Hoy, hace dos años, nos dejó un hombre que hizo famoso un desgraciado número: 46664.
Un número que acompañó a Nelson Mandela, en la prisión de Robben Island (también estuvo en las prisiones de Pollsmoor y de Víctor Verster), durante ¡27 años!.
Hoy, hace dos años nos dejó el "abuelo venerable" (Madiba, nombre en honor de su clan, de la etnia xhosa). Familia de los jefes supremos de la tribu de los Tembu, fue formado para convertirse en dirigente de su clan. Pero se rebeló contra su destino cuando le concertaron un matrimonio: huyó pobre a Johannesburgo a estudiar Derecho. Allí se metió en política para combatir las prácticas xenófobas del Partido Nacional de Sudáfrica (PN) que había ganado las elecciones de 1948, en las que sólo podían votar los blancos y que había instalado un sistema de segregación racial conocido mundialmente como Apartheid.
El PN tenía enfrente al Congreso Nacional Africano (CNA), formado en 1912 para luchar por los derechos de la población negra (y al que se había unido Mandela en 1942). Fueron los cincuenta años de recorrer el país promoviendo la desobediencia civil, incluidas las acciones violentas (fundó y comandó la organización guerrillera y terrorista Umkhonto we Sizwe (MK) o "La Lanza de la Nación" en 1961). Hasta que fue arrestado y acusado de alta traición y terrorismo en 1963. Cuenta la leyenda que allí cogía fuerzas repitiéndose como un mantra el poema Invictus (título de la película dirigida por Clint Eastwood donde un soberbio Morgan Freeman clava el físico e incluso el alma de Mandela): "Más allá de la noche que me cubre / negra como el abismo insondable / doy gracias a los dioses que pudieran existir / por mi alma invicta"
Cierto es que Mandela fue un hombre desconocido para la inmensa mayoría del mundo hasta poco antes de 1990. La comunidad internacional necesitaba un símbolo, y orquestó una campaña en su apoyo que finalmente dio frutos el 11 de febrero de ese año. Ese día, Mandela salió en libertad tras 27 años de cárcel y en su primera intervención ante la prensa apostó por una solución que no menoscabase los derechos de los blancos. Sin rencor. El símbolo se convertía en mito.
La misma presión internacional (no nos equivoquemos, en concreto la asfixia económica o estado de quiebra debido al goteo de sanciones internacionales que le arrinconaban), hicieron el milagro un año después: las tres cámaras del Parlamento sudafricano (blanca, mestiza e india) derogaban la última de las leyes sobre las que se sustentaba el complicado entramado legal del Apartheid: "Los recién nacidos no serán clasificados por razas". Entonces también, el terrorista convertido en político para algunos, mito para muchos y casi desconocido para todos comenzaba a tomar las riendas del Congreso Nacional Africano (era vicepresidente del partido tras algo más de un año de libertad y encabezaba unas negociaciones secretas con el Gobierno).
Una vez en el poder, mantuvo la coherencia. No se aferró al sillón. Se retiró cuando llegó el momento ysiguió luchando por causas nobles hasta el final de sus días (falleció con 95 años), como erradicar la pobreza en África o combatir el sida. Trabajó además como mediador en los conflictos de Angola, Burundi y República Democrática del Congo y recibió un sinfín de homenajes.
Su figura ha sido venerada por miles de personas. En vida, y tras su muerte... hoy, hace dos años. Sirva esta serie de posts sobre el viaje que hice a su país como humildísimo tributo a su alma invicta.