El 15 de junio de 1985 nacía Studio Ghibli como marca con identidad propia. Fundado por Hayao Miyazaki, Isao Takahata y el impulso del productor Toshio Suzuki, junto a la inestimable ayuda del gigante editorial Tokuma Shoten, que creyó en un proyecto arriesgado y lo financió. Es por eso que hoy se celebra su 30º aniversario en un momento de máxima incertidumbre, donde la continuidad de la compañía pende de un hilo, tras disolverse los pilares básicos que han hecho de Ghibli un referente mundial de calidad, tanto en forma como en fondo. Por eso hoy no quiero tanto decir feliz aniversario, sino gracias Studio Ghibli.
Gracias por tantos momentos mágicos. Gracias por los sueños, la imaginación, los personajes, las frases, las imágenes. Gracias por Totoro. Gracias por Ashitaka, Porco, Jiro, Howl o Haku. Gracias por Nausicaä, San, Taeko, Sheeta, Setsuko o Arrietty. Gracias por Lady Eboshi, Yubaba, Muska. Gracias por los paisajes. Gracias por los significados, la música, las palabras.
Gracias Studio Ghibli por crear una ventana a mundos increíbles, a mundos animados que bien pueden recrear la más maravillosa de las fantasías o las realidades que han pasado, pasan, pasarán o, simplemente, podrían pasar. Gracias por creer que el arte estaba por encima del negocio, por pelear por sacar adelante un proyecto que vivía al día. No olvidemos que Studio Ghibli no vivía: sobrevivía. En sus inicios, Ghibli utilizaba todos sus recursos para hacer una película. Una vez hecha, solo les quedaba esperar a que la recaudación fuera suficiente para poder hacer una siguiente película. Muchas veces estuvieron a punto de caer, pero se levantaron. Gracias por creer en un sistema de negocio casi imposible, en el que el hacer lo que realmente querían Miyazaki y Takahata primaba por encima del dinero que costara o la dificultad técnica que suponía.
Eso les llevó a la gloria y, quizás, también al momento actual de crisis. El viento se levanta y, especialmente, El cuento de la Princesa Kaguya, las dos películas llamadas a despedir a los fundadores y almas de Studio Ghibli, dejaron vacías las arcas de la empresa. Pero nos dieron dos películas únicas. Nos dieron lo que han sido siempre Isao Takahata y Hayao Miyazaki. Gracias, pese a todo, por soñar hasta el final con la utopía. Ellos, a su manera, hicieron de este un mundo mejor. Gracias.
A principios de los años 80, Isao Takahata y Hayao Miyazaki deambulaban por el panorama japonés de la animación sin un objetivo claro, tras una década de los 70 donde cosecharon un enorme éxito con sus series de televisión Heidi, la niña de los Alpes (1974); Marco, de los Apeninos a los Andes (1976), Conan, el niño del futuro (1978) y Ana de las Tejas Verdes (1979); su buen hacer era proporcional a la desconfianza que generaban en las productoras, tras varios desencuentros en su primera época en Toei Animation, y más de un fracaso comercial que se peleaba con la alta calidad de sus propuestas, como ocurrió con Las aventuras de Hols, el príncipe del Sol (1968), un film ahora reconocido como clave del anime clásico pero que, en su día, fue un auténtico fiasco de recaudación; o El castillo de Cagliostro (1979), ampliamente alabada tanto por crítica como por público y que, sin embargo, no obtuvo tampoco grandes ingresos en taquilla.
Todo esto, unido a la temperamental y estricta actitud de los directores, les había creado una especie de imagen de gente con mucho talento, pero complicada para trabajar. No en vano, tanto Miyazaki como Takahata buscaban hacer productos de gran calidad y eso costaba mucho dinero, cuando la tendencia del anime japonés era justo la contraria: recortar al máximo los gastos. Y si además sus propuestas tampoco garantizaban, a priori, cubrir esos gastos, lo tenían realmente difícil.
Mientras Isao Takahata hacía pequeñas películas y series como Jarinko Chie (1981) y Goshu, el violoncelista (1982); Hayao Miyazaki preparaba la co-producción italo-japonesa Sherlock Holmes (1984). Entonces es cuando el, por entonces, editor de la revista sobre manga y anime Animage, Toshio Suzuki, se fijó en Miyazaki tras entrevistarle. Le propuso un proyecto, pero no contaban con financiación para lanzar una película original. La tendencia era que las películas de animación que se hacían se basaban en trabajos previos ya testados, sobre todo en manga.
El empeño personal de Suzuki con Miyazaki le hizo buscar todas las opciones posibles para que pudiera hacer una nueva película. La solución fue que Miyazaki dibujara un manga para su revista. Así, en 1982, empezó a publicarse Nausicaä del Valle del Viento. Obtuvo un gran éxito entre los lectores, lo que facilitó que la editorial Tokuma Shoten financiara el film. Aún no existía Studio Ghibli, pero sí un derivado de antiguos trabajadores de Toei y Nippon Animation, llamado Studio Topcraft. Muchos eran compañeros y amigos que ya habían trabajado junto a él.
Hayao Miyazaki pidió ayuda a su mentor, Isao Takahata, que se embarcó en la aventura como productor, junto al propio Toshio Suzuki. Pese a las reticencias de Miyazaki de convertir su manga en película, finalmente lo hizo. Y en 1984 se estrenó Nausicaä. Fue un pequeño fenómeno entre los jóvenes, y logró el éxito suficiente como para que la editorial Tokuma Shoten invirtiera de forma decisiva en el sueño de tres hombres: Hayao Miyazaki e Isao Takahata como creadores, y Toshio Suzuki como absoluto convencido del potencial de los directores y su idea de tener un estudio propio para realizar sus proyectos sin tener que rendir cuentas a nadie.
Así, un día como hoy de hace 30 años, el 15 de junio de 1985, nacía Studio Ghibli.
Gracias por creer en sueños en los que otros no creían. Gracias por tanto. Gracias por todo.
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