David está enamorado de Katchoo, pero Katchoo ama a su amiga Francine. David es un chico tímido, Francine es una morena romántica siempre en lucha con la báscula, y Katchoo es el motor de toda la historia, una rubia menuda con un carácter de mil demonios. Este triángulo es el manido punto de partida de Strangers in Paradise el tebeo con el que se dio a conocer Terry Moore. En un principio, una comedia de enredo. Amor y humor a medio camino entre la sitcom Friends y Locas de Jaime Hernández, mezclado con un thriller de intrigas mafiosas. Pero eso no es todo. Poco a poco Moore va descubriendo lo que puede dar de sí su historia. Va imaginando tramas e interrelaciones entre los personajes que es evidente que no estaban en su mente en origen. Se aparta de la caricatura y del desmadre, de lo que era una historieta romántica entroncada en un misterio de organizaciones secretas. El amor como sentimiento universal cobra protagonismo y el autor se va enamorando también de su obra según la escribe. La va descubriendo. Parte de un punto y va a parar a otro muy diferente al darse cuenta de sus posibilidades. Literalmente se la inventa sobre la marcha probando todo lo que se le ocurre para pintar un fresco de las relaciones humanas, de todas las dudas y las inseguridades de la relación amorosa, pero también de toda su gloria.
Strangers in Paradise es así un relato que se complica cada vez más, pero Terry Moore sabe mantener el suspense y cambiar el ritmo cuando conviene. En el medio introduce parodias y homenajes, muchas veces poéticos, simbólicos otras, a veces brillantes, en ocasiones correosos, en torno a todos los estilos y géneros. También es el vehículo que utiliza para dar salida a otras inquietudes, para transmitir los mensajes que le interesan y para explorar otros medios, a veces con resultados farragosos. Pero lo mejor de todo es que, sin renunciar a su entidad como historia de ficción, sus personajes son de carne y hueso. Profundiza en sus personalidades, los hace reconocibles y en ellos nos podemos reconocer. Sus contradicciones son las nuestras, hemos sentido su dolor, y llegamos a encariñarnos de ellos. Los caracteres evolucionan y crecen ante nuestros ojos, y a su lado se desarrolla una galería con multitud de secundarios recurrentes a cada cual más peculiar con los que Moore teje un tapiz de líneas argumentales paralelas. A veces se le va la mano y el lector no puede evitar un gesto de incredulidad ante lo que le están contando, pero siempre sabe salir airoso y hasta las ocasionales ñoñerías se le consienten.
Según avanza esta historia río, el autor se emborracha con ella, juega con el lector, le da finales alternativos, deja que su relato discurra por realidades posibles, salta en el tiempo adelante y atrás, permite que unamos las piezas del rompecabezas y nos deja deseando que cada vez nos dé más. Y es que Terry Moore sabe que tiene oro entre las manos y que puede volver atrás y reescribir lo que nos presentó en un primer momento bajo otra óptica. Tiene la ocasión de hacer algo realmente profundo y perdurable. Del mismo modo su dibujo evoluciona y se hace más sensible. A lo largo de Strangers in Paradise, Moore deviene en un excelente dibujante de expresiones, de emociones, en cuyas viñetas va deslizando constantes guiños a Alphonse Mucha y otros artistas. Denle una oportunidad a Strangers in Paradise. Más allá del lento despertar de sus primeros capítulos hay un punto de inflexión en el que las emociones reales cobran vida. A partir de ahí es una continua montaña rusa de la que uno ya no se puede bajar. Les confesaré que yo acabé el último de los siete tomos que componen la obra en mis contínuos viajes en metro. Y allí, rodeado de desconocidos, mientras leía un tebeo, no pude evitar llorar al alcanzar la página 342.
Fran G.Lara
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