Suficientemente cerca

Publicado el 06 mayo 2010 por Joaquín Armada @Hipoenlacuerda

Todo en Robert Capa está rodeado de leyenda. Su nombre, su vida, su obra, su muerte. Seductor nato, este húngaro sin patria hizo de la aventura una forma de vida y de la caza del instante decisivo su razón de ser. Sin Capa, imágenes únicas de nuestra Guerra Civil o de la Segunda Guerra Mundial habrían desaparecido para siempre, sepultadas en la memoria de sus protagonistas.
“¿Cuál es la diferencia entre el corresponsal de guerra y cualquier otra persona de uniforme? (…) el corresponsal bebe más, liga más, gana más y tiene más libertad que un soldado, pero a esas alturas de la guerra, tener la libertad de elegir dónde estar en cada momento y tener la posibilidad de ser considerado un cobarde sin ser ejecutado por ello constituían para él una tortura. El corresponsal de guerra tiene en sus manos su mayor apuesta, su vida, y puede elegir el caballo al que apostarla, o puede guardársela en el bolsillo en el último segundo”.
Esta definición del fotógrafo uniformado pertenece a “Ligeramente desenfocado”, las memorias de Capa que acaba de publicar La Fábrica. Capa escribió sus recuerdos en 1947, pero llegó a esta reflexión sobre su libertad y compromiso poco después de desembarcar en la sangrienta Omaha Beach y dejarnos las únicas imágenes de los primeros minutos del día D.
“Yo no encontraba hueco entre las balas y los obuses (…) Me quedé detrás de mi anfibio repitiendo una fracesita en español que había aprendido en los días de la Guerra Civil: “Es una cosa muy seria. Es una cosa muy seria”.
Nuestra guerra civil apenas aparece en sus memorias, aunque fue en España donde Capa se forjó como fotógrafo y vivió su apasionada historia de amor con Gerda Tardo y donde atrapó el instante de la muerte de un miliciano y decenas de imágenes que han permanecido inéditas casi hasta ayer, guardadas en un maletín mejicano. Pero la sombra de la guerra civil española sobrevuela estos recuerdos que atraviesan la lucha contra Hitler a un ritmo endiablado, entre partidas de póquer, saltos en paracaídas, borracheras en sesión continua y retratos en blanco y negro del dolor.
“Yo sentí que esa entrada en París había sido especialmente creada para mí. A bordo de un tanque fabricado por los estadounidenses (quienes me habían aceptado en su país) y manejado por republicanos españoles (junto a quienes había combatido el fascismo años atrás), regresaba a París, la hermosa ciudad en la que había aprendido a comer, beber y amar”.
Cierro el libro con el deseo de saber más, de conocer qué hizo Capa entre el final de la Segunda Guerra Mundial y su muerte en Vietnam, en 1954. Y salto a la biografía de Capa escrita por Richard Whelan. Ahí están su romance con Ingrid Bergman, la creación de la agencia Magnum, sus frustrados coqueteos con el cine documental, su relato de las guerras de Israel y Vietnam... Pero lo mejor para conocer a Capa es ver sus fotografías. La exposición que acaba de inaugurar el Museo Nacional de Cataluña es una gran ocasión para comprobar el acierto de una de sus frases más célebres: “Si tus fotos no son lo suficientemente buenas es que no estás lo suficientemente cerca”.