Por Jorge Garacotche
Y llegó el día. En la esquina del Luna, nos fuimos reuniendo varias/os amigas/os en estado de emoción. Con algunas/os compartimos chats diarios y les aseguro que la manija a esa altura era fatal. Malena, con sus 25 años, era una excepción. Nos ayudó a bajar el promedio de edad de esa banda que se reunía a esperar la hora de largada. Ella los miraba con admiración, tipos que venían de otra época escuchando esas canciones que, ella también, conocía. Nosotros la mirábamos a ella como una prolongación de nuestros mejores deseos, soñando que esa música maravillosa persista.
En un momento, tuve el primer llamado del espíritu de transmisión. Entonces di un paso hacia atrás para observar mejor el cuadro. Allí, comenzaron a llover los pensamientos que acuden prolijamente para husmear, para ver qué hicimos, dónde estuvimos, qué nos hizo flashear, cuáles son los recuerdos que sobrevivieron a todo lo feo que vimos, a las tonterías que escuchamos, por eso, nos dimos cita ahí, como frente a un templo que reúne amigas/os de lo eterno.
Cuando una mujer nos dice que está embarazada empiezan a llegar decenas de deseos, responsabilidades, sueños, miedos, una sincera necesidad de trasmitir aquellas mejores cosas que tenemos, las que creemos importantes, básicas, los valores que llevamos como bandera. Y, allí, aparecen dos cosas que nos acompañan desde hace mucho: nuestro equipo de fútbol y la música. Que es como darles una identidad, una pasión y, sobre todo, un lugar para compartir bien cerca nuestro.
Malena me recordaba las veces que íbamos en el auto y yo ponía cassettes o CDs de Genesis. Entonces, yo subía el volumen y empezaban a ocupar un lugar en el coche las anécdotas, los recuerdos, mirar esas tapas maravillosas de los discos, las revistas de rock, las noches largas con amigas/os, novias, las horas en los parques con un radiograbador sonando como podía, con esos parlantes heroicos que se esforzaban a más no poder. Y, en medio de los recuerdos, el auto parecía un colectivo lleno de pasajeros melómanos.
Se apagaron las luces, los gritos empezaron a hacerse oír y comenzó a sonar un tema de Hackett de su etapa solista. Luego, le siguieron dos más. Al rato, se oyeron los cuatro golpes del conteo, como en Second out, y empezó la poderosa introducción de Squonk, un musicalizado relato acerca de ese bichito imaginario de una leyenda yankee, aquel que, constantemente, llora porque se sabe feo, esto lo hace fácil presa de las/os cazadoras/es, quienes sólo deben seguir la huella de esas lágrimas, pero, al sentirse acorralado, el Squonk se disolverá en lágrimas ¿Verdadero o falso? Se preguntan en la info del disco.
¿Será verdadero o falso que estoy con mi hija, en Buenos Aires, escuchando esta canción? ¿Se sentará junto a nosotros el Squonk? ¿Le diremos que lo vamos a abrazar con mística argenta así llora junto a nosotras/os, pero, de la emoción? En un libro de Jorge Luis Borges se hace mención a la leyenda del Squonk.
En un momento, escribí en un grupo de chat y lo compartí en varios otros: “Esto es increíble, escuchar en la Argentina, por un Genesis, The carpet crawllers".
Una discusión vieja sobre la traducción: ¿Gateando sobre la alfombra o Los reptiles de la alfombra? Una canción que admira mucha gente, dueña de una melodía de las más hermosas que conocí, aquella que, en los estribillos, repite, a modo de mantra, una frase filosófica: “Tenemos que entrar para poder salir”.
Impresionante la línea de batería que, acá, Daniel Rawsi toca a la perfección, los mismos dibujos, los fills que hicieron historia. El bajista, Claudio Lafalce, está ahí empoderando la base de la canción, empuja, pone ritmo, hace que todo camine por el estadio. Ya a esta altura de la jornada, empiezo a buscar un sombrero para ponerme de pie y hacerle una reverencia a Genetics, un orgullo argentino. Al final, Malena salta, se para y aplaude a rabiar, ella es otro orgullo argentino.
Suena el primer acorde de Afterglow y Malena estalla, lo reconoce y esto vuelve a hacerme sentir ancho, ya no entro en la butaca. Le confiesa a mi corazón exaltado que es una de sus canciones favoritas.
Llega el momento más fuerte de la noche, a mi criterio, es el summun: la canción Firth of fifty, de cuyo título conocemos algunas traducciones. La más conocida es Quinto de quinto. Traducido por otros como La ria de la quinta. Pero, la discusión no tenía fin. La cuestión es que acá brilla uno de los mejores solos de guitarra de la historia y no sólo del rock mundial. Esta sucesión de hermosas notas y figuras excede al rock. Estoy seguro que una gran parte de lo que pensamos sobre Hackett como guitarrista se debe, precisamente, al solo de este tema. Hay un motivo por el que pasan primero la flauta, luego el piano y, por último, la guitarra. Antes y después, Hackett se encargará de recorrer cada rincón de la campiña inglesa y nosotros, ahí, para mirar.
Vuelvo a pensar en lo increíble de estar acá. A veces uno toma grandes decisiones y se decide a dar el presente cuando sucede algo maravilloso. Ahí debemos aplaudirnos.
Comienzo a pensar que el trabajo del cantante Tomás Price, acá sumando su flauta traversa, es verdaderamente extraordinario. Todas estas canciones son muy complejas, tanto esas notas que se van hilvanando de manera sublime, como la interpretación de cada palabra, esa entonación extraña, distinta, nada convencional, pero, que no es sólo cuestión de escuchar mucho los temas. Acá Tomás exhibe una carga sentimental que se suma al clima exquisito y navega como si todo eso fuera propio, algo muy complejo de representar.
En algunos temas, el laburo del guitarrista Leo Fernández lo para al lado de Hackett y, ojo, que no exagero ni lo digo llevado por un nacionalismo berreta, es notable lo que hace. Seguramente, es el más presionado. Te la encargo estar a unos metros de semejante monstruo y dar la batalla. Este tipo sí que la tenía difícil. Por esa razón, todas/os lo aplaudimos con ganas, quizá, sabiendo esto.
Por un momento, pierdo contacto con todo lo que me rodea, quizá, empujado por las luces, que, alocadas, nos envuelven, se enredan y entorpecen el contacto con lo terrenal. Se me vienen a la cabeza tantas imágenes que no puedo ordenarlas, no respetan la cronología, saltan de acá para allá y yo corro detrás de lo imposible de alcanzar. Me resuena la voz de una novia que, alguna vez, me dijo: “¿Te acordás cuando íbamos a la noche al parque Los Andes, llevabas tu radiograbador Toshiba y me hacías escuchar, todos los días, un disco en vivo de Genesis que habías comprado y me explicabas todo lo que sonaba ahí, lo que hacía la batería, las partes del bajo, lo que tocaban el tecladista y el violero y yo te escuchaba atenta como nunca? Tenía 16 años, no entendía nada, ni siquiera tocaba un instrumento, pero, ¿sabés qué me pasaba? A mí nadie me explicaba nada, todas/os me enseñaban con un tono autoritario, como si amenazaran con retarme si no entendía. Entonces, yo me ponía mal y se me hacía todo más difícil. Pero, esto era distinto. Vos me contabas todo eso con pasión. Yo me decía a mí misma: este me cuenta todo esto para que lo comparta con él, para que, al meterme en sus pasiones, yo lo quiera más. Era un homenaje al amor, a la ternura, entonces, me esforzaba tanto que, al final, me parece que entendía todo”.
La magia de la música no conoce imposibles, ignora fronteras, es un lenguaje que se habla en todo el universo, nos comunica con las/os demás, confiesa nuestros más profundos sentimientos, poniéndonos al lado de las personas que nos van a querer, aunque sea por un tiempo corto.
Está sonando uno de mis temas favoritos: Cinema show. Enorme trabajo del cantante Tomás. Acá, como en otros temas, se suma un baterista invitado: nuestro conocido Jorge Araujo, otro capo total. Tan consustanciado con lo homenajeado como el resto de la banda. A todo esto, lo veía a Hackett en un estado de felicidad contagioso, miraba hacia los costados como comprobando la presencia de los aliados, entonces, regresaba a su guitarra y todo parecía sonar más convincente, bañado en el arroyo complaciente de lo colectivo. Lejos de su casa, pero, tan cerca de sus mejores cosas, esas que le dieron una vida más hermosa, que lo metieron en la Historia y como protagonista de lo bello.
En la despedida, sonaron Vuelo en un parabrisas, de El cordero se acuesta en Broadway y Los endos -que significa Los finales, tal como me dijo, alguna vez, el enorme periodista Gustavo Bolasini, pero, acá, no había final. Con Malena, nos miramos expresando el mejor de los “Para siempre”.
Afuera, el frío de Buenos Aires hacía lo suyo. La gente caminaba sin parar de hablar, de la tristeza no teníamos ni noción, nosotras/os íbamos eufóricas/os, sabiendo que estábamos, ahora, aún más cerca. Y esa fue la gran noticia de la noche. Uno hace muy bien en llevar a sus hijas/os a la cancha, a un recital o sentarse a mirar un partido por la televisión. Es como una lluvia de puentes, por si hicieran falta, pero, uno los construye igual, los cruza, va y viene y, en cada pasada, es más feliz. Percibe que, si transmite vivencias profundas, verdaderas, sentidas, será mejor persona, ayudará a ser mejor persona y ese es el gran capital. Si conseguimos apilar en una mesa un fajo de sensaciones, una pila de emociones sabremos que somos millonarios, se tendrá la gran noticia al comprobar que jamás iremos a la quiebra, porque, ese es un capital constante, el corazón es el mejor pagador de intereses.
Tendría que escribirle un mail a Steve Hackett y agradecerle por semejante música, por esa gira mágica y misteriosa, pero, fundamentalmente, para darle las gracias por haberme puesto más cerca de Malena, sabiendo que ese es mi lugar en el mundo ¿Te das cuenta, Steve, que vos tenés la posta?
Jorge Garacotche - Músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y Presidente de AMIBA (Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires). Vive en Villa Crespo, Comuna 15, CABA.