En su primera incursión en el cine comercial también hay mucho de esa seducción con lo prohibido. Romper con la monotonía imperante de cuatro adolescentes inconformistas cuya existencia se resume en follar, drogarse y esperar un nuevo día para drogarse y follar. Un bucle que ha perseguido toda la obra del controvertido director. Pasajes con un alto contenido polémico son una constante en sus trabajos. Y es que nunca ha dejado de coquetear con lo transgresor, lo incómodo. Desde arriesgados planos reiterativos como vehículo a la embriaguez hasta diálogos salpicados de insultos. Da la sensación que lograr la perturbación en el espectador sea su objetivo principal. Y lo hace de una manera eficaz. Obligando a ese público a convertirse en el sujeto pasivo de la historia. Porque cada una de esas jóvenes representan cuidadosamente a una parte de esa sociedad fustigada por la rutina y que tiene el coraje de zambullirse en un océano de peligros sin bombona de oxigeno.
Spring Breakers comparte con Gummo (1997) no sólo a su director. Si en la experimental ópera prima de Korine éramos testigos de la desolación en una comunidad marginada arrasada por un tornado, ahora convertidos en el Gran Hermano de estas jóvenes que no ven más allá de sus voluptuosos pechos, participamos en su degradación. Toda su bizarra filmografía se compone de personajes en busca de su yo. Pero sobre todo en este último trabajo la filosofía que reina es la de la crisis de valores unida a la crisis económica. Aquí radica todo el sentido de esta estilizada película que nos acerca a un director desconocido para el gran público y al que muchos no perderán de vista.
Para amantes del neón más cegador Lo mejor: su delirio, su radicalidad y su valentía.Lo peor: que se pueda confundir su ornamenta con vacuidad.