Setenta y dos personas, 58 hombres y 14 mujeres, fueron asesinadas en lo que se conoce como la masacre de Tamaulipas, estado mexicano que comparte una larga frontera con el estado de Texas y sitio de paso obligado de miles y miles de inmigrantes que, buscando un futuro mejor, salen todos los días de sus países con la esperanza de lograr el “sueño americano” que nos han vendido, que siguen vendiendo los medios de comunicación y que es incentivado por los supuestos logros de otros que los antecedieron y que lograron llegar al otro lado de la frontera en una cada vez más dura travesía.
Uno de los sobrevivientes de esa masacre es Luis Fredy Lala Pomadilla, un joven ecuatoriano de apenas 18 años de la comunidad de Ger, un pequeño pueblo de la provincia de Cañar, donde desde que sucedieron los hechos no se habla de otra cosa y donde la policía ha montado un operativo de seguridad para proteger a la familia, amenazada según dicen por el traficante que supuestamente lo ayudaría a lograr el sueño. Quién sabe qué milagro obró y salvó a este muchacho que, con la esperanza de contar con recursos para mantener a su pequeño hijo por nacer, decidió iniciar el viaje. Once mil dólares pagó al coyotero, y es que cantidades como ésas y más son las cantidades que pagan a los traficantes de personas los hombres y las mujeres que se lanzan a esa peligrosa aventura. Para ello se prestan dinero de amigos, familiares o de prestamistas, o chulqueros como se los conoce por estos lares, que pedirán la devolución con altos intereses, o venden lo poco que tienen, hipotecando su vida para terminar pagando hasta 15 mil dólares por el intento. En Ecuador y en la zona del joven sobreviviente, siguen intentando hacer el viaje cientos de personas. Por las comunidades como Pedro en su casa se mueven los coyoteros, convenciendo, captando gente de las comunidades con la oferta de acceder a más oportunidades, de ganar más dinero para poder mejorar las condiciones de vida.
El sueño americano en estos parajes de la serranía ecuatoriana se refleja en las innumerables construcciones de cemento que se ven a lo largo de las comunidades, que como bien lo señalan Daniela Reist e Ivonne Riaño, son parte de las remesas sociales que junto a las remesas monetarias llegan al país: “Como forma de remesa social, las viviendas proyectan dos tipos de mensajes: transmiten nuevas ideas económicas y representan el éxito económico del migrante, entre más grande y lujosa es la casa, más es el éxito económico.”[1]
Grandes moles de cemento, muchas vacías, habitadas por el frío, estas casas son como fantasmas que se yerguen sombríos por estos parajes. Dicen que los migrantes envían fotos de las casas de los lugares donde viven ― no necesariamente las casas donde viven, vale la aclaración ― para que se las construyan igualitas, y así se hace, pero extrañamente en muchas ocasiones, al lado de la gran casa suele verse la antigua vivienda de adobe, donde sigue viviendo la familia.
En Cañar y en Azuay, provincias del sur del Ecuador, todo el mundo tiene un familiar en el exterior, especialmente en Estados Unidos, que con mucho sacrificio envía las remesas a su familia, lo que a su vez resulta una expresión de lo bien que le estaría yendo e incentiva al resto de la familia a replicar su experiencia.
Esa es precisamente la mayor motivación que tienen las personas que siguen saliendo, sin que nada importe, sabedoras muchas veces del peligro que significa iniciar el viaje, y tomando precauciones sino para evitarlo por lo menos para aminorar sus consecuencias. Esto se refleja, por ejemplo, en el hecho de que algunas mujeres empiezan a tomar anticonceptivos meses antes de partir, porque saben que existe una altísima posibilidad de que sean violadas en el camino, lo que le sucede, según Felipe Arizmendi, obispo de Chiapas, a una de cada diez de las migrantes que intentan llegar al otro lado.
Al peligro que existe en el hecho mismo de intentar cruzar la frontera, de ser detenidos y regresados a sus países, como ocurre con mucha frecuencia, se ha agregado el riesgo de ser secuestrados, lo que le sucedería a cerca de veinte mil migrantes cada año, según un informe de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México.[2]
Según señalan los testimonios del sobreviviente ecuatoriano, en el grupo de asesinados había brasileños, salvadoreños, hondureños y ecuatorianos. Cinco de estos últimos perecieron en la masacre, perpetrada según parece por un grupo armado cuyos integrantes se identificaron como parte de los Zetas, una de las organizaciones criminales más jóvenes de México integrada por militares desertores de las fuerzas especiales, un grupo de élite entrenado para enfrentar a los zapatistas y que cuenta con un enorme poder de fuego. Sobrevivir la potencia de este grupo realmente es obra de un milagro, que según parece fue compartido también por un hondureño, como lo mencionó el presidente ecuatoriano, lo cual casi dio origen a un impasse diplomático.
En el caso de Ecuador, la mayoría de los migrantes se dirigen en primer lugar a Honduras, donde no se les exige visa. Según informaciones oficiales, en lo que va del año 3858 ecuatorianos y ecuatorianas llegaron a ese país y sólo han regresado 389. De muchos de ellos y de ellas no se sabe nada, como lo testimonia Luis Delfino, quien desde julio del 2009 no ha recibido ninguna noticia de su hija: “Una sola llamada recibí de mi hija a finales de ese mes del 2009; me dijo que en dos o tres días salía para México para ingresar a Estados Unidos.”[3]
Los que por diferentes razones han definido iniciar esa ruta han pasado a la categoría de los que no importan. El testimonio de una ecuatoriana que hizo la travesía, que logró llegar para inmediatamente ser descubierta, colocada en varias cárceles y deportada, es elocuente. Narra ella que encuentran cadáveres en el camino, que no hay que mirarlos, les dicen, porque pueden hacer que uno se enferme, que encuentran huesos y calaveras, pero que hay que seguir y seguir, pues si alguien pierde fuerza, ahí mismo se queda. Al referirse a los guías, señala: “A ellos no les importa nada, caminan, caminan, los que siguen bien. Con una amiga cargamos agua y suero. Nos encontramos con unos hombres ahí en el camino, ya no podían seguir, no tenían agua. Yo les digo: tomen agua con suero, todos los hombres quedaron sin agua, entonces nosotras compartimos esa agua. Las mujeres habíamos guardado agua con suero.”[4]
Cada testimonio que se escucha es desgarrador y da cuenta de lo duro que es el camino para quienes siguen proponiéndose esa ruta migratoria, expresando a la vez lo poco que importa la vida de las personas, pese a la existencia de legislaciones nacionales y tratados internacionales. Es que los inmigrantes son un gran negocio, que alcanza unos 3 mil millones de dólares, para los coyoteros, para la policía y para las autoridades mexicanas, como lo denuncia el Informe Especial sobre los Casos de Secuestro en contra de Migrantes de la CNDH de Mexico del 2009, que recoge testimonios de migrantes que cuentan cómo fueron detenidos por policías y vendidos a organizaciones de secuestradores, quienes chantajeaban a sus familias, exigiendo rescates, torturándolos y amenazando con matarlos. Para las mujeres, además de este peligro, la posibilidad latente es que sean prostituidas y colocadas en alguna red hasta que les sea de utilidad a los coyoteros.
La masacre de Tamaulipas pone otra vez sobre el tapete la necesidad de que se enfrente la problemática desde los Estados de manera conjunta. No basta, como vemos en el caso del Ecuador, que exista una Secretaria del Migrante y que se establezcan políticas para el retorno, mientras las oportunidades sigan siendo escasas en el propio país para miles de personas, mientras la persecución a los migrantes y a sus derechos expresen el irrespeto a todas las legislaciones internacionales que se han firmado, mientras se nos siga vendiendo el sueño americano como el paradigma y circulando remesas que nos hablan sólo de los éxitos de la migración. Es imperativo que se actúe con firmeza, antes de que nuevas masacres sucedan y antes de que éstas sean asumidas como lo cotidianamente posible, lo que les espera a los miles de Luis Fredy Lala Pomadilla que intentan cruzar a diario la frontera. Seguramente no tendrán la misma suerte que él en el paso que separa el “sueño” de la muerte. Por Rosa Montalvo ReinosoLa Ciudad de las Diosas
[1] Daniela Reist e Yvonne Riaño, “Hablando de aquí y de allá: patrones de comunicación transnacional entre migrantes y sus familiares”, en Gioconda Herrera y Jacques Ramírez (eds.), América Latina migrante: estado, familias, identidades, FLACSO – Sede Ecuador, Ministerio de Cultura del Ecuador, 2008.
[2] Una investigación realizada por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos de México (CNDH) entre septiembre del 2008 y febrero del 2009 identificó a 9758 migrantes que habían sido víctimas de secuestro. El informe señala, sin embargo, que estos casos no pueden considerarse una relación exhaustiva por la naturaleza del delito y las limitaciones de la investigación. Comisión Nacional de los Derechos Humanos de México, Informe Especial sobre los Casos de Secuestro en contra de Migrantes, México, D.F. Julio del 2009.
[3] Diario Expreso de Guayaquil, 7 de septiembre
[4] Radio Tomebamba, Cuenca, programa contextos Domingo 5 de septiembre