No hay aquí fuentes milagrosas cristalinas ni cantos de sirenas cabalgando unicornios bajo destellantes arcoiris.
Bethulie ("elegida por Dios") es modesta y apocada, modosa y circunspecta como una damisela afectada de gazmoñería que quisiera pasar desapercibida en un convite de reinas y princesas. Me encanta sin embargo este nombre, Bethulie, que se me antoja de cuento de hadas romántico...
Guarda con celo Bethulie señuelos de innegable atractivo, como lo son las fantásticas panorámicas desde los altozanos o lugares más privilegiados en altitud soberana. El cielo aquí es un ventanal prodigioso con vistas al cosmos estrellado; las noches se transforman en pláticas interminables con las estrellas.
Pocos lugares en el mundo pueden presumir de tan jactancioso despliegue y desfile de destellos, como si de una comisión estelar se tratara, parpadean y lucen sus encantos los astros, custodiando los misterios arcanos del universo.
Para llegar a esta localidad de reminiscencias Apartheid, he seguido un rastro de melocotoneros, con sus ramas de hojas que se me antojan lágrimas de lluvia de rabiosa tonalidad violácea. He atravesado anodinas llanuras desérticas en pos de la leyenda veraz de Moordenaas Poort: el camino del asesino, en referencia a la masacre de los habitantes San perpetrada por la tribu de los Griqua.
En aquella época, 1829, a orillas del río Gariep se establecía una sociedad misionera de Londres para "convertir" a las gentes de las tribus San. Años más tarde llegaría otra sociedad análoga procedente de Francia y renombrarían el lugar como Bethulia ("elegida por Dios").
En estas tierras tuvo lugar una extinción del 80% de las especies hace 250 millones de años. Pero sin retrotraernos a los tiempos arcanos del pérmico, podemos hablar de otro tipo de "extinción" o exterminio mucho más mundano, donde la mano del hombre jugó una baza fatal.
Hablo de un episodio nefando e ignominioso que tuvo lugar en Bethulie entre los años 1899-1902. La guerra entre los boers e ingleses desplegó un fúnebre manto de mortandad altísimo entre mujeres y niños. Surge en esta época la vergüenza y la repulsa a modo de campo de concentración: factoría de muerte, gestoría de desechos humanos y vesanía irracional humana.
Bethulie cuenta en la actualidad con 3000 habitantes, aún cuando paseando por estas calles en estado de letargo tengo la sensación de pertenecer a un reducido grupo de supervivientes de alguna hecatombe ecuménica.
No siempre el silencio se apoderó de estas calles dormidas. En otra época, a tan solo 200 kms de aquí, se hallaron diamantes y aquello atrajo a hordas de gente en busca de fortuna.La inverecundia y desfachatez en su estadío más lamentable, semejante a una suerte de estulticia contagiosa y repugnante, tuvo lugar en Bethulie hasta 1980, cuando llegara finalmente la ansiadísima erradicación del apartheid.
Tal abominación de la razón más retrógrada y marcial conminaba a los negros a morar en los llamados"Homelands".Se me antojan estos lugares oprobiosos como "corrales de seres humanos", donde se les permitía existir, siempre y cuando no traspasaran los confines de sus jaulas.
Tal era entonces la estulticia de los blancos, confundida con ínfulas de superioridad, que disponían de escuelas diferenciadas para blancos y negros.
Hablando ya de temas mucho más gratos, es sumamente recomendable contemplar un auténtico atardecer sudafricano desde un lugar elevado que escrute el horizonte que bifurca de norte a sur el río Orange. Sin embargo, en el territorio de las recomendaciones, no puedo obviar al carismático Anthony Hocking:historiador, carismático, simpático, amable, director del alucinante ROYAL HOTEL BETHULIE.
Http://www.bethulie.net/http://anthonyhocking.net/ (DIRECTOR DEL HOTEL)
Este hotel es un lugar donde uno debe alojarse sí ó sí. Anthony Hocking, director del hotel, me resulta un tipo de lo más campechano, erudito, sencillo, cercano, entusiasta, optimista, un hombre singular sin parangón.El hotel del buen amigo Toni es como un inmenso templo de melomanía y santuario de lectura. Ver para creer: estanterías y muebles, alacenas que rozan el infinito, atestados de miles y miles de discos y libros de toda índole. Este lugar es un museo, el delirio del musicólogo y el lector empedernido. Uno no sabe donde mirar. Miles de títulos, la mayoría totalmente desconocidos, otros imprescindibles, de fama ecuménica.
Ya para concluir, una sonata de espontáneo júbilo y algarabía en las voces atipladas y ademanes revoltosos de varios cientos de niños de un colegio, que me rodean "enloquecidos" mientras contemplan las fotos que acabo de hacerles.
Jamás tuvo consecuencias tan genuinas de felicidad y alegría tan apabullante y contagiosa un acto tan baladí como hacerles fotos. Emocionante y divertidísimo a raudales: la felicidad plasmada en el objetivo de mi cámara en un solo instante.