Sumisión, por Michel Houellebecq

Publicado el 10 mayo 2015 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
Editorial Anagrama. 281 páginas. 1ª edición de 2015. Traducción de Joan Riambau
En los últimos meses he comentado dos libros más de Michel Houellebecq (Saint-Pierre, isla de La Reunión, departamento de Ultramar de Francia, 1958). Ya conté aquí que después de muchos años me reencontré con el autor al leer El mapa y el territorio (el paréntesis de Lanzarote, esa obra menor, no tiene la mayor relevancia). Cuando en enero de este año tuvo lugar en París el atentado contra la sede de Charlie Hebdo, la última portada de la revista satírica era una caricatura de Houellebecq, vestido de mago Merlín, prediciendo el futuro de Francia en su última novela, que era –extrañamente- el de que un partido musulmán llegue al poder en las elecciones de 2022.
Desde ese momento empecé a sentir curiosidad por esa novela, curiosidad que, en cierto modo, me condujo a leer primero El mapa y el territorio. Sin embargo, no mucho después de la publicación en Francia de Sumisión leí en algún muro de Facebook alguna crítica no demasiado favorable del libro de personas que lo habían leído en francés, para recibir no mucho después algunos comentarios más favorables. Mi curiosidad se acrecentó y no he podido resistirme a comprarlo en cuanto salió como novedad en La Casa del Libro de Goya.
He tardado cuatro días en acabarlo, lo cierto es que ha sido una lectura bastante adictiva. François, el narrador de la novela, es un profesor universitario de cuarenta y cuatro años. Dedicó gran parte de su juventud (siete años) a preparar su monumental tesis universitaria sobre  Joris-Karl Huysmans, un escritor del siglo XIX, de gran pesimismo (apunta la wikipedia), que empezó como naturalista para –a la misma edad de François- convertirse al catolicismo y acabar su vida en un convento.
Como ya estamos acostumbrados por sus otras novelas, el narrador de Sumisión es el clásico personaje de Houellebecq, un hombre de mediana edad que acaba siendo un trasunto más de su autor. Una de sus amantes, acusándole de machista, pregunta a François: “Estás a favor del patriarcado, ¿verdad?”, y él contesta: “Sabes que no estoy « a favor de nada»”. François es un nihilista, un hombre frío, que acude a la universidad de la Sorbona a dar una contadas clases de literatura (puede llegar a agruparlas todas en un único día a la semana), por un salario alto, que mantiene relaciones corteses con algunos de sus colegas académicos y que es infeliz, como si la infelicidad fuese el estado natural del alma. Es hijo único y hace años que no ve a sus padres divorciados, las referencias a su familia aparecerán en el libro muy cerca ya del final. François ha mantenido relaciones con mujeres de su edad durante la juventud, relaciones no excesivamente duraderas, porque normalmente ellas conocían a “alguien especial”, que parece ser un eufemismo de alguien con capacidad para involucrarse en una relación. Desde hace años, François mantiene relaciones sexuales con sus alumnas universitarias, a la razón de una al año. Cuando finaliza el curso suele cortar él la relación. Durante el último curso universitario estuvo saliendo con la joven judia Myriam y ya avanzado el presente curso, durante el tiempo narrativo de la novela, no parece encontrarle sustituto. François tiene, ya lo apunté, cuarenta y cuatro años y Myriam veintidós. Como ocurre en otras novelas de Houellebecq, Myriam es la joven deseable, activa, alegre, con iniciativa que se interesa por el hombre mayor, apático e intelectual. El equivalente de Myriam en Las partículas elementales sería la rusa Olga, personajes que parecen actuar como proyección del inconsciente de Houellebecq.
François, como buen personaje de Houellebecq, no cree en la familia ni en una relación de pareja estable: el amor de pareja le parece algo propio de la decadencia física, la relación íntima con la mujer parte del deseo, y este deseo siempre está enfocado sobre el cuerpo joven, vigoroso. En este sentido, leemos de forma explícita en la página 36: “El amor en el hombre no es más que agradecimiento por el placer que se le ha dado.” Sin embargo, François nunca parece minusvalorar a la mujer desde un punto de vista intelectual; habla con colegas de la universidad masculinos o femeninos, incluso parece sentir más simpatía por alguna compañera, por la que no siente ninguna atracción sexual, que por sus colegas masculinos. Pero, en cualquier caso, no parece disfrutar mucho de la compañía de otros seres humanos. Myriam es la mujer que más placer le ha dado nunca, y por tanto hacia la que ha sentido más amor. Pero, aunque Myriam vaya a irse de su lado, no será capaz de intentar convivir con ella, porque sabe que eso matará el interés por el sexo y por tanto el amor, y ya no podrá disfrutar de su soledad. Esta visión de la mujer o de la sexualidad de François, que puede estar cerca del machismo, es importante en la trama: cuando tenga que analizar los preceptos del islam que la Hermandad Musulmana pretende imponer en Francia (entre otras cosas la poligamia, que implica bodas de hombres poderosos con hasta cuatro jóvenes), su propia constitución mental hará que no sienta el nuevo orden tan lejano de sus deseos internos.
La novela comienza con algunas reflexiones sobre la literatura y los estudios literarios que me han interesado mucho. De hecho, ni siquiera sabía quién era Huysmans, el autor a quién François debe su reconocimiento académico. En este sentido me gusta esta reflexión de la página 13: “Sólo la literatura puede proporcionar esa sensación de contacto con otra mente humana, con la integridad de esa mente, con sus debilidades y sus grandezas, sus limitaciones, sus miserias, sus obsesiones, sus creencias: con todo cuanto la emociona, interesa, excita o repugna.” François habla de Huysmans, pero el lector siente que Houellebecq también está hablando de sí mismo. La sensación de estar acercándonos siempre a la persona que escribe es muy fuerte en Houellebecq y sus obsesiones van saltando de un libro a otro; en cualquier de sus obras siempre estamos ante Houellebecq, apenas disimulado por un narrador u otro (un pintor, un profesor de universidad…), pero las obsesiones de Houellebecq son tan hondas que siempre consigue renovar, desde distintos enfoques, su análisis de su entorno: la sociedad europea es decadente (a las personas no les interesan las familias, sólo el placer. En la sociedad moderna los padres ya no tienen nada que transmite a sus hijos, una idea que aparece en Sumisión y que también recuerdo de Las partículas elementales); y en esta novela la sociedad europea se contrapone a la musulmana, en plena expansión (el análisis entre las dos culturas es muy nietzschano).
“Me sentía tan politizado como una toalla de baño”, afirma François en la página 38, aunque sabe que muchos hombres adultos se interesan por ella (además de por el deporte y la guerra), y como profesor universitario de salario alto no ha llegado a creer nunca que los cambios políticos puedan afectarle. Pero, tal vez, en las próximas elecciones de 2022 la situación cambie: el Frente Nacional de Marine Le Pen ha obtenido más o menos el 50% de los votos en la primera vuelta, el resto se reparte a partes iguales entre los socialistas y el partido de la Hermandad Musulmana del carismático Mohammed Ben Abbes. Un pacto entre la Hermandad Musulmana y el Partido Socialista podría hacer que el musulmán moderado Ben Abbes se convierta en presidente de la República. Y uno de los objetivos políticos más importantes de la Hermandad Musulmana es la educación (por encima de la economía, por ejemplo).
François va a descubrir que la política no es algo tan ajeno a su vida: si la Hermandad Musulmana llegara al poder tal vez se produzca una guerra civil en Francia entre los musulmanes y los identitarios nacionalistas. En esta parte la novela va ganando en emoción (no le recomiendo al lector que lea la sinopsis del libro de Anagrama, ni muchas de las reseñas que se están escribiendo sobre este libro, porque aclaran bastante cómo es la evolución de la segunda parte de la novela), sobre todo cuando François, ante el miedo que siente por un estallido de la violencia, decide dejar París y adentrarse en el campo, al corazón de la Francia católica medieval, donde también huyo su admirado Huysmans.
Se ha acusado más de una vez a Houellebecq de provocador y de islamofóbico. Sin ir más lejos en la novela corta Lanzarote podíamos leer: “Los países árabes podían valer la pena, si uno conseguía que se desentendieran de su ridícula religión.” Ningún comentario de este estilo aparece en Sumisión: no hay aquí ninguna palabra de desprecio hacia el islam o hacia Mohammed Ben Abbes, al que siempre se presenta como un líder inteligente, moderado, capaz. Desde la frialdad de su nihilismo (“Ni siquiera me apetecía follar, en fin, sí me apetecía un poco follar, pero a la vez también me apetecía un poco morir, ya no sabía muy bien qué me apetecía, en resumidas cuentas, empezaba a sentir unas leves náuseas.”, pág. 40), François observa los cambios que se producen a su alrededor con más interés que sumisión, con más curiosidad que miedo.
Es probable (y por aquí iban las primeras críticas que leí en Facebook de los lectores que la leyeron en francés) que la primera mitad de la novela, cuando nos acercamos más al personaje (o al pensamiento de Houellebecq) sea más intensa que la segunda, donde François se diluye un tanto como ente individual para ser el vehículo que describe los cambios a los que conduce la fábula de política ficción que plantea aquí Houellebecq; una novela que más que ser una crítica al islam, platea una sutil reflexión sobre la decadencia o el auge de las civilizaciones. Al igual que ocurría con El mapa y el territorioSumisión está plagada de punzantes reflexiones sociológicas; y un tono crepuscular y poético impregna cada vez más la prosa de madurez de Houellebecq. No me ha importado demasiado el posible bajón de tensión narrativa de la segunda mitad, porque, aunque el personaje se diluye un tanto a favor del contexto, las reflexiones sobre la sociedad que expone aquí Houellebecq me han parecido tan interesantes que he leído todas las páginas con un gran placer. A mí Sumisión me parece un gran libro.