Sueños eróticos

Publicado el 19 agosto 2012 por Miguelmerino

A mí me da mucha vergüenza contar estas cosas. No es que sea tímido ni nada de eso, pero ¿qué se yo? no lo paso bien. Ni durante el sueño, ni ahora contándolo. Pero uno tiene un blog y muy poca inspiración, así que si quiero escribir entradas con una cierta regularidad, tengo que aprovechar todas los ocasiones.

Esto de los sueños eróticos ¿qué quieren?, a mí no me gusta. Tengo amigos que me dicen que se lo pasan pipa durante esta clase de sueños. Incluso me han llegado a decir que tienen poluciones nocturnas. Vamos que se corren de gusto, literalmente. No lo entiendo. Yo me despierto sudoroso, intranquilo, nervioso. No voy a decir que con miedo, porque no es eso, pero sí que con cierto desasosiego. Y desde luego, si se produce alguna reacción en el cacharro de mear, es una leve hinchazón, pero que vamos, se quita meando. Así que seguramente seré yo el raro, no voy a decir que no.

De todas maneras y para que juzguen ustedes, les voy a contar el último sueño erótico que tuve, que fue anoche, sin ir más lejos.

Me acosté casi a las dos de la madrugada, pues me vi los tres partidos de primera división, entre ellos mis Sevilla F.C., por cierto, tres primeros puntitos “pa la saca”. Perdón por la digresión, pero tal y como está el panorama, no sé cuantas oportunidades de decir esto voy a tener durante la temporada. Al lío. Decía que me acosté cerca de las dos de la mañana y enseguida caí en brazos de Morfeo. Soñé que iba caminando por una calle oscura y se me apareció un tío con una cara del Fari bebiendo fairy y chupando limones, que lo único que se me ocurrió fue echar a correr. Me tropecé y caí por un precipicio al final del cual estaba el pasillo de mi casa, pero no era mi casa, era la casa de una tipeja con verrugas en sitios donde es imposible tener verrugas y además es imposible que yo se las viera porque iba cubierta con una especie de saco de arpillera que sólo le dejaba al aire los ojos. Así que ahora que lo pienso, las verrugas las debía tener en los ojos. Eché a correr de nuevo y de pronto, estaba en la oficina, sentado en mi silla, en pantalón corto de pijama y con un dídimo (testículo en román paladino) asomando por la pernera derecha. Con disimulo intenté empujarlo hacia arriba con intención de taparlo y se me salió el gemelo, el que justifica el nombre de dídimo, vamos, el izquierdo. Cuando conseguí tapar los dos, estaba sentado en un banco de una iglesia, descalzo y sin dientes en el maxilar superior. De rabia me puse a mesarme los cabellos y dejé el suelo a mis pies lleno de mechones negro azabache. No tendría nada de extraño si no fuera por el hecho de que mi pelo es gris como el porvenir que me vaticinó mi primera maestra, que resultó profeta, la muy hija de madre que comercia con su cuerpo, con el de la maestra, que la madre resultó proxeneta de una sola pupila, su hija. Vale, otra digresión, pero tampoco creo que importe mucho con los derroteros que lleva el sueño. Enseguida apareció el párroco y me preguntó que porque no me había puesto el sayo de monaguillo, que la misa estaba a punto de empezar. Me acerqué a la sacristía y era el barracón de la 9ª compañía del Campamento de Instrucción de Reclutas de Rabasa. Se me acercó el capitán Pérez Payá y me mandó a raparme al cero…

- Esto… disculpe caballero. Ya sé que lleva muy mal estas interrupciones y si es para corregirle, pues aun peor. Pero me veo en la obligación de señalarle que esto no es un sueño erótico. En todo caso, se trata de un sueño errático. Y disculpe de nuevo.

- Esto, glub. Disimule y siga caminando. Gracias.