Recuerdo de qué manera me marcó la lectura de “Menos que cero”. Recuerdo que leía en el metro y cubría el libro con el brazo por miedo a que alguien viese las barbaridades que estaba leyendo. Recuerdo la sensación que me quedó tras leer el libro. Me sentía como los personajes de la novela: vacío, seco, frívolo. Los Clay, Julian, Rip y compañía son seres que existen porque tiene que haber de todo en este mundo. Son los típicos productos de clase alta angelina. Superficiales. Falsos. Personajes a los que no les afecta el efecto mariposa y cuya no-existencia no cambiaría mucho las cosas. Bueno, sí, tal vez a mejor…
En “Suites imperiales” la saga continúa. Pero con diferencias. Aunque siguen viviendo igual, los personajes han crecido, son maduros, y, aparentemente, se mueven por otras motivaciones. Pero, en el fondo, no han avanzado un ápice desde los ochenta: igual de frívolos, igual de estúpidos, igual de víctimas, pero con operaciones de estética…
A diferencia de “Menos que cero”, “Suites imperiales” tiene una trama clara que avanza la historia y que le otorga cierta intensidad. Lo que cambia es el estilo, la frescura, los simbolismos... y hasta la editorial que lo publica en España (me quedo con Anagrama, la edición de “Suites imperiales” no me parece del todo cuidada, abundan las faltas).El libro me ha entretenido y me lo he leído relativamente rápido, pero no podía deshacerme del recuerdo de “Menos que cero” y, lo que es más, no podía dejar de comparar ambos libros. Así que quizá mi análisis no sea todo lo objetivo que debiese. En mi opinión, aunque el autor haya ganado en madurez, incluso en técnica, “Suites imperiales” adolece de esa frescura que tenía su primera parte y se convierte en un híbrido entre el recuerdo de su famosa novela nodriza y una madurez que no encaja en esta historia.
Conclusión: pelín decepcionante.