Sunday Bloody Sunday

Por Lamadretigre

Si hay una actividad que me gusta sobre casi todas las cosas, esa es aburrirme. Pero no de cualquier manera, a mí me gusta aburrirme bien, a conciencia, con el batín de guatiné y las pantuflas de pana.

Hace años, cuando el padre tigre y yo nos iniciamos en esta convivencia que se alarga ya más de una década, recuerdo que a veces, un domingo cualquiera, solía preguntarme qué me apetecía hacer. A continuación enumeraba muy solícito toda la ristra de planes apasionantes que se le pasaban por ese cerebro de alemán hacendoso.

A mí aquello se me antojaba hasta ofensivo. Lo de profanar una mañana de domingo con cualquier actividad que implicara desplazarse del sillón orejero, no digamos ya perspirar aunque fuera una sola gota, no cabía en mi cabeza de española de buenas costumbres y resacas antológicas. Lo de hacerlo voluntariamente me parecía ya el colmo de la flagelación auto-infligida.

Al principio me miraba de hito en hito preocupado por si mi desgana era síntoma de un desamor temprano. Nada más lejos de la realidad, no hay amor más duradero que el que aprende a respetar los silencios del otro y a disfrutar del tedio de la compañía que se sobreentiende.

Pero los alemanes, que de productividad y tecnología robusta entienden un potosí, son de corte mediocre tirando a nefasto en lo de aburrirse. Al alemán de a pie lo que le va es estar siempre ocupadísimo y enfrascado en alguna actividad de gran esfuerzo físico para sudar profusamente.

Si además brilla un sol de justicia para abrasarse el cogote, mejor que mejor. Imaginarán ustedes el gran desencuentro en materia de ocio con el que tuvimos que lidiar en los inicios de nuestro matrimonio. Cada domingo puntualmente, yo me hacía fuerte en mi butaca reclinable, siempre a la sombra, con el libro más leño que pudiera encontrar, sin otro plan que resistir en pijama como mínimo hasta el Lunes. ¿Acaso hay algo más bonito en el mundo que un domingo pijamero?

En un alarde de adaptación darwiniana, el padre tigre encontró consuelo en la cocina, llenando nuestros domingos de especias, guisos de toda índole y hasta mangas pasteleras. Con el tiempo, hemos ido perfeccionando la técnica del domingueo inculcándoles a nuestras hijas el respeto sagrado al noble arte del vagueo.

Los domingos en casa tigre está prohibido terminantemente quitarse la pereza. Se ve la tele de buena mañana, se cocina, se lee, se bebe vino intercalado con cafés, se vaga sin rumbo fijo, se siestea a destajo, se comen suculentos manjares y se charla sin ambición de comunicarse apenas. El pijama sólo nos lo quitamos por causa de fuerza mayor, en cuyo caso se sustituye por el chándal.

Si al padre tigre le sobreviene una crisis de su genoma teutón, le dejamos que riegue las plantas o corte la leña. Mientras, las niñas hacen cabañas, vaguean subidas a un árbol o se aburren como es debido, disfrutando del tiempo que repta lento, cansino, con el hastío propio de los domingos de bien.

Ya lo dije una vez, aburrise es un arte, una disciplina fundamental que hay que aprender desde pequeños.