Suerte… ¡y pa´lante!

Publicado el 12 noviembre 2013 por Zeuxis

DEDICATORIA
“para los que quieren mover el mundo con su corazón solitario, los que por las calles se fatigan caminando, claros de pensamientos; para los que pisan sus fracasos y siguen; para los que sufren a conciencia, porque no serán consolados los que no tendrán, los que no pueden escucharme; para los que están armados, escribo.” Bonifaz Nuño
LEITMOTIVS
“Y también sé lo importante que es en la vida no necesariamente ser fuerte, sino sentirse fuerte. Medirse uno mismo aunque sea una vez. Encontrarse aunque sea una vez en las más primitivas condiciones humanas. Enfrentando la ceguera y la sordera solo, sin nada que te ayude excepto tus manos y tu propia cabeza.” Cristopher Mc Candels.
“Y yo camino para seguir coleccionando piedras que no hayan sido tocadas.” Carla Badillo
“Quería movimiento, no una existencia sosegada. Quería emoción y peligro, así como la oportunidad de sacrificarme por amor. Me sentía henchido de tanta energía que no podía canalizarla a través de la vida tranquila que llevábamos.” León Tolstoi
“Me fue dado el don de penetrar sin permiso todo lo que está lejos.” Natalia Litvinova
“ ‘Ta bien, la fantasía puede ser un cáncer que se lo lleva todo, pero dónde se oculta, entonces, la ferocidad del sentido.” Javier Arduriz
“Viviré locamente los poemas que nunca escribiré.” Aldous Huxley
Ni tú ni yo creemos en la inmortalidad Pero hay momentos -oscuros, de penumbra o luz abierta- donde se roza el mundo... Luis García Montero
"... Mi barca no tiene timón; la impulsa un viento que se alza de las heladas regiones de la muerte." Kafka
“Anduve de Tabla en Tabla con paso lento y prudente Sentía alrededor las estrellas En torno a mis pies el Mar Sabía que quizá la siguiente fuera la pulgada final - A mi precario Paso algunos Suelen llamarlo Experiencia” Dickinson
“Deseaba alcanzar la simplicidad, los sentimientos de los nativos y las virtudes de la vida salvaje; despojarme de las costumbres artificiales, los prejuicios y las imperfecciones de la civilización […] y tener una idea más exacta de la naturaleza humana y los verdaderos intereses del hombre en medio de la soledad y la grandeza de las tierras salvajes.” Estwick Evans
LA RUTA DE SAMANTHA
COGIENDO CARRETERA
En la mayoría de los pueblos de la costa de Colombia es muy común escuchar el dicho “Cogió carretera”, el cual hace referencia a aquella persona que pierde la razón y comienza  a caminar sin rumbo fijo generalmente por vía asfaltada. El lema, que se entona con cierta malicia burlona, pretende advertir sobre la locura del hombre o mujer que sin más pertenencias que lo que lleva puesto le da por salir de su casa con el único propósito de echarse a andar desprevenidamente hacia o hasta el infinito; una locura ingenua y autónoma, dislocada y aventurera que apertura y rueda, que se despide y parte y que deja claro sólo una cuestión cuando se profiere en gritos de cotilleo parrandero el lema; la cuestión es sencilla y se refiere a que la persona alocada, afiebrada por la errancia, aquella que se volvió loca de remate, por fin decidió tomar el rumbo de su libertad sin que le importe un comino lo que digan o puedan llegar a decir los demás. Lo que me sucedió aquella mañana resulta pertenecer a la categoría de este dicho popular; todo comenzó por la historia meses atrás, de un motorizado que tras compartirme las aventuras de su  viaje hacia las cataratas de Iguazú, me dejó con la certeza de que una huida por Latinoamérica en moto, era posible. El Ché lo había logrado. Su diario lo confirmaba y aunque su peripecia había señalado la ayuda económica de muchos, el viaje del argentino encajaba hoy más que nunca, con las limitaciones y sueños de muchos aventureros que después de sorprenderse en medio del camino poco llegaba a importunarles los albergues y alimentación, con tan sólo una frazada o una agua de panela, los caminantes seguían su obsediada búsqueda de la libertad, sintiéndose otros Ché, otros grandes aventureros con muchas historias por vivir y contar. También tenía cómo ejemplo la aventura de Ted Simón y su libro “Los sueños de Jupiter”, donde tras años y años de esmerado planificar había logrado cumplir su ilusión patrocinado aquí y allá por diferentes y casi incontables empresas hasta partir un día dejándolo todo y lograr darle la vuelta al mundo por años y años. Habían otros tantos cada uno con una forma particular de enfrentar el camino, de coger la carretera, de perder la razón y comenzar su errancia, sin embargo,  para mí, el campeón de estos orates seguía siendo el joven Christopher McCandless, que pese a todas sus comodidades y ahorros, había partido sin un céntimo hacia la más tremenda aventura que hombre alguno haya podido testimoniar, tristemente este también fue el viaje donde encontraría su muerte. Teniendo todos estos referentes; mi intención no era la de salir corriendo y comenzar a contar kilometro tras kilometro hasta alcanzar algún muro que diera fin a la fuga, pero al parecer las cosas resultaron más increíbles de lo que podía pronosticar. Aquella mañana, antes de salir como el orate de del lema de la costa algo, me sucedió una revelación, una epifanía sería mejor decirlo y de pronto me vi de golpe, metido de cuerpo entero en la más arriesgada, inverosímil y fabulosa historia que jamás hubiese creído hecha realidad. Una cosa había sido embarcarme en dudosas giras por mi país y otra, embarcarme en una ida hacia lo desconocido. Tales pensamientos, que ahora anoto, son y eran en su momento un acto de equilibrio, una demostración de la cordura, pero cuando se piensa y se reconoce toda esta configuración  de advertencias exactas y se hace lo contrario sin saber por qué, entonces es considerable argüir que algo no funciona bien en la cabeza o que el deseo y los impulsos a veces son el motor verdadero de ese carácter que tanto insistió en llamar Aristóteles como el corazón de la humanidad. Muchos días duré planificando un viaje de tales dimensiones, un viaje de más de 8.500 kilómetros, un viaje que me llevara a conocer el mundo Había pensado en casi todo, no me había perdido ni un solo capítulo de la serie televisiva 'A prueba de todo', con Bear Grylls, emitida por de Discovery Channel, donde el talentoso británico me daba ideas sobre lo que podía o no hacer en casos de emergencia, ni tampoco había dejado de leer cuanto manual de sobrevivencia se ponía ante mis ojos. Había hecho listas infinitas de cosas y más cosas que posiblemente necesitaría, había dispuesto de ropa, utensilios para cocina y aseo, había sido juicioso en la tarea de reconocerme como un futuro mochilero, con lo necesario para sobrevivir pero, nunca había considerado el tema de la salida, en cómo habría de llevar todo aquello y tan pesado en la mente y en la espalda. A la final, supe que todo lo que necesitaba para dar el primer paso hacia lo desconocido… lo llevaba justo en el corazón.
LOS COROTOS
Es difícil creer que mi maletero constaba de dos morrales, en el primero había dispuesto ropa: la mayoría era ropa deportiva, sudaderas, camisetas y buzos, sin embargo también había empacado algunos pantalones y camisas por si en algún lugar tenía que vestir para algo especial, en ese mismo morral dispuse los útiles de aseo y los zapatos, unos cuantos cuadernos, lapiceros, un mapa de doblar de américa del sur, la ropa interior y algunas gorras para el camino. En la otra maleta decidí llevar la tienda de campaña, las cobijas, la colchoneta, la almohada, una hamaca y un kit de herramienta básica: dos llaves alemanas, un hombre solo, dos destornilladores, un alicate así como varios encendedores, nada más. En el canguro que llevaría en la cintura eché los documentos, varias memorias usb y la cámara, un poco de monedas y un almanaque de bolsillo con la imagen del divino niño. Este era mi equipo, el gran plan que llevaría sobre la parrilla de la motocicleta. Una cosa que parecía más de viaje de unos días que de una aventura de meses. Estaba loco, todo lo había envuelto en plásticos por si llovía, las maletas parecían haber llegado ya del viaje sin haber partido, eran maletas viejas, roídas por aventuras anteriores, pero al mirarlas, echaba una mirada a un reto y sonreía de felicidad ante mi aventura.
SAMANTHA, ALIAS “LA GUERRERA”
Casi todos los viajeros bautizan las máquinas sobre las que viajan. Desde que tuve la moto, decidí llamarla Samantha, me parecía que debía ser un nombre femenino, ella sería mi compañera,  yo debería estar pendiente de ella, sin ella, no podría seguir, así que lo mejor era ponerle un nombre que me trajera recuerdos: Samantha fue una serpiente boa que tuve como mascota en mi infancia, era un ejemplar bellísimo que se convirtió en mi niñez en una gran compañía y que me deparó agradables momentos. La moto llevó ese nombre, siempre me preguntaban por qué y les respondía que mi moto era una culebra, que sabía zigzaguear por todos los caminos sin miedo alguno. En mis primeros viajes se notó mucho la inexperiencia, hubo caídas, fallas mecánicas que no sabía reparar y la inescrupulosa mente de un ingenuo en los azares del motociclista. Este montón de defectos fue otorgándole un título a la moto; muchos amigos comenzaron a llamarla “la guerrera”, porque a pesar de todo siempre me llevaba a mis destinos. La motocicleta: una moto de marca AKT de motor tipo CGR 4T OHV y una Cilindrada de 125 cc, Samantha además poseía un encendido eléctrico y de patada lo que me resultó muy favorable en muchas ocasiones; con 98 kilogramos de peso y con capacidad para 2.3 galones de gasolina y 0.4 de reserva, la maquina estaba lista para soportarme durante todo el camino. Tenía una que otra magulladura y se notaba el trajín, pero la moto estaba mecánicamente intacta.
LOS OJOS DE  MI MADRE
Eran las diez de la mañana, mi madre servía el desayuno, cargué las maletas y me apresuré hacia el garaje, si las cosas salían bien podía llegar, con tiempo suficiente para descansar, hasta Cali, esa era mi primera estación, en el canguro había guardado una pequeña agenda con teléfonos de amigos con los cuales podía contactarme en el camino, quizás en Cali podría pedir hospedaje a alguno. Mientras empujaba la moto hacia la calle, mi madre se adelantó hacia la entrada y sin decirme nada, me ayudó a abrir el garaje; en su mirada se podía percibir con claridad esa abnegación e impotencia que las decisiones de un hijo rebelde van otorgando a  la angustia. Una vecina que barría el frente de su casa me saludó empeñada en saber cuál era ese alboroto que estaba armando con tanta maleta. Mi madre atisbo la malicia de la vecina, su propósito inquisitivo y mordaz y entabló la conversación que me dio a entender que madre siempre había sabido de mis planes. -Vecina…, este verraquito como siempre, ya sabe usted, con sus correrías, esta vez… quién sabe para dónde arrancará, lo más seguro es que demore poco y regrese con algunos recuerdos, ¿verdad, negrito? – madre se volteó  a mirarme y en sus ojos vi la complicidad. Estaba estupefacto, me enredé encendiendo la moto, las manos me temblaron, estaba hecho un manojo de nervios; era veraz el tono y el sentido que conllevaban sus palabras y más veraz, la mirada de despedida que me otorgaba al preguntarme si volvería con recuerdos. Por supuesto dije que no demoraría, que el destino planificado era la costa y que a lo mucho llegaría en una semana. Tanto la vecina como mi madre sonrieron y aceptaron aquella respuesta, pero yo notaba en los ojos de esa mujer entregada a mi vida, que sabía que ese viaje sería muy duradero. Admiro el temple con que supo manejar la situación, la tristeza era inconmensurable, sin embargo, supo contener la realidad y como parte de su misión y apoyo, muy dentro supo que tenía que demostrarme que estaba feliz de verme partir así, tan decidido y la vez tan perdido por aquel gesto de verdadera maternidad. Lo último que recuerdo es que levanté la mano mientras me alejaba por el parque. Justo antes de tomar la avenida, miré una vez más y madre seguía allí como diciendo: -Aquí estaré para cuando regreses.
COMIENZA LA TRAVESÍA
SIN DINERO
Para salir de Bogotá tenía que tomar la avenida Medellín o calle 80, antes de superar el puente de guadua que determina el límite metropolitano e inaugura el viaje panamericano, decidí parar en una estación de gasolina para tanquear un poco.  Paré justo detrás de un campero de color gris que era ocupado por dos mujeres ya maduras. Me descalcé el casco y metí las manos en los bolsillos buscando el dinero suficiente para pagar el suministro de gasolina. Justo entonces me di cuenta que lo único que llevaba conmigo eran apenas las monedas que estaban en el canguro y que apenas lograba juntar con ellas unos 2.000 pesos colombianos. Eso no era problema, ya antes había partido con menos pero esta vez era un viaje hasta lo desconocido. No importa, me dije, la meta no sería un obstáculo, sería otro viaje, tan común y corriente como los demás. Me bajé de la moto y noté que las llantas estaban bajas de aire, dejé el casco a un lado, me dirigí hacia el monta llantas de la estación y le pedí el favor de que me regalara un poco de aire, luego descansé la moto al lado de los baños en un pequeño aparcamiento donde suponía no molestaría a nadie. Me acerqué al embarcadero de gasolina, allí las señoras del campero gris todavía seguían discutiendo por el aceite que deberían comprar para su motor. Justo esa conversación me alertó de lo poco inteligente que era, de lo poco astuto que había sido al planear mi salida, ni siquiera había pensado en los pormenores del aceite, una cosa eran mil quinientos kilómetros desde la capital hasta la costa donde solo necesitaba hacer trucos para conseguir dinero y cambiar el aceite una o dos veces y poder regresar de nuevo a casa y otra serían los miles de kilómetros que me imaginaba iba a recorrer. Sin pensarlo dos veces me acerqué a las señoras y les expliqué mi situación exagerando solo un dato, para que no se notara lo absurdo de mis historia les comenté que venía desde San José del Guaviare y que me faltaba muy poco para llegar a  mi destino que era Honda, nunca me he callado mis necesidades así que al parecer a las mujeres les conmovió mi situación y me compraron el aceite, me cancelaron la tanqueada completa de mi moto y la más joven me ofreció un sándwich. Estaba feliz, comí con ansias y sonreía a cuanto me preguntaban, debo suponer que aquellas mujeres tan bondadosa dieron por hecho que quizás yo era un tarado o a lo mejor el mejor de los vagabundos en mentir. El caso es que fuese lo que fuese que estuvieran pensando de mí no estaban muy lejos de dar en el blanco, en realidad era un cínico y un hedonista al que Dios le daba las primeras pruebas de su benevolencia. Aquella escena fue de los  más grata porque hasta los bomberos decidieron sacar un poco de dinero para que comprara algo en el camino, mi actitud de explorador y errante era perfecta, no había un ápice de vulgaridad o falsedad en aquella actuación, acababa de meterme por completo en mi nuevo personaje: el de motociclista sin dinero; esa clase de motociclistas que se lanzan a la carretera sin  un céntimo enfrentando lo que la vida les depare en el camino. Ese, aí en ese perfecto momento, era yo.
RUMBO A NADA TODAVÍA. BUSCANDO LA SALIDA HACIA EL SUR
Tres kilómetros más adelante cuando comenzaba a avanzar fuera de Bogotá, me percaté del gran error que acababa de cometer, por estar tan distraído con las emociones de la nostalgia y la despedida no me había percatado que la ruta que había tomado era la equivocada, si seguía por ella terminaría en la costa como le había dicho a todo el mundo o en Medellín y ninguno de esos dos destinos servía como ruta hacia mi viaje suramericano. La única alternativa era tomar el desvío de Liberia en el romboy o rotonda que me sacaría directo a Funza y de ahí a rodar hacia la otra rotonda de Mosquera por donde podría buscar la salida hacia Mondoñedo y así enrolarme por la Mesa hasta Girardot. El único problema era que la salida por Mondoñedo estaba inundada, toda la sábana perteneciente al municipio de Mosquera había quedado bajo las aguas, la carretera no existía en algunos tramos, así que era casi imposible salir por allí. No iba  a devolverme, atravesar toda la ciudad para tomar la ruta correcta era una verdadera perdida de tiempo, sin pensarlo dos veces giré en el romboy y me preparé para la salida inundada de Mondoñedo. La carretera estaba bastante afectada, pero los tramos eran viables, con algo de suerte y sabiendo maniobrar bien la moto podría salir pronto y estar ascendiendo  hacia Mondoñedo. Para no estropear la ropa que tenía puesta decidí poner mis pies sobre el manubrio y manejar sobre la inundación, en algunos tramos debía meter muchos cambios para avanzar en medio del agua, al final la prueba fue superada y comencé el frío ascenso por las canteras de aquel botadero de basura tan  repleto de peligrosas curvas, el camino de Mondoñedo es sinuoso y los carros bajan a mucha velocidad debido a que hay una ansiedad justo en ese sector por llegar a la capital Después de alcanzar el alto de Mondoñedo se comienza un descenso por un tramo que serpentea a través de una ceja de monte la cual expone una vegetación abundante y húmeda que transfiere a la mirada la insinuación de estar transitado por terreno boscoso de difícil acceso pero de ricos tonos y texturas. Lo más llamativo de esta clase de geografía se basa en sus plantas herbáceas y en sus árboles de gran talle como las ceibas, los siete cueros, algunos cedros, uno que otro  gualandaye florecido y los balsos y las palmas por entre los cuales se pueden observar gran cantidad de musgos, orquídeas y quiches; desde el suelo las plantas que más se atreven hasta el borde de la carretera generalmente son las hierbas de bore, que con sus hojas gigantes parecen observar al viajero como si lo acecharan a cada instante; los helechos arborescentes tales como el rabo de mico o el Boa son muy comunes y abundantes y a medida que se va dejando este paisaje parece como si se estuviera saliendo de un bosque de ensueño ya que la niebla parece ser la esencia fantasmagórica que da exotismo y espectacularidad a estos lugares tan comunes en los andes colombianos. Mi llegada a Girardot contó con la favorable coincidencia de un congreso de maestros que beneficiaron y patrocinaron durante ese día lo que necesitaba para unos cuantos días más de viaje. Desde la plaza central de Girardot  el sol comenzaba  a abismarse, el crepúsculo de esta zonas es terriblemente insoportable, es como si el astro rey lanzara en venganza por la llegada de la noche ese sopor insoportable que lo anega todo. En el parque principal me detuve a descansar un poco mientras pensaba en qué lugar iba  a pasar la noche, si a estas alturas hasta ahora iba en Girardot lo más probable es que demorara más de una semana en salir de Colombia, debía apresurarme, tenía que avanzar más, al menos intentar pasar  el Alto de La Línea y buscar algún resguardo en Armenia. Necesitaba dinero, combustible y comida, si iba a seguir, era seguro que estuviera arribando a la cumbre de 3265 metros de la Linea a eso de las 12:00 am. Sin vacilar me acerqué a las mesas acodadas a la orilla del parque donde saciaban la sed con sodas y limonadas varios grupos de profesores; el conjunto estaba representado por una mayoría de adultos mayores, al parecer, el congreso había reunido en esta ciudad a un feliz sindicato de pensionados del magisterio; los maestros fueron muy nobles, algunos hasta me exhortaron a proferir nuevas rutas dentro de mi destino; casi todos presentaban una gran curiosidad por lo que estaba haciendo y aplaudían mi coraje y mi juventud para hacerlo. En menos de una hora tenía suficiente para la gasolina, la comida, algunos repuestos si me era necesario y un motel. Me despedí mientras algunos me apuntaban sonrientes con el flash de sus cámaras, se notaba que estos individuos proyectaban por medio de su felicidad los sueños astillados y abandonados que habían tenido en algún lugar de su pasado.
 Esta historia continuará....