Lo primero que sorprende de Sunshine es su esmerado diseño de producción, que no tiene nada que envidiar a las grandes superproducciones norteamericanas. El ambiente de la nave es tenso, ya que se están jugando en la misión el destino de la raza humana, pero los miembros de la tripulación intentan mantenerla controlada. Hay otro factor que resulta inquietante en esta historia: hubo otra misión anterior que resultó fallida, sin que se supiera nunca lo que sucedió. Ahora van a poder averiguarlo, porque cuando se están acercando a su meta reciben una llamada de socorro de la nave que les precedió...
Sunshine es un producto irregular. Sorprende, como he dicho, por su magnífico comienzo, por como sabe introducir al espectador en la historia desde los primeros instantes y, sobre todo, por algunas imágenes hermosísimas dotadas de una espectacular fotografía, cuyo protagonista absoluto es el Astro Rey, como aquella en la que podemos ver al pequeño Mercurio en órbita alrededor de nuestra estrella. La película se tuerce en su recta final, cuando en la nave se introduce un personaje un poco absurdo que no había sido invitado y la narración enloquece. Aun así, es interesante el discurso religioso, que apela a la inevitable destrucción del hombre (hay que tener en cuenta que en este caso dicha destrucción no proviene de actividad humana alguna, sino de la misma naturaleza cósmica) y el discurso científico, que apela a la supervivencia humana, dominando para ello a la naturaleza si es preciso. Hay en Sunshine un nada oculto homenaje a películas que le precedieron: 2001, Alien, Horizonte final... pero la obra de Boyle posee la sufiente identidad propia y ha salido airosa de tantos riesgos que el balance final es positivo, deja un buen sabor de boca y ganas de echarle otro vistazo en el futuro.