No me impacto la derrota. El partido contra México me había alertado. Otra vez nos vamos por propio mérito.
Desde 1998 Argentina se va, pudiendo campeonar. El ’94 no lo cuento porque la efedrina de Maradona marcó el final. Aunque también se trató de un descuido imperdonable. En todos los casos errores propios. Analicen seriamente cada proceso.
Maradona tiene un carisma especial. Lo demostró con su actitud en este mundial. Motivó a los jugadores, se mostró en el césped antes de cada partido, nos hizo acordar a todos de su protagonismo como jugador. Por eso la gente lo esperó en Ezeiza.
Como técnico, Diego cubrió solo una parte. Fue un jugador retirado que hizo sentir bien a sus colegas activos del plantel. Hizo lo que siempre pregonó. Y creyó que los jugadores son los únicos protagonistas en una gesta semejante. No es así. Los mejores actores no logran la excelencia de una obra sin Director. La actuación en las eliminatorias no fue casualidad, sino causalidad. Y acá paso lo mismo.
Para que se entienda, Paraguay grafica estos conceptos que preceden. Sin figuras, demostró frente a España –una constelación de estrellas y buen juego- como se prepara un partido. Y no lo ganó porque la suerte estuvo del lado ibérico.
Alemania es como una computadora, funciona a la perfección, en lo que sabe no se equivoca. Si se la haces fácil te arrolla. Pero como toda máquina tiene límites creativos. Se mueve entre parámetros. Hoy que las diferencias físicas no existen más, los argentinos siempre deberían ganarle a equipos como el germano. El jugador argentino no tiene límites creativos. Aunque necesita algo esencial, estudiar a la máquina y proyectar la estrategia y aplicarla. Eso no sucedió y ganó la máquina.
No voy a opinar más que lo escrito. Estos son momentos protagónicos de los opinólogos, los serios y los boludos.
Sí reitero que, cuando juega la selección, soy hincha de ella. Hoy dejo las banderas alzadas para arriarlas después del 9 de Julio.
Tendré que esperar cuatro años para escuchar a mi perra hablar.