Una deshecha casa en Sunset Park, ocupada antes de su definitiva destrucción sirve a Auster para contar, a veces analizar y casi siempre sugerir retazos de varias vidas: algunas en construcción-o destrucción- como la del atormentado protagonista Miles, su novia casi niña Pilar, o los extraños Bing Nathan, Alice o Ellen.
La llegada de Miles a la casa nos permite atisbar -aunque en esta ocasión sólo un poco- algo de sus vidas y de sus sueños, con los consabidos guiños a la literatura y hasta con toques de actualidad nada frecuentes en la obra de Auster (que van desde la crisis a los trabajos del PEN Club en pro de Liu Xiaoboo- Nobel de la paz meses después de salir el libro-).
Pero el repaso a Miles y su entorno es también el repaso de la vida de sus padres: levemente ella, que lo abandonó para de dedicarse a su vida de actriz, y sobre todo de su padre, no en vano es el editor de Heller Books. Un personaje que me ha parecido el tratado con más profundidad y probablemente más afecto por Auster.
En lo positivo, la vuelta a ese aire neoyorkino (ver a Auster fuera es como ver a Woody Allen por Barcelona), los personajes que uno se cree -a veces sin saber cómo- y ese poderoso ritmo narrativo, que probablemente haría amena la guía telefónica. Para restar, esboza mucho sin concretar demasiado: ese pobre Miles, dando tumbos; y ese entrar y salir de las vidas de los ocasionales habitantes del desastrado caserón de Sunset Park sin llegar a ninguna parte.
Pero bueno, es literatura ¿no?.