No será el caso, probablemente, de la palabra “magestad” cuyo término correcto está sólidamente asentado en nuestra lengua como para temer la mudanza de su majestuosa consonante, tocada con ese punto que corona una letra estirada cual miembro de la realeza, a pesar de lo cual resulta maja, nada majadera. Si los hablantes, o el empecinamiento, más bien, de los escribientes, persisten en acomodarla junto a magenta, magia o magistral, acaso perdería ese encanto estilizado y simpático, próximo al jolgorio, que su presencia denota para convertirse en un vocablo adusto, con la magnificencia de una alta magistratura.
Claro que en Puerto Rico todo es posible, acostumbrados como están al mestizaje idiomático para no volverse paranoicos con las lenguas que la historia y la política imponen a sus habitantes. No sólo incorporan anglicismos al español con toda la naturalidad del mundo, sino que combinan expresiones del inglés y el castellano para elaborar una especie de spanglish con el que administran las influencias que reciben de ambos ámbitos lingüísticos. De hecho, el americanismo de Puerto Rico figura en el Diccionario de la Real Academia desde antes que lo exigiera el escritor y dramaturgo puertorriqueño Luis Rafael Sánchez en el citado Congreso.
“Magestad” será, por tanto, sólo una anécdota inoportuna e improcedente en un Congreso de la Lengua que, aparte de ser ajena a los organizadores del evento, expresa gráficamente la necesidad de un mayor rigor en el uso del idioma por parte de los medios de comunicación, más presencia en el mundo de las tecnologías para no ser sustituido por términos anglosajones y más fortaleza en su proyección en las industrias culturales y en la educación para poder seguir siendo, durante otros 500 años, una lengua viva que aúna países, culturas y personas en todo el mundo. ¡Vamos, que no es una lengua muerta!