"¿Es cierto que Superman siempre antepone la necesidad ajena a la propia? ¿Acaso el altruismo del Hombre de Acero no es en realidad una forma velada de egoísmo? ¿Por qué Batman no mata a Joker? ¿Cómo ponderaría Aristóteles la relación desigual entre ese Batman, superior, y Robin, el súbdito inferior y alienado? ¿Y cómo explicaría Kierkegaard la virtuosa educación que Charles Xavier procura a sus pupilos, los X-Men? ¿No podríamos relacionar las razones del ser moral postuladas por Platón con las elecciones vitales de Peter Parker, antes y después de la muerte de tío Ben? ¿Es Daredevil en realidad un hombre de fe, y la historia de su origen un relato neoclásico? Y, en todo caso, ¿cómo reaccionaría cualquier ciudadano que recibiera superpoderes de repente? ¿Quién escogería la excelencia ética y quién se dejaría seducir por el poder y la gloria? ¿Sería viable una sociedad donde algunos escogidos visten capas y sobrevuelan las cabezas del resto, auto-proclamándose defensores de la justicia y la humanidad?" ( Superhéroes y Filosofía, de Tom Morris)
Me apasiona el cómic desde que tengo uso de razón. He leído miles y miles de tebeos, cómics, novelas gráficas y creo que he pasado por todas las fases posibles de lectura del cómic-adicto: por sus ritos de transición, etapas críticas, dudas existenciales y formales, valles, mesetas y reconversiones conceptuales tan comunes para los que somos aficionados a este fascinante y envolvente mundillo.
Me he empapado tanto en el caricaturizante e introductorio universo Brugueril de los Mortadelos, Zipis, Zapes, Carpantas, Hermanas Gildas... como en el cómic más adulto( Moebius, Corben, EC), el underground de Peter Bagge o Crumb, las tiras diarias al estilo Mafalda, Peanuts o Calvin & Hobbes o esa revisitación de la mitología clásica que ha sido y es el género superheroico en manos de editoriales como Marvel o DC.
Mis edades doradas, de plata o bronce particulares, como lector, se han ido sucediendo y todos los géneros me han interesado y aportado algo a nivel personal, y no he dejado ninguno sin frecuentar durante demasiado tiempo.
Así que nunca me he cuestionado mis gustos y aficiones en esta materia, a pesar de que esto del cómic, hasta hace más bien poco, ha sido considerado como un género literario menor, algo dañiño y contraproducente para el cerebelo de los infantes o de los adultos infantilizados e, incluso, como una afición de transición, propia de la niñez y adolescencia, que se superaba con el tiempo.
Nada más absurdo e injustificado. Sólo hay que abrir el "Maus" de Art Spiegelman, el "Born Again" de Miller o el "From Hell" de Moore y media docena más de novelas gráficas para darse cuenta de la arbitrariedad e inconsciencia de algunas sentencias, y de que allí hay más literatura, cultura y conocimiento que en una buena parte de los libros sin bocadillos- más prestigiados socialmente por ello- que se editan por el mundo adelante.
Vamos a hablar de superhéroes.
Todos sabemos que el héroe, tanto el clásico como el moderno, es una falsificación histórica, una construcción de la imaginación humana en pos de sus más altos ideales y valores. La búsqueda de lo puro, de lo sublime, de lo perfecto.
Héctor, Ulises, Sigfrido o Teseo son construcciones mítico-ideales reconocidas, héroes clásicos con su rígida ética heroica a cuestas, con su sentido del honor, poseedores de un sistema de valores inquebrantable que resumía los inalcanzables ideales de su época.
¿Por qué ha sido y es importante la máscara del héroe para la humanidad? Pues porque crecemos imitando... o peleando contra la imitación. Los héroes- y su versión moderna, más hipertrofiada y tecnificada, está encarnada en el superhéroe del siglo XX, hijo de la era atómica y sus veleidades- son patrones, modelos, señas de identidad en los que admirar precisamente aquello de lo que carecemos.Somos animales sociales, no poseemos una memoria genética rígida como las otras especies, así que el atractivo de esas identidades nos subrayan algunas virtudes, ejemplos de valores a los que aspirar.
La presencia del héroe es tan antigua como la de la humanidad. Zeus crea la Cuarta Edad, más justa y noble, en la que se encuentra el nacimiento de una raza divina de héroes que son llamados "semidioses".
En el siglo XX toda esta mitología Clásica- que a través de sus mitos y leyendas explica con precisión de cirujano casi toda la condición o naturaleza humana, con sus dudas, carencias, limitaciones, padecimientos y pasiones- se reelabora, se contextualiza y moderniza.
Surgen los superhéroes y los antihéroes- los que generan el caos y hacen peligrar el sistema, la estructura-, sin los cuales los primeros no tendrían razón alguna de ser. La mitología del siglo XX se dispara.
Nace Superman, Peter Parker, Kingpin, Gotham City, El Duende Verde, Silver Surfer... abocetados entre identidades secretas, nuevos valores, viejos descreimientos, defensa de los inocentes o de algún sistema de vida y modelo de sociedad. Son entintados con estigmas, poderes místicos, cierta amoralidad, dudas existenciales, traumas... todo para, en definitiva, volver a contar la misma historia de siempre, la de el héroe, la humanidad, en su incensante lucha para intentar vencerse a sí mismo y de paso resolver, ordenar, gestionar, un poco el caos en el que existe.
En Leónidas, Galactus, Teseo, Daredevil, Batman, Arturo, Bullseye, Electra... hay substancia, materia, una ética de virtudes y una ética aplicada. Hay metafísica que posee significado y también filosofía política.
La conexión filosofía-superhéroe es interesantísima y este libro de Tom Morris editado por Blackie Books nos lo confirma.
Tomar autoconsciencia de determinadas claves muy relevantes de nuestras lecturas es siempre una tarea enriquecedora.
Mientras tanto, para los neófitos que quieran saber de qué va esta locura de los superhéroes, les recomiendo humildemente la lectura de la Saga del "Daredevil" de Frank Miller, la gloriosa etapa ochentera de J. Byrne en los "Cuatro Fantásticos" o esa gran serie llamada "Astro City", de Kurt Busiek.
Por ir abriendo boca, más que nada.
Y si veis alguna oscura noche de luna nueva una silueta encarnada encaramada sobre un tejado, a lo mejor no es el abogado ciego Matt Murdock sino Wittgenstein o algún otro positivista lógico reelaborando alguna nueva teoría de los significados.
Saludos de Jim y que en el día más brillante, en la noche más oscura, el mal no escape de vuestra vista. ¡Que aquellos que adoran al mal teman vuestro poder!