'Sueños' de Kafka: visiones nocturnas en sus cartas y diarios

Publicado el 06 mayo 2010 por Susanabb

 

"Soñé que la Tierra se acababa. Y que el único ser humano que contemplaba el final era Franz Kafka. En el cielo los Titanes luchaban a muerte. Desde un asiento de hierro forjado del parque de Nueva York, Kafka veía arder el mundo"Texto de Roberto Bolaño que figura en el colofón de “Sueños” de Kafka



 

'Sueños' Franz Kafka

 
 
Errata Naturae

 
Colección: La mujer cíclope

 
Páginas: 104

 
Traducción: Iván de los Ríos

 
Una pensión berlinesa repleta de extraños y atareados jóvenes judíos. Un teatro que abarca los confines del mundo. La metamorfosis de Milena en un ser espectral. Un nebuloso festejo en el castillo del Emperador Guillermo. Un prostíbulo interminable. Un crimen innombrable cuyo castigo se anuncia en cada detalle. Una inmensa montaña de excrementos humanos.

El asesinato del padre para salvaguardar el honor de Milena. Una niña ciega mutilada por sus propias gafas. Una extravagante joven que ni es judía ni deja serlo. Goethe declamando con infinita arbitrariedad. Un sueño «espantoso» en el que literalmente no ocurre nada. Una inverosímil pelea entre hombres que toman baños de aire. Una muchacha con nariz de tubérculo que traduce a Hesíodo. Cartas desmenuzadas, otras ilegibles, otras robadas. Un inquietante encuentro en el jardín de un sanatorio. Un mausoleo custodiado por un hombre mutilado en una guerra olvidada…

Estos son algunos de los sueños de Franz Kafka: figuras e ideas que se reencuentran bajo múltiples formas mutantes en sus novelas y relatos. Su transcripción era para Kafka un verdadero instrumento de escritura y son hoy una herramienta fundamental para la comprensión de su obra. La presente antología recoge por primera vez de forma unificada y completa la totalidad de estos sueños dispersos en las miles de páginas de la obra kafkiana.

"Hasta 65 fragmentos han identificado y recopilado en un breve pero intenso volumen Irene Antón y Rubén Hernández, responsables de la pequeña editorial madrileña Errata Naturae.

Rubén Hernández destaca que por primera vez se ha recopilado y publicado, a partir del vaciado de las obras completas de Kafka, textos que son un material de lectura por méritos propios.

De ellos, 34 surgen de los Diarios de Kafka, 12 de sus cartas a Felice Bauer, uno de El proceso, dos de los Cuadernos en octavo, cuatro de su correspondencia con su amigo Max Brod, dos de cartas al filósofo y amigo Felix Weltsch, tres a su hermana Ottla y siete a su gran amor Milena Jesenská.

Sesenta y cinco sueños de Kafka es precisamente el título de un volumen publicado hace tres años por Éditions Ligne (y en Buenos Aires por Nueva Visión) con textos póstumos del psicoanalista y filósofo francés Félix Guattari. "Se trata de la recopilación de cuatro artículos armados a partir de notas preparatorias para el libro de Guattari y Deleuze Kafka, por una literatura menor. Pero en el artículo que da título al libro se identifican solo unos 34 sueños", explica Rubén Hernández.

Kafka ha sido pasto de estudios desde el campo del psicoanálisis. Por su condición de judío súbdito del imperio austro-húngaro y contemporáneo de Freud, por el peso traumatizante de un padre avasallador, por el papel de los sueños en su obra... ¿Y qué otra cosa sino una pesadilla parecen situaciones como las de Gregor Samsa en La metamorfosis o Joseph K. en El proceso? Antón y Hernández recogen precisamente en su prólogo el "lúcido" análisis que hizo Guattari sobre la relación entre los sueños y las ficciones de Kafka" Del Artículo de Enest Alós

 

Kafka a los 5 años (1888).


PRÓLOGO

Franz Kafka era un hombre que dormía poco. Poco y mal. Sufría horas interminables de insomnio que solían terminar con un sueño furioso. En sus diarios encontramos constantes entradas en las que se queja tanto de las noches en blanco como de las horas en las que sí es capaz de dormir, y en las que, según anota reiteradamente, «no dejo de soñar, lo cual resulta si cabe más agotador que permanecer despierto». Tantas noches, según escribe en un momento quizás de desesperación, «desperdiciadas con sueños delirantes». ¿Desperdiciadas? Tal fue el agotamiento lo que le llevó a utilizar este verbo… Porque Kafka sabía muy bien que los sueños —o al menos los suyos— nada tienen que ver con el orden de los desperdicios, las sobras, lo excrementicio. Todo lo contrario.

Sigmund Freud pensaba que la pantalla mental en la que se despliega el sueño conforma un escenario poco o nada propicio para el acto creativo. Para el padre del psicoanálisis los sueños eran una mera superficie de grabación en la que era posible registrar los movimientos y las síntesis del inconsciente. Así, el sueño funcionaría como una suerte de celuloide inmaterial y fragmentario, cuyos cortes se unirían como los de un montaje cinematográfico, pero, a diferencia de lo que suele ocurrir en una película, la clave simbólica y explicativa del sueño se hallaría necesariamente ausente de su propia narración. Para entender nuestro sueño sería necesario levantar el teléfono, concertar la cita, tomar el autobús, llegarse hasta el gabinete, tumbarse en el diván. Allí tendría lugar la interpretación y, también, la donación, siempre externa, del sentido y la cura.

Para Kafka, sin embargo, los sueños eran otra cosa. O servían para otra cosa. La propuesta psicoanalítica, que conocía bien, no le interesaba y eso le permitió adentrarse en un territorio salvaje donde Freud nunca puso un pie. Tal como propone con lucidez el filósofo y psicoanalista Felix Guattari, Kafka renunciaba expresamente a interpretar sus sueños, siempre que por interpretar entendamos, muy cerca del origen etimológico, traducir sus sueños: del «lenguaje» del inconsciente al de la razón, del turbio sinsentido al níveo conocimiento. Por el contrario, Kafka prefería recopilar las figuras e ideas absolutamente singulares y extrañas a todo desarrollo lógico que aparecían en sus sueños y, en lugar de someterlas a la hermenéutica del domador y al aro del concepto, las dejaba proliferar y amplificarse libremente, hablando su propio «lenguaje».

Daba comienzo así a un proceso creativo que, partiendo del imaginario onírico, se enfrenta al orden establecido y férreo de los significados. ¿Es este proceso, esta máquina abstracta, la que produce en última instancia eso que llamamos «lo kafkiano»? Dejemos esta pregunta para los especialistas. No cabe duda, sin embargo, que son estas figuras e ideas rescatadas de los sueños las que se reencuentran una y otra vez y bajo múltiples formas mutantes en las novelas y los relatos de Franz Kafka. Por tanto, es necesario pensar que la trascripción de estos sueños realizada por Kafka de forma dispersa a través de diarios, cartas, cuadernos y legajos —y que aquí se presenta por primera vez de forma unificada, razonada y completa— constituía mucho más que un mero reclamo para la inspiración del escritor. Estas trascripciones eran para Kafka un verdadero instrumento de escritura y son hoy, para los lectores e investigadores, una herramienta fundamental para el análisis de su obra.



 

ALGUNOS SUEÑOS

11.  Encuentro con el matrimonio Tschissik en el Graben (…). Más tarde sueño que estoy en un pasaje angosto bajo una bóveda de vidrio no muy alta, parecida a los corredores intransitables que aparecen en los cuadros de los primitivos italianos, parecida también a uno de los pasajes que vimos en París, como una bifurcación de la Rue des Petits-Champs, sólo que el de París era más amplio y estaba repleto de tiendas, mientras que éste discurría entre paredes desnudas y, aparentemente, no permitía siquiera el paso de dos personas juntas.

Pero si uno se adentraba realmente en él, como hicimos la señora Tschissik y yo, había una cantidad de espacio sorprendente, aunque a nosotros no nos sorprendía. Mientras me encaminaba con la señora Tschissik hacia una de las salidas, en dirección a un posible espectador de toda la escena, y mientras la señora Tschissik se disculpaba por algún defecto suyo (al parecer era alcohólica) a la vez que me pedía que no creyese a sus difamadores, el señor Tschissik azotaba a un San Bernardo lanudo que se alzaba frente a él sobre las patas traseras al otro lado del pasaje. No quedaba claro si Tschissik sólo estaba jugando con el perro y descuidando por ello a su mujer o si, tal vez, el perro lo había atacado en serio o si finalmente quería mantener al perro apartado de nosotros.

23. Nada más lo has descrito, he soñado con nuestro encuentro en Berlín. Todo tipo de cosas, no puedo precisar casi nada: de este sueño sólo me ha quedado la sensación general de una mezcla de dicha y tristeza. Paseábamos por la calle, el entorno asemejaba de un modo extraño la Plaza de la Ciudad Vieja de Praga, habían pasado las 6 de la tarde (la hora exacta del sueño, probablemente), no caminábamos cogidos del brazo, pero estábamos aún más cerca el uno del otro que cuando se camina del brazo. ¡Dios!

Me resulta difícil describir la estrategia que ideaba para no cogerte del brazo ni llamar la atención y, aún así, caminar pegado a tu cuerpo; podría habértelo mostrado al pasar por encima del Graben, pero no se nos ocurrió. Tú te apresurabas en dirección al hotel, yo avanzaba a trompicones sobre el borde de la acera a dos pasos de ti. ¡Cómo describir nuestro paseo dentro del sueño!

Mientras que cuando se camina del brazo, los brazos sólo se tocan en dos puntos y cada uno conserva su independencia, nuestros brazos y nuestros hombros se tocaban en toda su extensión.

34. Sueño de esta noche: Con el Emperador Guillermo: En el castillo. Hermosas vistas. Una habitación parecida a la del Tabakskollegium (1). Reunión con Matilde Serav. Todo olvidado, lamentablemente.

41. Dos grupos de hombres luchaban entre sí. El grupo al que yo pertenecía había capturado a un rehén, un gigante desnudo. Lo sujetábamos entre cinco de nosotros, uno por la cabeza, dos por los brazos y dos más por las piernas. Desgraciadamente, no teníamos un cuchillo con el que apuñalarle, preguntábamos acelerados a nuestro alrededor si alguien tenía un cuchillo, pero nadie tenía uno.

Ya que por alguna razón no había tiempo que perder y aprovechando que teníamos a mano una estufa cuya puerta de hierro colado, asombrosamente grande, ardía al rojo vivo, arrastrábamos al hombre hasta allí y acercábamos su pie a la puerta abierta hasta que comenzaba a humear, entonces lo retirábamos para que dejara de echar humo y en seguida volvíamos a acercarlo. Repetíamos el proceso de manera uniforme hasta que me despierto empapado en sudor y presa del pánico, castañeteando los dientes.

50. Si además añado que hace unos días besé a Werfel en sueños, caigo de lleno en el libro de Blüher (2).

60. Anoche soñé contigo, la primera vez desde que estoy en Praga, si no me equivoco. Un sueño matinal, corto y denso, en cualquier caso un sueño robado a la mala noche. No lo recuerdo muy bien. Estabas en Praga, paseábamos juntos por la calle Ferdinand, más o menos a la altura de Vilimek, en dirección al río, nos cruzábamos con algunos conocidos tuyos, tú hablabas con ellos, es posible que habláramos de Krasa (sé que no está en Praga, averiguaré su dirección).

Tú hablabas como siempre, pero había una carga imperceptible de rechazo en lo que decías, no muy evidente; yo no decía nada al respecto, pero me maldecía, de modo que únicamente expresaba la maldición que pesaba sobre mí. Después estábamos en un café, lo más probable es que se tratara del café Unión (que, además, nos cogía de camino), un hombre y una chica joven estaban sentados en nuestra mesa, pero no soy capaz de recordarlos; también había otro hombre que se parecía a Dostoievski, aunque más joven, con la barba y el pelo negros; tenía todos los rasgos muy marcados, las cejas, por ejemplo, y las protuberancias frontales.

Después nos quedábamos solos tú y yo. Persistías en tu rechazo, pero no hablabas de ello. Tenías la cara maquillada —detalle tan desafortunado y notable que no podía dejar de prestarle atención—, es más, la tenías maquillada de un modo torpe, grotesco, ridículo, hacía calor y se te habían formado unos dibujos sobre las mejillas, aún puedo verlos. Yo me inclinaba sobre ti una y otra vez para preguntarte por qué te habías maquillado; cuando adivinabas que te lo iba a preguntar, me lo impedías amablemente, diciendo: «¿Qué quieres?»: el tono de rechazo imperceptible.

Pero no era capaz de preguntártelo, no me atrevía, aunque a la vez percibía que ese modo de empolvarte la cara era un signo decisivo para mí, un signo absolutamente decisivo: hubiera debido indagar más, quería indagar más, pero no me atrevía. Así me revoloteaba el triste sueño. El hombre que se parecía a Dostoievski también me hacía daño.

Me trataba igual que tú, pero con una pequeña diferencia. Cuando yo le hacía alguna pregunta, se mostraba agradable, interesado, sincero, se acercaba a mí, pero cuando no tenía más preguntas que hacerle o ya no sabía qué decir —lo cual sucedía constantemente— se alejaba bruscamente, se sumergía en la lectura de un libro, se olvidaba el mundo exterior y sobre todo de mí, desaparecía detrás de su barba y su pelo.

No sé por qué, pero aquello me resultaba insoportable, se repetía una y otra vez —yo no tenía otra opción—, tenía que hacerle volver con una pregunta, pero siempre lo perdía, una y otra vez lo perdía, siempre por mi culpa. 

NOTAS del T.(1) Un Tabakskollegium consiste en un grupo de personas, en su mayoría hombres, que se reúnen con regularidad para socializar disfrutando del tabaco. En Alemania estos grupos comienzan a formarse en al s. XVII. (2) Se refiere a la obra de Hans Blüher (1888-1955) sobre la homosexualidad Die Rolle der Erotik in der männlichen Gesellschaf (El papel del erotismo en la sociedad masculina)


Kafka y Felice Bauer en 1917.  

LOS SUEÑOS CONSTITUYEN EL MÁS ANTIGUO Y EL NO MENOS COMPLEJO DE LOS GÉNEROS LITERARIOS

Prólogo Libro de sueños de JL Borges