Lucile es una muchacha a la que su madre obligó a casarse con el hijo de una rica propietaria de un pueblo del centro de Francia. Su marido ha desaparecido en el frente y, junto al resto de los habitantes de la población, esperan con ansiedad el desenlace inminente de la invasión alemana, con la llegada de las tropas de ocupación. Antes Lucile ha podido asistir a un bombardeo aéreo de Stukas contra la población civil que huye de París, en una escena muy bien filmada que da comienzo a la película. Estos pequeños Guernikas que se iban produciendo por toda Francia aleccionaban a la gente acerca de quienes eran los vencedores, a los que a partir de aquel momento se les debía obediencia absoluta, si no querían verse envueltos en feroces represalias.
A pesar de todo, los rubios conquistadores de ojos azules se mostraron amables al principio con la población. Pronto, muchos franceses aprovecharon la nueva situación para confraternizar con los nuevos amos y denunciar a sus vecinos, acusándolos de comunistas o, lo que era aún peor, de judíos. La película de Dibb refleja muy bien este microcosmos de pequeñas miserias, que creaba unas tensiones que eran muy bien aprovechadas por los alemanes para depurar a los elementos considerados peligrosos para sus intereses, aunque a veces la situación se les iba de las manos y era algún soldado de la Wehrmacht el que acababa siendo asesinado por el germen de la futura Resistencia y comenzaba el círculo de las represalias.
Suite francesa es una adaptación muy fiel, aunque necesariamente depurada, del texto de Nemirovsky, pero que acaba siendo víctima de su falta de ambición. Parece como si Dibb no hubiera querido arriesgar nada y se limitara a filmar la historia con un correcto estilo académico, pero sin aportar nada relevante al original literario. La historia de amor se sostiene gracias al buen trabajo de los dos protagonistas, pero el resto resulta demasiado frío y a veces incluso poco verosímil, aunque sí que logra incitar a la lectura del original. Yo lo hice hace algunos años y es una experiencia que sí que merece la pena.