poco, junto a todo el equipo, uno de los mejores certámenes actuales, el Festival de cine de Autor de Barcelona. Si el sueño de la razón produce monstruos, el de Miñarro crea fantasías eróticas, interpretaciones a la distancia necesaria de la ficción, maravillosos guiños repletos de inteligencia, una sabia mezcla de géneros y divertimentos, altamente adictivos y absolutamente necesarios.