Superman nº29

Publicado el 15 febrero 2016 por Actiontales

Título: Errante (IX): la última carta
Autor: Jose Luis Miranda
Portada: Roberto Cruz (fotomanipulación y montaje)
Publicado en: Noviembre 2015
Era la partida más importante de su vida. De aquella mano dependía una vida humana. ¿Podría lograrlo? Como fuese, ganaría aquella apuesta... o moriría intentándolo.

Enviado a la Tierra desde el moribundo planeta Krypton, Kal-El fue criado por los Kent en Smallville. Ahora como un adulto, Clark Kent lucha por la verdad y la justicia como... Creado por Jerry Siegel y Joe Shuster
Resumen de lo publicado: Sin poderes y apartado de Lois, Clark viaja por el mundo tratando de decidir su destino. Pero su etapa por África ha sido algo para lo que no estaba prepapardo, una experiencia que ha pusto a prueba no solo su cuerpo sino también sus sentimientos y convicciones. 
"En una cálida tarde de verano subí a un tren con destino a ninguna parte, allí me encontré con el jugador. Estábamos muy cansados pero no podíamos dormir, así que nos turnamos para mirar por la ventana la oscuridad. El aburrimiento nos alcanzó y él comenzó a hablar.
Dijo: “Hijo, he pasado toda mi vida leyendo las caras de la gente. Sé que cartas llevan sólo con mirarles a los ojos. Así que, perdona que te lo diga, puedo ver que estás sin ases. Por un sorbo de whisky te daré algún consejo.”
Le entregué mi botella y se bebió el último trago, luego, me tomó un cigarrillo y me pidió lumbre. La noche se quedó mortalmente silenciosa y su rostro perdió toda expresión.
Dijo: “Si vas a jugar el juego muchacho, tienes que aprender a jugarlo bien. Tienes que saber cuándo sostenerlas y cuándo tirarlas. Saber cuándo irse y cuándo correr. Nunca cuentes el dinero sentado en la mesa, habrá tiempo de contarlo cuando los tratos están cerrados. Cada jugador sabe que el secreto para sobrevivir es saber qué tirar, qué conservar, porque cada mano puede ser ganadora o perdedora y la mejor esperanza es morir con tu sueño.”
Y cuando terminó de hablar se volvió a la ventana, apagó el cigarrillo y se durmió. Y en algún lugar de la oscuridad el jugador empató, pero en sus últimas palabras encontré un as que me pude guardar."

(Traducción de la canción de "The Gambler" Don Schlitz grabada en 1978,pero popularizada por Kenny Rogers)
Buenos Aires (Argentina)
Alfredo entendió, en aquel preciso instante, que la vida se le escapaba. A la cabeza le vino el recuerdo donde se veía de niño jugando al fútbol. Regateaba a Leonardo en el descampado del viejo barrio y su disparo a portería conseguía el gol de la victoria. Mientras celebraba el tanto, Leonardo Messina le miraba con odio. Hacía sesenta años de aquello. Pensó que uno siempre está más cerca de la niñez de lo que cree.
El crupier barajaba. Enfrente, el único oponente que le quedaba. Observó a su viejo amigo Clark Kent sentado en las sillas de los acompañantes. Entonces, su mente se detuvo en la mágica baraja española de oros, copas, bastos y espadas. Imaginó que las cartas revoloteaban conformando un remolino. Pronto ronroneó girante otro torbellino paralelo con la sobria baraja francesa de picas, corazones, diamantes y espadas. Ambas espirales de cartas fueron acercándose hasta conformar un gran tornado que aumentó su velocidad de giro hasta expulsar todos los naipes. Éstos cayeron como una lluvia de papel de color. Él suspiró y empezó a recogerlas del suelo como si un padre preocupado por la caída de su hija fuera a interesarse por ella. Su mente retornó a la realidad. Esa era su última partida y empezaba a darse cuenta que no tendría tiempo para acabarla.

El Barrio Constitución pertenecía a la Comuna (1) de la ciudad de Buenos Aires. Antiguamente un enorme mercado ocupaba el espacio de la Plaza Constitución que Clark Kent atravesaba. Tras él, la espectacular Estación de Ferrocarriles, que hacía del barrio un auténtico cruce de caminos. En sus orígenes aquellas casas albergaron a una incipiente clase media. Los hijos de los primeros inmigrantes dejaron de ser obreros y artesanos como sus padres, y ejercieron profesiones liberales mejor rentadas. Con el paso de los años muchas casas de sus primeros habitantes se convirtieron en hoteles baratos para la inmigración de argentinos venidos desde el interior e inmigrantes de países limítrofes. El bullicio que provocaba el trasiego de gente llamó la atención de Clark. No en vano cada día la Plaza podía ser transitada por un millón de viajeros. Era fácil distinguir vendedores, mozos de bares, vagabundos, borrachos, prostitutas.
A Clark se le vino a la cabeza uno de los cuentos más famosos de Jorge Luis Borges, El Aleph. El Aleph era una especie de esfera de dos o tres centímetros que contenía el infinito, el cosmos íntegro, uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos (…) el lugar donde están, sin confundirse todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos(1). Ese objeto mítico estaba situado en el barrio Constitución, concretamente en una de las casas de la calle Juan de Garay y sólo podía contemplarse tumbado en el suelo de su sótano y mirando al decimonoveno escalón de la escalera por la que se accedía. En el cuento Borges, que lo protagonizaba, lo buscaba para poder ver a su amada Beatriz recién fallecida. La resolución de lo que encuentra la dejaremos para que el lector descubra o redescubra la obra del inmortal fabulador argentino.
Clark volvió a la realidad, se detuvo ante la estatua de Juan Bautista Alberdi y la repasó de arriba abajo un par de minutos. La súper memoria, el único de sus poderes que no había desaparecido, le abrumaba con datos tales como que Alberdi había sido inspirador intelectual de la Constitución argentina de 1853 o que la escultura había sido obra del arquitecto Carlos Corvo y el escultor Mario Arriguti. Afortunadamente, la voz de Alfredo sonó a sus espaldas.
- En la escuela tuve un maestro que me hablaba de los ideales de progreso e industrialización que este señor preconizaba. Pero, uno aprende a fuerza de años que los ideales no tienen cabida en esta realidad.
- Una realidad sin ideales, poco merece la pena- respondió Clark.
- Efectivamente, pibe. Tú lo has dicho. “Verás que todo es mentira, verás que nada es amor, que al mundo nada le importa… Yira, yira (camina, camina), aunque te quiebre la vida, aunque te muerda un dolor, no esperes nunca una ayuda, ni una mano, ni un favor(2).
Alfredo tenía setenta años, Clark le recordaba hercúleo y la imagen envejecida de su antiguo conocido le sorprendió. Desde luego el paso del tiempo había hecho mella en él. Su pelo ahora era cano y poseía incipientes entradas en la frente. Aunque la corpulencia de antaño parecía estar intacta, se le veía lento de andares y movimientos. Clark le apreció enfermo. La sensación de Alfredo hacia Clark fue similar. Él rememoraba a un vital joven americano introvertido en gestos y deseoso de pasar desapercibido, pero poseedor de una furia interior inexplicable que le hacía recorrer con avidez el mundo buscando un sentido a su existencia. Ahora veía un hombre adulto renqueante y sosegado. El bastón denotaba que, cuando menos, no estaba en su mejor momento físico. Ambos se abrazaron.
- ¿Quince o veinte años?, habló Alfredo.
- Quince creo- dijo Clark mientras su súper memoria le martilleaba: 16 años, tres meses, dos días, quince horas y dieciocho minutos. Prefirió callar la información.- Tienes buen aspecto.
- No mientas pibe. Yo no lo haré. Te ves mal, ¿ese bastón?
- Llevo un tiempo de viaje y he tenido algún percance.
- ¿Has vuelto a recorrer el mundo? Yo no he salido de Buenos Aires…
- ¿Cómo te va la vida?
- Mal, te lo dije por teléfono, la salud renquea, mi corazón no anda bien. Pastillas, médicos… Adivino que mi única solución es la que la naturaleza da a todo ser vivo.
- Mientras se pueda respirar hay que intentarlo.
- Siempre optimista. No queda otra supongo. Pero, lo peor, lo que me come las entrañas es la situación de mi nieta.
- La pequeña Eva.
- ¿Recuerdas su nombre? Cruzarías con ella diez segundos hace tanto tiempo…
- Como mucho pescado. Ya sabes dicen que el fósforo es bueno para la memoria.
- Pues sí, Eva. La he criado yo. Mi hijo y mi nuera fallecieron en un accidente de tráfico. Ahora tiene 23 años. No lo hice bien…, ya sabes, el juego…
- El juego.
- Seguí utilizando mis habilidades con las cartas en tugurios de mala muerte. Mi nieta tuvo un aprendizaje terrible. Ahora paga mis pecados.
- ¿Dónde está?
- En un lugar peor que el infierno. Ya te dije.
- También me dijiste que ibas a intentar sacarla de allí. Iré contigo.
- Te advierto que no es un sitio lindo. No te veo en muy buena forma para afrontar problemas. Tú lisiado y yo viejo. Menuda pareja.
- Mejor que un anciano solo.
- De acuerdo, pero esperarás donde yo te diga. Ven, subiremos en el colectivo y mientras llegamos nos pondremos al día de nuestros pesares.

Subieron al autobús y, en breve, les llevó a la peor zona de la urbe. Abruptamente empezaron a abundar las casas bajas y locales comerciales pequeños, entre los que destacaban talleres de mecánica. Como una gran torre se erguía un edificio con multitud de pintadas en sus muros que resulto ser su destino. El trayecto apenas había durado ocho minutos. Podían haberlo recorrido andando en algo menos de media hora. Clark tuvo como primera impresión que Alfredo lo hizo por deferencia al bastón que él llevaba, pero enseguida, al andar a su lado, se percató que a Alfredo le costaba esfuerzos cada paso y, de llegar, lo hubiera hecho jadeante. A menos de veinte metros del bloque de pisos referido, el argentino le habló:
- Espérame aquí, sin moverte. Prefiero entrar solo. No sé qué podemos encontrarnos dentro. Y yo pasaré por un cliente en busca de una mina.
Alfredo llegó al portal. Los dos musculosos jóvenes que rondarían dos décadas de vida, estaban como porteros controlando el acceso. Vestían con gorros en la cabeza, casi como pasamontañas, y portaban gafas oscuras con camisetas sin mangas y pantalones anchos. La combinación de ropa, pensó Alfredo, es absolutamente ridícula, aunque su presencia resultaba tremendamente amenazante. No le impidieron el paso. Ya dentro ascendió los peldaños de una sucia y envejecida escalera, en cada piso apreciaba puertas abiertas con ventas de drogas y ofertas de sexo.
Accedió a un pasillo superior, donde la mayoría de los vecinos tenían las puertas cerradas. Le sorprendió ver colchonetas y mantas esparcidas por el suelo donde entendió que hacían noche vagabundos o prostitutas. Se detuvo y se apoyó en la pared, un latigazo de dolor en el pecho le impedía avanzar. En apenas un minuto cesó. Mientras recuperaba el aliento, oyó toser a una joven al fondo del pasillo. Había cuatro chicas que acababan de terminar algún servicio sexual y formaban un corro en el suelo. Dos fumaban, una tercera estaba metiéndose un pico de heroína en el brazo y la cuarta tosía acurrucada. La reconoció enseguida, era su nieta. Se acercó apresurado y se agachó situándose a su lado.
- Eva, soy yo.
La vidriosa mirada de la joven se posó en sus ojos, pero no le reconoció.
- Eva, niña, mírame.
Intentó levantarla. Afortunadamente ella, en un reflejo corporal, se puso en pie. De no haberlo hecho no hubiera podido alzarla. Las demás les miraban sin intervenir. Ya erguidos, la sostuvo por las axilas, consiguió pasar el brazo de ella por encima de su nuca y con gran esfuerzo avanzó muy lentamente hacia la escalera de salida. La chica estaba aturdida por la droga. No era realmente consciente de que su abuelo estaba intentando sacarla de aquel terrible lugar. Pudo llegar hasta el piso inferior, pero allí los dos jóvenes que hacían de vigilantes le impidieron el paso.
- ¿Dónde crees que vas, abuelo?
- Dejadme pasar.
- Es una trabajadora y no se va a ir. Déjala y lárgate.
Eva, caía a plomo y Alfredo no era capaz de sostenerla. A duras penas la depositó en el suelo evitando que cayera de golpe. Alfredo resoplaba y entendió perfectamente que aquellos dos jóvenes no se lo iban a poner fácil:
- Vamos, márchate.
- No pienso hacerlo.
Clark se percató de la escena y cruzó la calle sopesando planes de actuación. Poca ayuda física podría darle. Al ver acercarse a Clark y entender que venía con el anciano, uno de los jóvenes decidió no seguir hablando. En cuanto Clark llegara le empujaría con fuerza y arrancaría a la joven de los brazos del viejo de una patada en el rostro. Alfredo captó las intenciones del chico y al ver la situación desesperada pronunció una frase que paralizó a los jóvenes.
- Soy amigo de Leonardo Messina.
El joven más reflexivo hizo un gesto para que el anterior se tranquilizara. Miró hacia Alfredo hablando:
- Ya, y yo amigo de Santa Claus.
- No seas boludo. Si no avisas a Leo Messina y se entera de que nos habéis golpeado, lo lamentarás. Dile que me llamo Alfredo, Alfredo el del barrio, Alfredo el que le ganó la final de fútbol, Alfredo el jugador.
La firmeza de las palabras era tal que la duda se introdujo en los actos del chico. Sacó su teléfono móvil de última generación y llamó, podríamos decir que, a su encargado. Minutos después éste contestaba que esperaran en la puerta y que un coche negro recogería al trío.

Así fue. En menos de una hora estaban en una zona de la ciudad mucho más lujosa. Llevaron a Clark, Alfredo y Eva, hasta un edificio de oficinas al que accedieron por el parking. Subieron en ascensor desde el aparcamiento. Al abrirse la puerta contemplaron un enorme e impresionante despacho, de unos 70 metros cuadrados, rodeado de bibliotecas y cuadros con un pequeño jardín con cascada en uno de sus rincones. Los cuadros que engalanaban las paredes no eran imitaciones sino originales, la mayoría de pintores contemporáneos. Clark distinguió un Barceló y un par de obras de Quinquela y Roux(3). El aire acondicionado estaba conectado y los tres sintieron algo de frío al acceder a él. Ante ellos estaba Leonardo Messina.
De edad similar a la de Alfredo, presentaba muchas desemejanzas. La ropa de Leonardo, un traje azul de tonalidad suave, era carísima, toda de marca. Se notaba acostumbrado al lujo. Aunque se le veía fornido y de piel bronceada, exudaba vitalidad y salud, su oronda cintura denotaba una buena vida. Se quitó unas gafas de sol y avanzó sonriente hacia el trío extendiendo los brazos. Sin duda su intención era la de abrazar a Alfredo, pero éste que sostenía a Eva, aún adormilada, alzó la mano y ese fue el saludo al que tuvo que adaptarse Messina. A pesar de ello no perdió el tono accesible:
- Me alegro mucho de volver a verte Alfredo. ¿No me presentas a tus amigos?
- Clark Kent, periodista estadounidense,- se adelantó nuestro héroe.
- Encantado-dijo Messina estrechándole la mano.- Habla usted muy bien español. No parece extranjero.
- Se me dan bien los idiomas- respondió Clark.
- ¿Y la señorita?- preguntó Messina mirando a Alfredo.
- Sabes quién es. Es mi nieta Eva-dijo Alfredo con cierto tono de desagrado por referir la información.
- No tiene demasiado buen aspecto. Pasad, tumbadla en este sofá.
- Está colocada. Sabes que trabaja en uno de tus prostíbulos.
- Disculpa, viejo amigo. Soy un honrado empresario hecho asimismo. No hay ningún negocio turbio que yo regente.
- Ya. Entonces no te importará que me la lleve.
- No lo veo posible. Si yo fuera, cosa que no es así, el dueño del burdel, te diría que está en esta situación por su adicción y por las deudas que ha contraído en el juego. Las deudas sabes que hay que pagarlas. Gasta más en drogas que en solventar los números rojos. Escuché que tenía tu arrojo y carácter pero no tu habilidad con las cartas.
- Te lo suplico. En nombre de nuestra antigua amistad. Deja que me la lleve.
- Mi querido Alfredo… Estoy bastante por encima de las bajas pasiones. Pero los negocios son los negocios.
- ¿Esto lo haces por venganza hacia mí?
- Los años pasan a una velocidad inmisericorde. ¿Recuerdas el viejo tango…? “Volver con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien, sentir que es un soplo la vida, que 20 años no es nada…” Los jóvenes ya no escuchan a Gardel(4).
- Déjate de canciones, ¿hablamos de mi nieta? ¿Cómo puedo conseguir que la liberes?
- Te equivocas en el enfoque. Yo no le hecho nada. Tú la educaste, tú le enseñaste el arte del juego. Tú, el jugador invencible, que lo apuesta todo, hasta la vida, a una jugada. No supiste darle un buen hogar ante la desgracia. No debiste interponerte entre Carla y yo.
- ¿Es por Carla? Yo no me interpuse, ella me eligió a mí. No me lo perdonarás jamás.
- Yo hubiera cuidado de ella. Aún estaría viva.
- ¿Tú dinero puede parar la vejez y la enfermedad?
- Podía haber conseguido los mejores médicos y tratamientos. ¿Qué hacías tú? Arruinarte en mesas de juego. Tu familia sufrió por tu culpa. Tu nieta ahora padece las consecuencias de no haber sabido encarrilar tu vida.
- ¿Cómo puedes dar lecciones? Toda tu fortuna está basada en el sufrimiento ajeno.
- La vida es sufrimiento hubiese nacido yo o no. Yo no he ideado las reglas, simplemente, las acato. Debiste dejar que Carla se casara conmigo, ahora tendría dinero y posición.
- Todo manchado de sangre.
- Mejor que de mierda.
- ¿Qué quieres? ¿Qué ganas con ver a mi nieta así?
- Supongo que nada. Mi triunfo sobre ti es evidente.
- Fuimos amigos.
- En recuerdo de ello te daré una alternativa.
- ¿Cuál?
- Hay un millonario yanqui, que me pide organice una gran partida al black jack. Trae consigo a un jugador de fama mítica que le representará. Tengo a otros cuatro millonarios argentinos y otro brasileño, a cuál más patán y torpe, que quieren jugar. Ninguno estará a su altura. Quiero que juegues representándome. Cada uno apostará medio millón de dólares. Sin posibilidad de retirarse. El ganador se lo lleva todo. Si consigues ganar, la deuda de tu nieta caerá en el olvido. Además, te daré un porcentaje del 10% de los beneficios.
- Hace mucho que no juego. Además, el black jack... ¿No puede ser al póquer?
- El yanqui quiere black jack. Antes no te importaba el juego.
- Soy otro hombre. La última vez perdí y todo fue cuesta abajo.
- Las anteriores solías ganar.
- ¿Y si no lo consigo?
- Tu nieta volverá al burdel a pagar las deudas. ¿Qué contestas?
- ¿Existe otra posibilidad que la de no decir sí?

Una semana después la partida estaba preparada. La lujosa habitación acogía una enorme mesa con un tapete verde presidida por un serio crupier, a la postre moderador de la contienda. Había una zona con sillas para los acompañantes, estaban estratégicamente situadas para no perder detalle de la partida, pero sin que se pudiera vislumbrar las cartas de los participantes. Leonardo Messina ejercía de anfitrión y dirigía la comitiva. Saludó al crupier y sentó a los jugadores millonarios. Cuatro eran argentinos, Páez, Di Caprio, Luppi, Rot y uno brasileño, Pessoa. Acto seguido, entraron Alfredo y Clark Kent, el primero saludó a los jugadores y se situó a su lado en la mesa, mientras que Clark fue a las sillas de acompañantes. Messina habló:
- Caballeros, este es Alfredo mi representante en la partida. Saben que el azar y yo no nos llevamos demasiado bien. Sólo nos falta… Ah, aquí llega…
En ese instante entró en la habitación Julien Jurgens, el millonario estadounidense que había solicitado el evento(5). Se colocó en una de las sillas de la fila de Kent y se le quedó mirando. Ambos se reconocieron, pero con muy diferente planteamiento. Clark sabía quién era, un adinerado con fama de filántropo, al que Lois había entrevistado en una ocasión. Jurgens se sorprendió de hallar en aquel lugar a Kent aunque no lo demostró. A su mente vino la imagen de Lois Lane, a la que había cortejado intentando, incluso, sobornar a Perry White, sin el menor éxito en ambas empresas, para que echara a Kent del periódico. Todo ello era ignorado por Clark.
Enseguida se hizo visible el jugador que le representaba. Se trataba de Amos Fortune(6). Clark quedó más que sorprendido al ver al viejo antagonista de la Liga de la Justicia. Vestía un traje blanco con un escudo de la baraja francesa en la solapa. Su preocupación aumentó, pues si bien Fortune no poseía poderes, sin duda, era dueño de un intelecto avanzado y presumía de dominar la ciencia de la suerte. Fortune socarrón y presuntuoso se sentó junto a sus rivales sin dejar de hablar en un español con acento anglosajón:
- Buenas tardes caballeros. ¿No íbamos a jugar a la ruleta? Ah, esto va de cartas. ¿Saben ustedes cuál es el mejor juego de cartas que se ha ideado en la historia de la humanidad?
- ¿El póker?- contestó el brasileño.
- El póker está bien, el de esta noche, el black jack, también, pero el más grande de todos es… el mus.
- ¿El mus?,-volvió a decir el brasileño Pessoa.
- Proviene de España. Son cuatro juegos en uno (chica, grande, pares y juego) y puedes engañar al contrario aunque lleve más jugada que tú. Cuenta tanto o más la habilidad que el valor de las jugadas.
- Suena interesante, pero supongo que será muy difícil que nos enseñes- habló el argentino Páez.
- Imposible a corto plazo. Para defenderse bien al mus se necesitan centenares de partidas. Además, se juega en pareja y, en caso de hacerlas entre nosotros, no creo que ninguno de los presentes se fiara mucho de su compañero.
- Señores, han venido ustedes a jugar al black jack. La apuesta para comenzar son 5.000 dólares. Empecemos.-El crupier cerró la conversación y empezó a repartir cartas.
Messina se sentó entre Jurgens y Clark.
- Va a estar esto interesante. Oh, perdone señor Jurgens. ¿Habla usted español?
- Mi… entender un… poco-respondía el millonario.
- ¿No le importa que continúe hablando en inglés?, verdad señor Kent. Bueno, qué digo, si es su idioma. Habla usted tan bien el español que no sería capaz al escucharle decir que es usted nacido en EE.UU.
- Gracias-contestó escueto Clark. Su mente estaba en la partida preocupado por su amigo. Casi no escuchaba la verborrea de Messina.
- ¿Saben ustedes que el black jack tiene su origen en España, en un juego llamado la veintiuna? Hay referencias suyas en la obra de Cervantes a principios del siglo XVII. En los casinos americanos este juego derivó en el black jack. Un matemático Edward O. Thorpe estudió el juego concluyendo que cada mano tiene una forma de jugarse única en lo que llamó estrategia básica. Aplicándola el jugador reduce la desventaja con la mano y con sus rivales.- Prosiguió Messina ahora en inglés.
- Muy interesante,-dijo Clark.
- Hemos variado un poco el juego. Mantenemos del original que se reparten boca arriba 2 cartas a cada jugador. Sus valores: el as vale 1 u 11 (si se pasa de 21 vale 1 y, si no, 11), todas las figuras 10 y el resto de cartas numéricas su valor natural. Cada jugador puede plantarse o pedir carta. De las cartas que se piden hemos acordado dejar oculta la última entregada, debiendo enseñarse las demás. En la finalización de la ronda se enseñarán todas. Gana el que alcanza 21 sin pasarse o quede más cercano de ese número. Añadimos que si un jugador se pasa puede mentir para que su rival se pase también. En el juego normal cada participante lo hace contra el crupier y éste está obligado a pedir siempre que tenga menos de 17 y debe plantarse si alcanza 17. En este caso hemos acordado que el crupier sólo actuará de moderador y no habrá triunfo para la banca. También hemos suprimido la posibilidad de jugar dos manos diferentes si al principio salen dos cartas iguales.
- Muy bien-dijo Jurgens.-No tengo ni idea de las reglas y, sinceramente, me importan un pimiento. Quiero disfrutar con la tensión del juego y que mi jugador gane (que para eso le pago).
- Todas las apuestas serán entre los jugadores. Cobrando los que obtengan la máxima puntuación. Al final de la noche sólo habrá un ganador. Cada millonario ha traído medio millón de dólares. Se jugará con apuestas crecientes buscando la eliminación de los rivales hasta que sólo uno quede en pie.

Alfredo observaba los rostros de sus rivales al ver las cartas, buscando pequeños tics gestuales que pudieran indicarle sensaciones de agrado o desagrado hacia ellas. Los memorizaba y los ponía en relación con las jugadas que después mostraban. A la vez era capaz de ir memorizando las cartas que salían de tal manera que sabía siempre el porcentaje de éxito o fracaso al pedir. De esta forma, en menos de cinco rondas, entendió que el único enemigo realmente peligroso era Fortune. Los demás eran un libro abierto. Efectivamente, en el comienzo de la tercera hora quedaban tres rivales en la partida. Amos Fortune, que acumulaba el mayor número de ganancias, Alfredo, que estaba a la mitad del anterior y Pessoa, el orondo ricachón brasileño.
Pessoa era tan torpe como denotaba su aspecto. Sin embargo, la dama fortuna estaba de su parte esa noche y había conseguido tanteos de 20 y 21 en multitud de ocasiones. Por más intención que ponía intentando mostrar rostros hieráticos que no dejasen ver asomo de su jugada, fracasaba irremediablemente. La jugada buena provocaba un gesto tenso en su rostro y una coja y falsa carraspera que indicaba a los rivales que no debían apostar en exceso. Por el contrario el silencio dominaba constantemente las malas manos. Alfredo sabía que el juego da y quita y en los momentos en los que quita, es decir cuando la jugada no es defendible, hay que jugarla con inteligencia. Sabiendo, por la tos nerviosa y el sudor que el brasileño tenía buenas cartas y viendo la suya auténticamente mala, provocó al brasileño subiendo ligeramente la apuesta y pidió carta. Al grueso contrincante se le iluminaron los ojos, en su mente se veía ganador y no perdió ocasión de aumentar el dinero en juego. Fortune se retiró. Alfredo en ese momento se echó para atrás. Apenas había perdido tres fichas, pero estaba inflando el ego del rival, cosa que quedó evidente cuando éste comenzó a desgranar molestas risotadas. Tres veces repitió la jugada, perdiendo nueve piezas, que reducía peligrosamente las de su posesión. Existía un tope de apuesta por ronda, pero si un jugador no era capaz de cubrirla debería dejar el asiento.
A la cuarta Alfredo recibió un 3 y un 4, mientras que Pessoa una sota (10) y un 8, Fortune un 7 y un 8. Alfredo subió la apuesta y pidió carta. Ésta llegó oculta era un 8. Pessoa tenía el rostro iluminado por el 18. Sabía que era una buena jugada. Y crecido por la racha, aumentó la apuesta al límite sabiendo que Alfredo podría igualarla a duras penas y de perder quedaría eliminado. Después, se plantó. Fortune se retiró también en esta ocasión. Tenía ventaja suficiente para que sus dos rivales se despedazaran entre ellos. Alfredo igualó la apuesta al máximo y pidió carta. El brasileño tragó saliva. Estaban en un callejón sin salida. De perder, tanto Alfredo como Pessoa, tendrían insuficientes piezas para cubrir la siguiente apuesta. Uno u otro diría adiós a la partida. Alfredo se plantó.
Cuando las apuestas se igualaron el crupier pidió a Alfredo que enseñara la carta oculta. La tensión entre los asistentes fue máxima. Alfredo enseñó un 4, sumaba 19, su corazón reposó un minuto. Ganaba. Messina casi da un grito de alegría. Pessoa empezó a gimotear como un niño. Fortune sonrió pensando: Mano a mano. Sólo queda uno.

La estrategia de Alfredo le mantenía vivo. Fortune era un gran jugador. Sin duda, como él, contaba y memorizaba las cartas y jugaba según probabilidades. También analizaba las caras, gestos y movimientos. Ninguno daba un paso atrás. Una mano podía ganarla cualquiera pero una partida como aquella estaba hecha para corredores de fondo y ambos lo eran. Unas ocho rondas después la partida se decantaba hacia Fortune. De seguir así Alfredo perdería la posibilidad de igualar la apuesta máxima por ronda y quedaría eliminado. Entonces, un latigazo en el corazón le dio otro aviso: supo que, o solicitaba en aquel momento ayuda médica, o no saldría vivo de aquella partida. Pensó en avisar a Clark que le llevara a un hospital. Le buscó con la mirada en las sillas de los invitados y éste apreció el dolor de su amigo. Clark intentó levantarse, Messina le agarró del brazo.
- No puede moverse señor Kent. Si acerca a la mesa, la partida quedará invalidada y Alfredo perderá todo mi dinero.
- ¡Alfredo!-dijo Clark.-¿Te encuentras bien?
- No te muevas. Hice mi elección. La naturaleza corregirá mi elevada edad igual mañana que hoy. Debo acabar esto. Sabes que llegaré hasta el final. Por primera vez en mi vida no juego por mí.-respondió con firmeza Alfredo.
- Señor Messina, se lo suplico… detenga esta partida, pospóngala. Está enfermo del corazón. No resistirá. Eran amigos.-rogó Clark y pudo ver la duda en los ojos del potentado.
- Ni hablar- dijo Jurgens interrumpiendo.- Estoy a un paso de volverme a casa más rico de lo que vine. Si se levanta usted o el viejo, pierden y me llevaré todo lo apostado.
Alfredo zanjó la discusión subiendo la apuesta. Fortune dudó por primera vez en toda la noche. Alfredo tenía 17 y pidió otra carta y salió un 7. Se pasó. Intentó disimular, pero Fortune se plantó con un simple 9 descubierto. Le había cazado. Se quedaba casi sin fichas. Su última mano sería la siguiente de no obtener la victoria. El dolor volvió a martirizarle y sus manos aferraron las rodillas como si eso pudiese aliviarle.
El crupier volvió a repartir dos cartas a cada uno. Fortune recibió dos reyes, sumaban 20. Subió la apuesta y se plantó. Alfredo tenía un 7 y un 4. Se dio cuenta de que si en esta ronda no ganaba, la siguiente no podría competir ni igualar la apuesta máxima. Debía ganar como fuese o perder aquí. Alfredo ascendió la apuesta y pidió carta. Ésta vino oculta era un 3. Mierda, pensó Alfredo. Llegaba a 14. Pidió otra mientras mostraba la oculta. Era un 2 que le dejaba en 16. La mantuvo oculta. Vio la sonrisa de Fortune que parecía adivinar lo que le había salido. Aquel cabrón tenía el triunfo en la palma de la mano. Era el momento de la verdad. El corazón le ardía. Alfredo se jugó el todo por el todo. Pidió otra carta mientras enseñaba el 2. Miró la nueva y su rostro no pudo evitar estremecerse. En ese momento se plantó. Fortune debía igualar la apuesta o retirarse. Se tiene que haber pasado, sólo gana con 5 y ya han salido tres, cavilaba Fortune y arriesgó con la apuesta máxima. El dolor en Alfredo volvió a insistir crucificándole en la silla. Sólo tuvo tiempo de asentir igualando la apuesta.
El crupier contó la puntuación vista de Fortune, 20. Pasó a la de Alfredo sumando el 7, el 4, el 3 y el 2, llegaba a 16. Sólo podía ganar si la tapada era un 5. Cosa harto improbable. En ese instante el crupier agarró una de las esquinas de la carta para levantarla. Alfredo sabía que aunque no hubiese estado jugando para ayudar a su nieta, hubiera llegado hasta el final. No se hubiera levantado de allí por nada. Las cartas habían sido parte de su vida. No era una mala forma de morir. Cruzó una mirada con Clark como despedida y todo se le desapareció. En un intenso espasmo cayó al suelo con gemidos evidentes de dolor. Todos, menos Fortune, se levantaron con rapidez. El crupier puso la mano sobre la carta para que nadie pudiese tocarla. Clark se situó al lado de su amigo e intentó hacerle un masaje cardiaco. Julien Jurgens no perdía de vista la carta, poco le preocupaba la salud del anciano. El crupier no levantaba la mano. Otro latigazo de dolor hizo que Alfredo se estremeciera. Alfredo miró a Clark y éste le susurró: Aguanta, tranquilo, aguanta. Alfredo ya no le pudo escuchar. Acababa de fallecer. La ambulancia llegó en apenas dos minutos, pero sólo fue para certificar su muerte.

Mientras le amortajaban con una sábana, todos perdieron la atención del cadáver y la centraron en el crupier que aún mantenía su mano sobre la carta. Ojalá tuviera aún mi visión de rayos x, se decía Clark. Jurgens habló:
- Levantémosla.
- Si es un 5 lo perderá todo-habló Clark.
- Y si es cualquier otra carta ganaré. Levántela-volvió a intervenir Jurgens indicándole al crupier lo que debía hacer.
- Messina-volvió a hablar Clark.- le propongo que no la miren. Repartan el 50% entre ambos y considere la deuda de la nieta de Alfredo pagada.
- Ni hablar, quiero ver la carta.- Insistió Jurgens.
- Piense que cabe una posibilidad de salir fracasado, de la otra manera ambos ganan.-Clark no quería que se mostrara porque estaba convencido de la derrota de Alfredo.
- ¡Levanta la puta carta o lo haré yo!-gritó iracundo Jurgens al crupier.
Clark se puso delante y le dijo:
- Oblígame.
La situación se tensaba. Messina casi prefería que no se enseñara porque las posibilidades de que hubiera un 5 eran mínimas. Clark se posicionó delante. El crupier estaba con Clark y no se movía. Jurgens avanzó decidido a empujar a Clark. Entonces, habló Fortune, que era el único que seguía sentado en la mesa como si no hubiera pasado nada.
- Señor Jurgens, el rival al que me he enfrentado es un gran jugador. Le propongo como honor a su memoria que lo dejemos en tablas. Sale de aquí con más del triple de lo que trajo.
Messina apoyó la frase:
- Creo que su empleado tiene razón. Los dos hemos multiplicado nuestra inversión. Dejémoslo en empate.
Jurgens quedó pensativo aunque con el rostro encendido de enfado. Fue tranquilizándose y se sosegó.
- Está bien, de acuerdo. El 50%. ¿Señor Messina?
- Trato hecho.- Los millonarios estrecharon sus manos.
- De acuerdo, pero…, -Jurgens no se conformaba.
- ¿Pero…? -preguntó Messina.
- Quiero ver la carta.-afirmó rotundo Jurgens.
- Ya da igual lo que fuese -habló Clark.- Está sellado el acuerdo.-Clark levantó la mano del crupier, que no opuso resistencia, y se metió la carta en el bolsillo de la camisa.- Entiendo, señor Messina, que el trato con Alfredo sigue en pie.
- Por supuesto, el 10% de los beneficios le llegará a su nieta y queda libre de sus obligaciones laborales.- Contestó Messina.
- Páguele un tratamiento de desintoxicación y ábrale una cuenta en el banco para que mensualmente pueda disponer de una cantidad para pagar sus gastos. Cuando esté libre de adicción entréguele el resto.
- ¿Va a llevarse usted la carta sin enseñarla? -Volvió a incidir Jurgens.
- ¿Debo contestar a lo obvio? Buenas noches caballeros.

Un mes después.
Clark se despedía de Eva en el aeropuerto.
- Gracias por haber esperado tantos días. Sé que querías volver a tu casa en Metrópolis.- Habló la nieta de Alfredo.
- No podía dejarte sola hasta ver si encarrilabas bien tu recuperación.
- Has sido un gran amigo. Si mi abuelo viviera… No sé cómo agradecerte…
- No hay nada que agradecer, salvo a tu abuelo. Dio su vida por ti. No lo olvides. Aprovéchala, hazte merecedora de su sacrificio.
- Lo haré.
- Bueno, es hora de decir adiós. Un beso.
Clark la besó en la mejilla y se encaminó al mostrador del aeropuerto donde ya sólo podían acceder los viajeros. Justo cuando a esa zona, Eva le gritó desde lejos.
- ¡¡Clark!!
- ¿Sí?
- Nunca me dijiste qué carta era. ¿Fue un 5?
- Algún día, cuando ya no tenga la menor importancia te lo diré. Un beso enorme. Hasta la vista.

Epílogo Treinta años después.
La comida familiar del domingo había terminado. Los dos hijos se despidieron. A la madre le resultó raro que el menor se fuera. Acababa de mudarse a un piso propio y aún no se había hecho a la idea. Todavía le veía como a un niño pequeño. Su marido le dio un fugaz beso ya que jugaba Boca e iba con amigos al partido. Se sintió por primera vez en toda la semana libre para tumbarse y no hacer nada. A sus 53 años, entre el trabajo y la casa no tenía mucho tiempo libre. Cuando sonó el timbre de la puerta, una mueca de sorpresa apareció en su rostro. ¿Quién sería?, se preguntó. En la puerta apareció un repartidor de una empresa de transporte:
- ¿Eva Márquez por favor?
- Si soy yo.
- Es una entrega, firme aquí.
Firmó, recogió el sobre y cerró la puerta despidiéndose del cartero con una sonrisa. Al entrar leyó las escuetas palabras escritas en dorso de la misiva: Para Eva. Antes de abrir el sobre lo palpó y entendió a la perfección que contenía un naipe. Los ojos se le abrieron como platos y plena de nervios rasgó el sobre y extrajo la carta. Al verla no supo si echar a reír o llorar de emoción.
Él reparte las cartas meditando,
los otros jugadores no sospechan
que no juega por el dinero que gana,
tampoco por respeto.

Reparte las cartas para encontrar una respuesta
a la sagrada geometría de las oportunidades,
a la oculta ley de las probabilidades,
para entender la danza de los números.

“Sé que las espadas son espadas de un soldado,
que los bastos son armas de guerra,
que los diamantes significan dinero en este arte,
pero nada de eso se adecua a la forma de mi corazón.”

Él puede jugar la sota de diamantes,
sacar la reina de espadas,
ocultar un rey en la mano
y desvanecer su recuerdo.

“Sé que las espadas son espadas de un soldado,
que los bastos son armas de guerra,
que los diamantes significan dinero en este arte,
pero nada de eso se adecua a la forma de mi corazón.
Así no es la forma de mi corazón.”

“Decirte que te amaba
tal vez pensaras que fue un error,
pero no soy un hombre de muchas caras.
Sólo uso una máscara.
Algunos de los que hablan, no saben nada,
ya descubrirán que todo tiene un precio,
maldecirán su suerte,
sonreirán y se perderán.”

“Sé que las espadas son espadas de un soldado,
que los bastos son armas de guerra,
que los diamantes significan dinero en este arte,
pero nada de eso se adecua a la forma de mi corazón.
Así no es la forma de mi corazón”
The shape of my heart (Sting)

De diciembre 2013 a agosto de 2015.
José Luis Miranda Martínez
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Referencias:
1 .- Frases extraídas del cuento aludido de Borges
2 .- Versos de Enrique Santos Discépolo (1901-1951). Discépolo es uno de los grandes compositores de tango. Entre sus obras maestras se encuentra este Yira Yira y, sobre todo, el legendario Cambalache. Uno no puede morirse sin escuchar Cambalache al menos una vez en la vida.
3 .- Miquel Barceló (1957), pintor español de fama mundial, Benito Quinquela Martín (1890-1977) es uno de los pintores argentino más famosos del siglo XX y Guillermo Roux (1929) es otro pintor argentino aún en activo de reconocido prestigio
4 .- Versos del mítico tango Volver. La letra era de Alfredo Le Pera (1900-1935), la música y la voz la puso Carlos Gardel (1883?-1935). Lo grabó en 1935 el mismo año en que un fatídico accidente terminó con la vida de ambos. Tampoco puede morirse una persona sin escucharlo una vez al menos en la vida.
5 .- A Jurgens le vimos en anteriores episodios intentando enamorar a Lois Lane y como financiador de los terribles robots Iron en la saga de Imperio. Repasar episodios anteriores del 6 al 20.
6 .- Amos Fortune es un villano de la Liga de la Justicia conocido por realizar crímenes relacionados con la suerte y el juego. Fue el fundador de la Banda de la Escalera Real (Royal Flush Gang). Apareció por primera vez en el Justice League of America #06 (1961) de la mano de Gardner Fox y Mike Sekowsky