Una sensación incómoda me ha acechado mientras avanzaba por las páginas de Sueño profundo, de Banana Yoshimoto (que traduce Lourdes Porta para el sello Tusquets): la de considerar, casi en cada párrafo, que ninguno de sus personajes actuaba de forma “comprensible”. Cuando yo esperaba una explosión de ira, ellos se hundían en un silencio profundo; cuando me parecía perfectamente lógico que experimentasen celos o que fueran asaltados por las lágrimas, perdían la mirada en un ventanal, casi hieráticos; cuando se imponía (o eso pensaba yo) abrazar la almohada, salían a pasear en medio de la madrugada. Esos detalles comenzaron a agruparse en órbitas giratorias y, de súbito, notaba que me alejaban del núcleo de la lectura, que no me dejaban disfrutarla en plenitud. Hasta que comprendí dónde residía la causa de mi error: en no advertir su condición nipona. Es decir, en empeñarme en mirar las tramas, las reacciones, los sentimientos, incluso los diálogos como si se tratara de personajes españoles. Y no lo son. De hecho, hacia la página 50 me detuve y comencé de nuevo. Entonces, sí, pude disfrutar de estos tres magníficos relatos.
En “Sueño profundo” acompañé a Terako, amante de un hombre cuya esposa se encuentra en estado vegetativo; en “La noche y los viajeros de la noche” descubrí el modo en que una chica encaja la muerte de su hermano Yoshihiro y cómo esta defunción impregna también sus relaciones con Sarah y Marie, las dos mujeres que lo amaron; y en “Una experiencia” me asombró la manera en que una chica que ha comenzado a beber demasiado es visitada (o eso cree) por el fantasma de Haru, una muchacha con la que mantuvo una relación difícil en el pasado.
Qué elegante es Banana Yoshimoto y qué deliciosa puede ser su narrativa, cuando uno no comete el error (mea culpa) de juzgarla con ojos eurocéntricos. Volveré a sus libros, estoy seguro.