Superó el limite

Por Raquelcascales @rcascales
Llevo semanas inquieta pensando en la necesidad del compromiso social de los intelectuales. O, dicho de otra manera, la urgencia de comprometerse intelectualmente y atreverse a pensar como lo hicieron los grandes.
Supongo que eso mismo, bajo otra forma y unido a otras motivaciones, fue lo que me llevó a estudiar Filosofía y, en concreto, a estudiarla en la Universidad de Navarra. Creo que fue en primero, en clase de Introducción a la metafísica con Ángel Luis, cuando escuché hablar por primera vez de Leonardo Polo. Primera, pero no última. Recuerdo, además, como en algún lugar se equivocaron al poner el nombre y apareció escrito: Leopardo Nolo. Así le denominamos algunos de nuestra clase, los que nos manteníamos fuera del plexo poliano, durante un tiempo. No entendía la fascinación casi irracional de algunos de mis compañeros, he de reconocerlo. 
Creo que no fue hasta terminar la carrera y tener que volver a reconstruir el pensamiento, después de la deconstrucción sufrida en el último año cuando empecé a entender. Empecé a hablar sin tapujos con los "polianos" y les expresé mi incorformidad con su manera de hablar de las nociones de Polo en clave casi gnostica. En esos diálogos por fin entreví qué querían decir algunas de las tesis más conocidas: "Cuando conoces, tienes lo conocido" o "la superación del límite mental". (Entreví sólo, pero entendí que había que seguir pensando).

Alejandro Llano, Antonio Millán-Puelles, Fernando Inciarte 
y Leonardo Polo en la Universidad de Navarra

Sin embargo, eso seguía siendo lo de menos. Lo de más fue entender que había sido un verdadero maestro para todos mis maestros. Todos, estuvieran más o menos de acuerdo con su pensamiento, le tenían especial cariño, reconocían haber pensado como nunca en sus clases y confesaban el estímulo intelectual y profesional que había supuesto para ellos el diálogo con Polo. Es llamativo el constante agradecimiento a este profesor en muchos de los libros que he estudiado. Sugerencias, indicaciones, breves conversaciones que para aquellos jóvenes investigadores supusieron el inicio de su carrera intelectual. Esa manera de entender el quehacer filosófico, esa manera de transmitir vida a través del diálogo, es verdaderamente admirable.
Ahora, con su fallecimiento, es inevitable sentir -incluso para los que no le conocíamos personalmente- cierta orfandad. Y, al mismo tiempo, me imagino que se lo estará pasando en grande, allí arriba, con sus viejos amigos: Inciarte o Millán-Puelles, entre otros. ¡Qué ganas de llegar y hablar con vosotros!