Era nuestro deseo pasar unos días de diciembre en Estocolmo. A pesar de que se acercaban las fechas de Navidad y hacía bastante frío, había otras muchas cosas interesantes que compensaban la visita a esta maravillosa ciudad.
Esperamos unos veinte minutos en la plaza del palacio porque se estaban preparando para el cambio de guardia, nos quedamos casi congelados pero finalmente pudimos presenciarlo.
Era imponente ver tanto soldado desfilando de un lado a otro e izando las banderas al ritmo de la música. Otros aguardaban el relevo en las garitas permaneciendo impasibles, sin mover una pestaña.
Los soldados iban vestidos con largas chaquetas de ocho botones hasta las rodillas y pantalones y boinas verdes y guantes.
Después sacamos la entrada con tarjeta de crédito pues aquí todo, incluso en los lavabos públicos se pagaba con tarjeta aunque fueran 50 céntimos de euro.
El palacio se erigió sobre las ruinas del Castillo Tre Kronor que se incendió casi por completo en 697. Atravesamos la escalera, visitando primero los apartamentos Barnardotte, de estilo rococó, de estancias amplias con grandes lámparas de cristal y mobiliario del siglo XVIII.
Llamaba la atención las estufas de cerámica y los retratos. En la misma planta baja se encontraban las salas donde el Rey se reunía con el gobierno. En una de ellas contenía el trono de plata de la Reina Cristina, en el Salón de Estado.
En la primera planta visitamos los aposentos del Rey Gustavo III, cuyos esfuerzos por consolidar el poder de la Corona Sueca en los albores de su reinado, levantó ampollas entre la nobleza.
Murió 13 días después de ser disparado en un baile de máscaras. Sobrevivió lo justo para mantener las apariencias y sofocar un intento de Golpe de Estado. (En la foto, el actual Rey Carlos XVI Gustavo de Suecia)
En todas las salas pudimos apreciar tapices, lámparas, alfombras, chimeneas, todo ello de gusto exquisito. Es una mínima muestra de lo que puede ser el Tesoro Real ubicado en un edificio aparte.
Uno de los de las salones más imponentes es la de Carlos XI que es utilizada como despachos reales.
Se inspiró en la Galería de Espejos de Versalles y se considera uno de los mejores ejemplos del barroco tardío sueco.
En el palacio se siguen organizando cenas reales con cubiertos y vajillas especiales para la ocasión y montando una mesa alargada que acoge a 170 comensales.