El comentario del domingo en un programa de televisión japonesa del director del consejo de administración de Ghibli, Toshio Suzuki, sobre el cese definitivo de los estudios, ha provocado una conmoción similar a la que hubiese conseguido el, improbable y al mismo tiempo tan deseado, anuncio del fin de la corrupción de una gran parte de nuestra clase política.
Como siempre en estos temas, desde hacía bastante tiempo, muchos sabían algo, habían oído comentar o se esparcían rumores de que una de las casas más imaginativas de la animación se la estaba jugando con sus últimas producciones, el tiempo que podría aguantar con un modelo económico inaudito en el sector, la búsqueda de una sucesión creativa que no acababa de asentarse…
Ghibli ha establecido una manera de producción excepcional dentro de la animación. En vez de contratar temporalmente como mínimo, 70 profesionales, para un largometraje concreto, el estudio ha logrado mantener en plantilla, de forma permanente, entre 200 y 300 empleados.
Pompoko (1994) había obtenido 3,25 millones de entradas en su país, La princesa Mononoke (1997) arrasó con 14,2 (Suzuki había previsto 4), El Viaje de Chihiro batió el récord nacional de Titanic, y no hablemos de El Castillo Ambulante (2004), con sus 24 millones de espectadores. La taquilla de las dos últimas producciones de 2013 han sido más discretas: El viento se levanta, y la extraordinaria y, hasta el momento, última obra maestra, La historia de la princesa Kaguya (evidentemente, de la que hablaremos en el futuro).
Las relaciones con su más directa competidora, Disney, han sido siempre de un intenso amor-odio. Para la compañía americana, Japón, es una espina clavada en su manzana roja: el único país del mundo en que sus películas no son número uno en taquilla, siempre están las de Ghibli delante y eso… no se olvida fácilmente. O el fichaje de Kôji Hoshino como director general de Ghibli desde febrero de 2008, ex-presidente de Walt Disney Japón.
Frente al éxito que han aportado unos títulos extremadamente reflexionados, una infinita meticulosidad en los detalles de cada historia, una promoción basada en crear de manera constante la expectativa sobre el Studio y una fe sin límites en historias nada comunes, Ghibli se enfrenta a un gravísimo problema. Centrado en dos personalidades muy potentes, Takahata (78 años) y Miyazaki (que ya anunció su retirada hace un año en el festival de Venecia), el Studio no ha cultivado el terreno para la necesaria sucesión artística.
1. Nausicaä del Valle del Viento (1984), de Hayao Miyazaki
2. El castillo en el cielo (1986), de Hayao Miyazaki
3. La tumba de las luciérnagas (1988), de Isao Takahata
4. Mi vecino Totoro (1988), de Hayao Miyazaki
5. Nicky, aprendiz de bruja (1989), de Hayao Miyazaki
6. Recuerdos del ayer (1991), de Isao Takahata
7. Porco Rosso (1992), de Hayao Miyazaki
8. Puedo escuchar el mar (1993), de Tomomi Mochizuki
9. Pompoko (1994), de Isao Takahata
10. Susurros del corazón (1995), de Yoshifumi Kondo
11. La princesa Mononoke (1997), de Hayao Miyazaki
12. Mis vecinos los Yamada (1999), de Isao Takahata
13. El viaje de Chihiro (2001), de Hayao Miyazaki
14. Haru en el reino de los gatos (2002), de Hiroyuki Morita
15. El Castillo Ambulante (2004), de Hayao Miyazaki
16. Cuentos de Terramar (2006), de Gorō Miyazaki
17. Ponyo en el acantilado (2008), de Hayao Miyazaki
18. Arrietty y el mundo de los diminutos (2010), de Hiromasa Yonebayashi
19. La colina de las amapolas (2011), de Gorō Miyazaki
20. El viento se levanta (2013), de Hayao Miyazaki
21. La historia de la princesa Kaguya (2013), de Isao Takahata
22. Omoide no Marnie (When Marnie was there, 2014), de Hiromasa Yonebayashi