Vísperas de solsticio de verano. Las terrazas de verano y los chiringuitos al borde del mar están abiertos y hasta l@s parad@s se pueden pagar una caña. ¿Cómo, en momentos así, pueden acechar los mosntruos? Es domingo, 19 de mayo, 15.30 hora zulú: bostezo, prisionera en un restaurante enclavado en un barrio obrero de Barcelona, rodeada de los integrantes de un grupúsculo familiar embarcado en una celebración pseudoafectiva-gastronómica: me pregunto qué hago aquí, por qué me faltó el valor de alegar una cita urgente al otro lado del planeta, pienso que a esas personas, que se cuelan subrepticiamente en mi cubículo para denigrar e imposiblitar, utilizando las excusas más elaboradas, cualquier tarea mínimamente literaria o activista, escudándose en el concepto burgués de utilidad, en el fondo no les importa un comino mi presencia aquí, más que como representante de mi subsector familiar, más por estar de cara a la galería. Y sé también que mi caso no es único. Entre retazos de conversaciones anodinas, aunque también inofensivas, escucho algo que me hace aguzar la oreja: alguien menciona las crisis existentes en la actualidad y pergeña un motivo: “Son todos esos inmigrantes. África y América son muy grande para caber en la pequeña Cataluña. Los de casa primero”. El elemento en cuestión, conocido por su militancia extrema individual a favor de la independencia de la comunidad de las cuatro barras, se explaya citando algunos de los más conocidos tópicos sobre los recién llegados, dejando bien clara con esas opiniones su discutible calidad humana.
Me levanto de la mesa; tranquilamente, sin aspavientos. Sé perfectamente que no es el momento ni el lugar, que atraeré sobre mí las miradas, pero no puedo permanecer en silencio. Sé también que se trata del homenajeado de la reunión, que las reglas de la corrección me obligan a mantener la boca cerrada: sin embargo, algo se agita en mi interior, me oprime los pulmones. No es generosidad humana, ni siquiera sentimiento de solidaridad, es la cólera que siento por la estulticia, la cobardía y la lógica incomprensión que experimento hacia todo tipo de razonamiento absurdo. ‘No voy a discutir sobre ese tema’, manifiesto, ‘porque no creo que sea el instante adecuado para que tú y yo lleguemos a las manos, pero permíteme decirte que tus ideas me parece terriblemente equivocadas, y además, aborrecibles. Y es lo único que diré sobre ese tema’. Me dirijo a la puerta del local. La Asamblea 15-M del barrio se dirige en alegre y reivindicativa marcha hacia el centro de Barcelona para unirse a la manifestación general. Divididos por las manipulaciones del sistema, llenos de todos los errores humanos comunes a tod@s nosotr@s, ell@s han meditado, han buscado razones, no se han detenido en la comodidad y en la cobardía de las respuestas fáciles suministradas por los medios de comunicación del régimen y por sus instigadores, han pasado a la acción, al menos a alguna de las acciones posibles. Veo esperanza y honradez en sus rostros, fuerza en su mirada. Me infunden un sentimiento de paz, aunque en sus corazones haya deseos (no violentos) de guerra. Levanto el puño a modo de saludo: mi espíritu está con ellos, aunque a veces el resto de mí ande secuestrado, muchas veces con mi amargada aquiescencia, en otra parte.
De vuelta al interior, me preguntan que dónde estaba: “Miraba a l@s indignad@s’, respondo. Encogimiento general de hombros: la rarita de la nena con sus cosas… Los triunfos del Barça, las vacaciones en complejos hoteleros cómplices de la explotación de tercermundistas paraísos naturales y de sus habitantes, el accidente de Ortega Cano… Solo hay que cerrar los ojos. Taparse la cabeza con la sábana y cerrar los ojos. Así no nos atraparán los monstruos. Es fácil. No nos afectará el desmantelamiento de la In-Sanidad pública, el deterioro de la Mal-Educación dejará a nuestr@s hij@s más imbéciles aún de lo que ya somos nosotr@s y no nos importará, y que suban las tasas universitarias será nimio, ya que nadie estará preparad@ para acceder a un nivel educativo donde en cualquier caso perpetuarán aún más nuestras carencias culturales y nos convertirán en todavía más esbirr@s del sistema, de los que piensan que las recetas del FMI de empobrecer más a los pobres y liberalizar a los ricos, son la única e indiscutible alternativa.