Sobre Argentina: quedar eliminados en cuartos de final, cuando se cuenta con una historia exitosa y una materia prima irreprochable, inevitablemente conduce a balances negativos. El déficit creativo y la falta de solvencia defensiva que se disimularon ante rivales de menor cuantía, salieron a relucir y fueron aprovechados por un equipo como Alemania, mejor ensamblado y sólido en todas sus líneas. Sin embargo, un resultado adverso –amén de convertirse en catástrofe nacional instantánea– no borra de un plumazo las particulares positivas de esta actuación argentina en Sudáfrica: la vocación netamente ofensiva que priorizó Maradona (la idea irrenunciable de juntar a Messi, Tévez e Higuaín más otros mediocampistas de buen pie) y la permanente apuesta por la posesión del balón (aunque muchas veces no se tuviera muy en claro qué hacer con él). Son pequeños pasos que, de algún modo, más allá de marcadores y errores tácticos circunstanciales, sirven para encauzar el reencuentro del fútbol argentino con su sello identitario. Cuando la selección comience a funcionar con un sentido más colectivo de juego y termine de solidificarse en todos los sectores de la cancha, entonces estará en condiciones de volver a la élite del fútbol mundial, pues un estilo y un concepto ya han sido inculcados; ahora sólo resta perfeccionarlo. Y a esto hay que sumarle la maduración de algunos muy buenos futbolistas a los que les falta aplomo y rebeldía a la hora de las grandes citas.
Sobre Messi: lo del jugador del Barcelona, a contramano de la actuación de Maradona en México 1986, fue de mayor a menor. Su rendimiento, en vez de progresivo, fue decreciente a medida que los partidos fueron pasando. Contra Nigeria redondeó una de sus mejores performances desde que viste la camiseta albiceleste, desequilibrando a diestra y siniestra. En los restantes encuentros de la fase grupal mantuvo un nivel más que aceptable, pero al retrasarse en el campo, su juego perdió gravitación e influencia ofensiva. Por otro lado, jamás logró complementarse plenamente con Tévez –hasta pareciera que su presencia lo incomodaba–, y más temprano que tarde, sus arrestos individuales terminaron diluyéndose en relación proporcional a la solidez defensiva del equipo rival. Es cierto, quizás el bosquejo táctico no lo benefició en exceso, pero no hay que perder de vista que Messi en ningún momento se insubordinó, no se rebeló ante la adversidad, ni mucho menos se transformó en el conductor o líder del conjunto, eso que tan bien sabía hacer Maradona. Y, como si no fuera suficiente, se despidió de Sudáfrica sin convertir ni siquiera un tanto. Su Mundial, en definitiva, terminó pareciéndose al de Ronaldo, Kaká o Rooney, lo cual nos deja una enseñanza: hoy por hoy, ningún talento individual alcanza por sí solo para alzarse con la Copa del Mundo si atrás no posee el respaldo colectivo de un equipo entendido como concepto.