Buenas noches amigos. Sultana, llega a su fin y os tengo que confesar que me da un poco de morriña. La verdad es que me siento cómodo escribiendo este tipo de relatos por capítulos. Sultana ha sido un relato especial para mí. Ha estado envuelto por sensaciones y sentimientos que se han ido entrelazando con las frases que buenamente he podido ir tejiendo. Sensaciones que me han calado dentro. Sensaciones que he ido descubriendo mientras la historia iba avanzando. Sultana se me ha ido revelando. La he ido descubriendo según la historia me llevaba por su pueblo, por los pasadizos de la Alcazaba y por situaciones que no os quiero desvelar. Sultana ha sido un relato que no olvidaré fácilmente. Os dejo con esta última entrega que espera sorprenderos.Nos vemos en unos minutos…
Sultana seguía paralizada y la mano del guardia se le antojaba como una tenaza que seguía apretando. Ya le quedaban pocos segundos para emitir un grito de dolor y las lagrimas empezaban lubricar excesivamente sus ojos.— Voy camino del serrallo — dijo secamente tras haber tomado aire para evitar que los nervios y el pánico que sentía la traicionasen — la favorita del Sultán nos quiere dar instrucciones a la hora del cambio del riego — añadió.El guardia se quedó mirando, escudriñando la cara de Sultana escondida tras su shayla. Soltó su mano. Sultana emitió un leve quejido.El soldado recordó el relevo que debía hacer al mencionar, Sultana, la hora en la que en breve sonarían las campanas. Giró sobre sus pies y, sin despedirse, prosiguió su camino con celeridad. El encuentro con la mujer le había retrasado. La maldijo entre dientes. Era un buen profesional y no quería faltar a sus obligaciones…bueno, buen profesional, lo que se dice buen profesional, no lo demostró…no supo detectar a un intruso en palacio.
¡Por Dios, estaba por aquí!, se dijo ya con los nervios a punto de bloquearla. ¡Ya está!, lo noto: núcleo de la estrella de ocho puntas. ¡Es ésta!, se dijo mientras apretaba el pequeño circulito en el centro de la estrella de su vida, en aquella situación. Ellos bordeando la fuente central. ¡No se abre! De nuevo pulsó…con fuerza. En el momento que ellos ya enfrentaban el canalillo del este y ya el arco y el patio final quedaban a la vista, la pared cedió y, Sultana, fue engullida, quedando tirada de espaldas, en el nuevo pasadizo. La puerta se cerró y en unos segundos, desde dentro, oyó los guardias, ajenos a lo que acababa de pasar en ese punto, seguir con sus risotadas y comentarios, muchos de ellos de carácter obsceno.Las voces ya se alejaban. Ella seguía tendida en el suelo del pasadizo, tratando de equilibrar los latidos de su corazón. Ahora sí que había estado a punto de ser descubierta. Bien seguro que sí. Necesitaba recuperarse de la tensión a la que había estado sometida. Respiraba con violencia, con la mirada fija en un techo que no lograba ver. Algunas de las piececillas de la taracea exterior dejaban pasar la luz; aspecto que estudiaron a conciencia los artífices de semejante obra. Ello permitía que el nuevo pasadizo estuviese más iluminado que los iniciales de acceso al palacio.Las empinadas escaleras que llevaban a la Torre de la Alerta estaban ya cerca. Solo tenía que pasar por un estrecho pasadizo que le llevaba al primero de los escalones. Ya en él, Sultana, se preguntó, siempre lo hacía, cómo pudieron escavar esa subida escondida, a caballo de la escalera de uso general. No cabía duda que fue obra de alguno de los muchos grandes ingenieros y sabios que poseía el mundo árabe.Kamil miraba el corazón de rojo lacre que, de nuevo, apareció esa tarde en el lugar que en días pasados lo hizo. Giró suavemente sobre sí y miró en dirección al muro; al que solía mirar cuando presentía la presencia de alguien. Él desconocía la existencia de la red de pasadizos. Ello estaba reservado al personal de seguridad y sus antepasados no lo eran. De toques de campanas eran los que más sabían, pero la seguridad era otra cosa reservada a aquellos de la máxima confianza del Sultán.Ella, Sultana, contuvo la respiración. Él la sentía. Estaba allí pero…¿dónde? ¿Por qué sentía ese pálpito tan fuerte? Sus corazones, a sus ritmos, parecían esas peras pequeñas golpeadas por un boxeador entrenándose a tope. Sultana tenía miedo de que él, al otro lado del muro, lo pudiese oír. Ella lo veía. Él la presentía. Kamil se giró y caminó el corto espacio que le separaba de su atalaya, desde la que siempre se paseaba por el pueblo de Sultana, por sus calles blancas, por el lavadero, simulando saludar y hablar con sus gentes. Allí se apoyó y se dejó llevar.— Hola. —dijo Sultana a pocos centímetros a su espalda.Él no contestó inmediatamente. Suspiró y se echó la capucha de su chilaba hacia atrás sin llegarse a dar la vuelta.Sultana, temblaba.Kamil, también.— Sultana, te estaba esperando ¿Por qué has tardado tanto en venir?Se dio la vuelta y apartándole la shayla de la cara le dijo al oído, “Hola”, y la besó.Los días y las semanas se sucedieron y, Kamil, logró el permiso del Sultán para ceder su puesto privilegiado en el interior de la alcazaba y bajarse a vivir al pueblo, junto a Sultana. Ambos en la madrasa fueron felices. Kamil, por fin, podía ver de cerca la manera en la que Sultana trataba a sus alumnos. Él fue contratado a cargo del orden y limpieza de aquella escuela envidia de la comarca; no en vano provenía de una comunidad privilegiada, como era la del interior de la alcazaba, junto al Sultán, y eso era un orgullo para la multireligiosa escuela.“Clon-Clon”, sonaban las campanas anunciando la vida de todos ellos. Sultana y Kamil, siempre que las oían se buscaban y sonreían.
Queridos amigos, la verdad es que no sé si este es el final esperado por vosotros…Como no quiero defraudaros, tengo un segundo final que, a lo mejor, os gusta más. Yo creo que quizá es el que se merece esta historia cargada de fantasía y…amor.
Ella, Sultana, contuvo la respiración. Él la sentía. Estaba allí pero…¿dónde?
Se sentó en el banco frente a la campana y al reloj de sol que parecía parar su tiempo para Kamil. Todo le parecía que tardaba mucho en llegar.— Hola…—dijo con esa voz en la que preguntas si el otro te estaba esperando.Tomó asiento a su lado. Kamil se echó unos centímetros a su derecha.— Hola…—le dijo él en su oído, una vez había pasado su pierna izquierda al otro lado del banco y ella recostaba su espalda en su pecho.Las caras permanecían pegadas por sus mejillas. ¿Por qué has tardado tanto, Sultana, en venir?, inquirió Kamil, casi susurrando en su oído, sin esperar alguna respuesta. Nada se dijeron más.El Sol se estaba despidiendo de todos. Especialmente de ellos. Cambiaba su faz brillante por la de rojo pasión que ambos necesitaban en ese momento. Los ojos de Sultana iban camino del color de la miel. Los de Kamil brillaban mucho.Les envolvió la noche mientras permanecían espalda junto a pecho; mejillas fundidas; oliéndose; sintiendo sus corazones acompasándose muy lentamente hasta llegar a un latido común, sin propietario definido. Un solo corazón, rojo intenso, latía en medio de los dos.El Sol tímido, por lo que esperaba encontrase, empezó a llamar a la Torre de la Alerta. Poco a poco, sus muros eran sobrepasados por unos rayos que proyectaban, sobre el patio de la torre, una sombra de la figura de granito que la noche cómplice moldeó y entregó al día.En el banco donde se conocieron, hoy Banco de los enamorados de la alcazaba, unieron, según cuenta la leyenda, sus corazones, Kamil y Sultana, en abrazo infinito. Sus miradas siguen transmitiendo su brillo al ponerse el Sol.Algunos dicen que, apoyándose en sus cuerpos, se puede sentir un suave y cálido palpitar de un corazón único. Al que lo oye se le permite coger la barrita de lacre rojo, que aún permanece donde Kamil la dejó, y colocar un corazón al pie de la escultura, como señal de que sus corazones siguen latiendo.No sé si es verdad o sugestión por querer que se siga cumpliendo la leyenda que os he contado pero, mi corazón de lacre rojo, está allí donde Kamil y Sultana se susurraron un último y a la vez eterno hola.