Stewart O’Nan (Pensilvania, 1961) era desde pequeño una fanático de la lectura, y entre ella, la de
En Una oración por los que mueren, O’Nan narra el enfrentamiento de un hombre, Jacob, enterrador, sheriff y párroco de Amistad, con la epidemia de la difteria, que diezma a la población, y a un incendio que devora poco a poco el municipio. Jacob combatió en la guerra civil norteamericana (1861-1865), por lo que fue testigo de horribles catástrofes, lo que había repercutido en su personalidad y visión del mundo. El estilo narrativo está marcado por la utilización de la segunda persona, con frases cortas, diálogos breves pero intensos, y análisis psicológico del protagonista. Es fácil quedarse atrapado en el relato, paseando con Jacob por las calles de un pueblo que cae por la difteria, obligado a tomar decisiones que de otro modo no se tomarían.
La novela está presentada como una obra de terror, pero no sé si calificarla así de forma tan sencilla. O`Nan pone la lupa sobre la tragedia humana individual dentro de una desgracia colectiva, lo que vendría a ser lo mismo que ocurre con el género zómbico. En éste, las correrías y dentelladas ya carecen de interés. Lo que hace realmente bueno un relato de zombis, y de terror en general, es la descripción de la respuesta psicológica de los personajes puestos en situaciones límite. Es lo que me llama la atención. El éxito de The walking dead, la serie de TV, no está en la resurrección de los muertos, sino en el entramado social y de lucha por la existencia. ¿Qué haríamos en una circunstancia similar? Es un momento en el que sale lo mejor y lo peor de cada uno. Eso es lo que le ocurre a Jacob, el protagonista de Una oración por los que mueren, la difícil toma de decisiones y la salida de la verdadera personalidad. También hay momentos para escenas de terror clásico, a lo Poe, Henry James o Robert Bloch, como cuando viste, habla y le hace el amor a su mujer, muerta desde hacía días, poco después de que lo hiciera el bebé de ambos. Es esa escena en la que ella permanece sentada en el sillón, con la cabeza caída sobre el pecho y el pelo tapándole el rostro, mientras la niña fallecida reposa entre sus brazos. Y leemos con estupor cómo Jacob levanta su cara para descubrir las encías de su mujer aflorando ante el encogimiento de los labios muertos.
Una oración por los que muerense lee fácil, no deja indiferente, y enseguida muestra que no se tiene entre las manos una obra más, sino un libro hecho por alguien que ama escribir.