Sao Paulo me recibe con un 12% de humedad relativa en el aire. El porcentaje más bajo del 2010, leo en la Folha de Sao Paulo. El invierno más seco que se recuerda. Seco, sujo e pesado, dice el titular. La nota afirma que esta semana los paulistanos experimentan lo que significaría vivir en el Sáhara. Hay 23 grados de diferencia entre la temperatura mínima, 11 grados, y la máxima, 34. El mínimo saludable de humedad relativa es del 60%. Estamos casi en alerta roja tras cinco días por debajo del 30%. Un 12% equivale a fumarse 4 cigarros en un día, para que nos entendamos. Las autoridades han recomendado no hacer actividades al aire libre entre las 10 y las 5 y dejar el auto en casa. No ha tenido mucho éxito el consejo. Ayer viernes se registraron 152 km de embotellamiento. Así miden los atascos aquí. Por kilómetros. Me despierto con la boca reseca, pastosa, desagradable. He dormido casi 11 horas después de una noche final en Argentina sin apenas descanso. Este clima desértico de Sao Paulo me hace recordar al de 1999, cuando desembarqué por primera vez en América Latina. Recuerdo que hubo una serie de incendios y que padecí una de esas plagas bíblicas que yo pensaba sólo sucedían en la Biblia o en las películas de Hollywood. Langostas. Una plaga de langostas en Sao Paulo. Esta vez no hay tantos bichos pero el clima es una mezcla de desierto con tubo de escape. Infernal sería una buena palabra. Apocalíptico, otra. En Sao Paulo todo es extremo. Como la feijoada, ese plato que se cocina los miércoles y los sábados y que obliga a una siesta posterior para recuperarse. Como he dormido tanto, en lugar de siesta me voy al cine y me trago de postre Reflexões de um liquidificador, una divertida comedia negra sobre una batidora que habla con una abuela con carácter. Las autoridades aconsejan beber líquidos para no deshidratarse y aquí estoy yo, en el cine, viendo como usan la batidora para todo menos para un jugo, que es lo que me pide el cuerpo. Una película trash que muestra otra Sao Paulo y que incluso viaja a Guarujá, lugar donde me comí una de mis primeras feijoadas en ese mi primer agosto americano, junto a mi ex-biógrafo de guardia, el gran Abel, al que echo de menos en ésta que también fue su ciudad durante un tiempo. Son los minutos de la basura -que dirían en la NBA- de un viaje veraniego e invernal que ya toca a su fin. Un mes de fiestas literarias, festivales teatrales, asados argentinos, desplazamientos secretos y aniversarios felices. Un mes que confirma aquello de que norte es sur. Un mes que termina con nuevos proyectos en marcha: algunos tal vez se queden por el camino, otros quizás se ahoguen en el Atlántico pero seguramente sobrevivirán los auténticos, aquellos capaces de erizarnos la piel y emocionarnos nuevamente.
Todo esto del clima de Sao Paulo vale para el día. De noche se olvida. Y es que Sao Paulo es una ciudad para disfrutar de noche. No sé si J.P. Zooey conoce Sao Paulo. De hecho, no sé quién se esconde bajo este "Salingeriano" pseudónimo. Sólo sé que Sol Artificial es un gran libro.
"La tala de árboles en el Amazonas, el deshielo de los glaciares, el calentamiento global, el agotamiento de la capa de ozono, la extinción de los osos panda y otros juguetes de Greenpeace; el desierto que crece, el retiro de la metafísica, la muerte de Dios, las mujeres cada vez más infieles, nada de esto acabará con la humanidad. El verdadero cambio climático ocurre en la noche.
Noche es el estado actual del mundo para el cual son necesarias tecnologías que ayuden a mirar: las luces eléctricas, el televisor, el monitor de la computadora, los carteles publicitarios, los rayos lumínicos en los boliches. Éstas son tecnologías de la noche que abren la mirada, aunque a veces lo hagan "de día". La noche es el estado del mundo actual. El sol ha dejado de ser hace ya mucho tiempo la luz que da forma al mundo. Vivimos en una noche constante iluminados por luces artificiales que abren un mundo sin lugar para las sombras.
En estos tiempos nocturnos el mundo se nos abre explosivamente. Los rayos catódicos que paralizan el cuerpo en el sofá y lo destripan en la pantalla, los píxeles que liquidan formas heredadas durante milenios, los fríos neones de las crisálidas camas solares, las intermitentes luces bailables que facetan cuerpos que jamás se ven enteros, los carteles publicitarios que pronto serán simples espejos que nos ofertarán nuestra propia imagen: no son meridianas formas de la luz. Son más bien explosivos puestos en los cimientos emocionales del individuo de barro.
El modo en que la noche abre al mundo es el terrorismo emocional. Y es raro que aún el ojo no haya estallado como un grano de sal en el interior de un reactor nuclear. El terrorismo emocional presiona las emociones hasta el extremo de convulsionarlas. Y esta sobreestimulación de la noche fuerza al hombre a una nueva adaptación.
El terrorismo emocional es sólo un momento del cambio climático que producirá la extinción del individuo. Las emociones son objeto del terrorismo porque todavía responden a un tipo de subjetividad individual. Una vez deshecho totalmente el individuo en el océano informático ya no sufrirá los efectos explosivos de la noche. El desacople entre clima y humanidad es la causa de que el individuo se sienta desamparado y aterrorizado. En poco tiempo se adaptará, y no será ya individuo. Habrá creado, al fin, un nuevo día submarino. Con un sol artificial."